La vendimia es una fiesta
La vendimia es una fiesta
Ha terminado el
verano y ya están ahí los sugestivos paisajes del viñedo en época de vendimia,
aquí en La Rioja- alta, media o baja- donde el final de la
estación significa vino y fiesta que animan a utilizar corquetes, comportillos, tinancas y cunachos: belezos de trabajo, esfuerzo,
sudor y recompensa, que son viña, racimo, uva y vino.
Asomado al otoño, deseamos sigilosamente andar el
camino por mis carreteras secundarias y, entre campos colmados de
vides cargadas de racimos, vivir el trajín de los vendimiadores, cestas,
tractores y sentir el campo y el viento que se inunda de olor a parra, mosto, pino-carrasco,
frambuesa, enebro y el perfume ligeramente agrio de las hierbas silvestres compitiendo
con los balsámicos, para, después en la bodega, embriagarnos, gozosamente
serenos, con los aromas intensamente frutales de la fermentación.
Pocos
paisajes hay tan sugestivos como andar, experiencia inolvidable para los
viajeros, entre viñedos envueltos en luminosidad mediterránea cobijada con la
bruma atlántica. La vista de los viajeros se relaja y emociona ante las
colinas, donde el viñedo tapiza las laderas de verde vivo, cambiante en tiempos
de vendimia, pintando retazos de rojo otoñal. Otear los meandros del Ebro, con
la sierra Cantabria protegiendo las cepas de los vientos del Norte, es adentrarnos
en complejas sensaciones de infancia muy remotas. Y es volver a gozar con el
fascinante rito anual de la cosecha que, este año, según observamos vuelve a pintar
sana y pletórica.
En estas tierras
del Rioja, donde los viñedos se escalonan en las colinas y cerros, asomados al
río para absorber su refrescante curso, el viñedo se nutre de sudor, sacrificio
y mimos. Vendimia asombrosa, donde los vendimiadores, hombres baqueteados por
la vida y el trabajo, vitalistas, gozadores y sabedores de que el buen Rioja
nace en la viña, parecen oferentes de un grandioso templo natural.
Los viajeros
tomamos la LR 210 para dirigirnos de Briones a San Vicente de la Sonsierra y pasear
por la otra orilla del río Ebro donde villas y viñedos nos adentran en la
historia enológica y hace nos topemos con arquitecturas bodegueras vanguardistas.
De allí, tomando la A-4205, nos dirigimos a Elciego, villa de la Rioja Alavesa donde nos contaron nació la
primera bodega riojana y se creía que el exceso de vino provocaba
alucinaciones. Hoy, junto a sus históricas y renovadas instalaciones de
elaboración y crianza, construidas en 1883, se alza un portento arquitectónico
ideado por Frank O. Gehry en el que conviven, en armonioso contraste, con el
titanio y las formas voladizas del genial arquitecto, las viejas prensas
hidráulicas verticales y los grandes tinancos de roble, lanzando a los cuatro
vientos que pocas ubicaciones geográficas pueden competir con este terruño
prodigioso, síntesis de vino, paisaje y bodega donde la vendimia es manual, y
la selección, racimo a racimo, rigurosa.
Cerca nos
trasladamos por la A-124 hacia una de esas bodegas llamadas “de autor”, donde
los viajeros quedaron atónitamente extasiados ante esa catedral del buen vino, proyectada por
Santiago Calatrava e insertada en su paisaje, formando parte de él, recortándose
sobre el fondo de sierra Cantabria, con su perfil sinuoso y ondulada esbeltez
de cubierta laminar en aluminio.
Y allí nos
quedamos para contemplar, en el fervor de la vendimia, ese agitado mar de
viñedos y un sinfín de bodegas volcadas en la cosecha gozando de la grandeza de
la tierra.
Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©
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