domingo, 25 de marzo de 2012 in

El Florista

El Florista


Desde siempre, mejor, desde los años sesenta que es  la década de la que tengo consciencia de las procesiones cartageneras me han impresionado el quehacer de una serie de personajes decisivos, así lo entiendo, en el cortejo pasionario de la Ciudad Portuaria. Son ellos: El Judío; el penitente; el granadero; el porta pasos y el florista. Son hombres que dejan de ser espectadores pasivos del drama para convertirse en emocionados elementos de la propia entraña pasionaria.

Bástele hoy a La Medusa Paca extraer de toda esta incompleta nómina a quienes tan apasionadamente componen de algún modo con su trabajo este estilo singular centelleante teologal a su modo y desde luego inconfundible de la Semana Santa Cartagenera, me estoy refiriendo al florista.

En el complejo proceso de acicalar el trono, montaje de carteles, adobo de la imagen, colocación de luces y tulipas, “vestirlo es el ultimo escalón. La labor se hace siempre contra reloj, porque la fragilidad aristocrática de la flor no permite el previsor adelanto de la faena, y si malo es no llegar a tiempo, peor resulta pasarse de rosca y empujar a la calle el emperejilado trono con la fragancia perdida y el color menoscabado.

 
En esta gradación del exorno floral, el artista comienza por disponer una complicada maraña de aros que, revestidos de apretadísima paja, serán base más tarde para sustentar la encendida mancha de la corola.
Preguntado un artista me aseguraba que la parte más ardua y desde luego la más responsable es prever la futura disposición de la flor.

Me dice que el encañe de los tallos debe hacerse el día anterior a la procesión y que, una vez finalizada la tarea, las flores ya no pueden ser colocadas en agua.

He comprobado que en Cartagena la flor es imprescindible en cualquiera de sus procesiones. El trono cuenta siempre con esta aportación levantina y sensual de la tierra, una tierra que se hace forma, color y fragancia en homenaje a la Divinidad que la crea.

La Medusa se concreta a las procesiones de Semana Santa y recomienda por cualquier punto del itinerario, de los San Juanes o de las Vírgenes, María del Primer Dolor o María de la Soledad, vacilantes sobre sus tronos “de piña”, típicas pirámides, arquitecturas ígneas y fragantes en las que la suma de las corolas sabiamente dispuestas por zonas de color componen, en competencia con la luz, el otro elemento sagrado de la procesión, la más delirante apoteosis estética.

Generoso oficio del hombre que “viste” el trono. Mientras la labor del tallista, el decorador o la bordadora permanecen, el florista despilfarra su arte, conociendo de antemano la caducidad de su obra, sometida siempre a los excesos de un viento demasiado rebelde o a un jugueteante y adelantado bochorno excesivamente primaveral.

Ya ve usted amigo, lo que se dice un derroche, se lamenta el florista, complacido en el fondo por la belleza de su oficio.

Un poético, mágico derroche, sin el cual ya no sería posible la Semana Santa de Cartagena.

Adiós, la Medusa sale corriendo, no desear llegar tarde a disfrutar de esa estremecida belleza procesionaria monumental de la Semana Santa de Cartagena. Es un placer y un orgullo contemplarla.


 Fotos de Abel F. Ros y texto La Medusa Paca. Copyright © 

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