El lustrabotas
El lustrabotas
Ha sido en Cartagena, una mañana
de enero y allí estaba el lustrabotas, no pregunté su nombre, no me interesaba,
todos los lustrabotas son parecidos. Hacia carrera en la estrecha calle,
transversal entre La calle Mayor y la Plaza del Rey y que responde a calle
Comedias. Nuestro personaje trataba de esconderse, huir, regañar, no deseaba
entrar en nuestra escena como queriendo encarnar entre los transeúntes del
trasiego la más alborozada manifestación de la injusticia y de la infamia. Yo
lo entiendo. Siempre éste y otros gremios parecidos parecen haber nacido porque
sí, sin motivo alguno o con él, como presentándose de porrazo al mundo, como un
burujillo de Dios. Todos, éste también, han deseado pasear su fatalidad empujando
el carrito de la miseria por los amplios callejones adoquinados del discurrir
urbano de esta Cartagena trimilenaria.
Fue una mañana en la hora del
aperitivo cuando me vio, cuando nos vimos y nos miramos, al tiempo que él huía dejando sola,
como abandonada, como despreciada, la alcancía de su cajón de lustrar, con el
betún, con los cepillos, con los trapos y alguna suelta agria naranja. Fue
entonces cuando él se largó con su noción de lo vivo, su idea de lo eterno, su
ilusión de lo futuro y su rencoroso sentimiento de lo pasado. Y fue allí cuando
entonces, viendo el cajón abandonado, comprendí que las cajas de los
limpiabotas, las de dos tapas, las pintadas de mil colores, esas adornadas con dibujos
naif, remachadas y embellecidas con tachuelas y con apoyo zapatero en el
centro, son unas bombas anarquistas, amasadas en pólvora de abandono, cargadas
de dinamita por salir de la ignorancia y hasta atestadas de proyectiles de desprecio.
Y mientras allí, en la boquera de
La Plaza del Rey, una vez dejada atrás la travesía de los comediantes, estaba
la ciudad, esa ciudad que para el limpiabotas era un inmenso tapete en que su
orgullo podría holgarse. Y fue entonces, observando que el lustrabotas
volvía, cuando tuve conciencia de que la calleja era el perfecto lugar de paso
y cruce, por eso él estaba alli, de busca y estadía contemplativa, de reunión de conocidos y
desconocidos, de tratos comerciales y profesionales, de comercio decadente y,
al paso, de matuteo y trampa, de pulule sin rumbo aparente, de parloteo público
y privado, de espectáculos más o menos improvisados, de reivindicaciones
políticas y sociales, de idas y venidas, y todo girando junto a esa butaca
solitaria, poltrona del señor con puro, al
que el lustrabotas daba lustre y, sobre todo, escenario de un gran teatro
urbano que ante él se muestra, a diario, y a casi todas las horas, en el cercano
Rincón de Miguel. Esa es la transversal calle Comedias donde se sitúa el único
lustrabotas de la Ciudad de Cartagena. Yo no he visto más, y mira que la tengo
recorrida. Vale.
Coda. Seguiré escribiendo
sobre ellos. Recuerdo a Martín, hermano de Pacotín, "tronera", que limpiaba en el vetusto y querido Ibiza logroñés. Les tengo mucho, demasiado respeto: captan las cosas por lo bajo y
estudian a los hombres tomando, sabiamente, como punto de partida, los zapatos.
Intuyen, dentro de su profundo escepticismo, que todo sólo es porfiada pedantería insubstancial o de susbsistencia y, además, no existieron en épocas de grandes
culturas, China, Roma, Egipto y Grecia.
Texto y fotografías La Medusa Paca.
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Un gran ser ese hombre y admirado por mucha gente de Cartagena
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