miércoles, 8 de febrero de 2017 in

El lustrabotas







El lustrabotas

Ha sido en Cartagena, una mañana de enero y allí estaba el lustrabotas, no pregunté su nombre, no me interesaba, todos los lustrabotas son parecidos. Hacia carrera en la estrecha calle, transversal entre La calle Mayor y la Plaza del Rey y que responde a calle Comedias. Nuestro personaje trataba de esconderse, huir, regañar, no deseaba entrar en nuestra escena como queriendo encarnar entre los transeúntes del trasiego la más alborozada manifestación de la injusticia y de la infamia. Yo lo entiendo. Siempre éste y otros gremios parecidos parecen haber nacido porque sí, sin motivo alguno o con él, como presentándose de porrazo al mundo, como un burujillo de Dios. Todos, éste también, han deseado pasear su fatalidad empujando el carrito de la miseria por los amplios callejones adoquinados del discurrir urbano de esta Cartagena trimilenaria. 

Fue una mañana en la hora del aperitivo cuando me vio, cuando nos vimos y nos miramos, al tiempo que él huía dejando sola, como abandonada, como despreciada, la alcancía de su cajón de lustrar, con el betún, con los cepillos, con los trapos y alguna suelta agria naranja. Fue entonces cuando él se largó con su noción de lo vivo, su idea de lo eterno, su ilusión de lo futuro y su rencoroso sentimiento de lo pasado. Y fue allí cuando entonces, viendo el cajón abandonado, comprendí que las cajas de los limpiabotas, las de dos tapas, las pintadas de mil colores, esas adornadas con dibujos naif, remachadas y embellecidas con tachuelas y con apoyo zapatero en el centro, son unas bombas anarquistas, amasadas en pólvora de abandono, cargadas de dinamita por salir de la ignorancia y hasta atestadas de proyectiles de desprecio. 

Y mientras allí, en la boquera de La Plaza del Rey, una vez dejada atrás la travesía de los comediantes, estaba la ciudad, esa ciudad que para el limpiabotas era un inmenso tapete en que su orgullo podría holgarse. Y fue entonces, observando que el lustrabotas volvía, cuando tuve conciencia de que la calleja era el perfecto lugar de paso y cruce, por eso él estaba alli, de busca y estadía contemplativa, de reunión de conocidos y desconocidos, de tratos comerciales y profesionales, de comercio decadente y, al paso, de matuteo y trampa, de pulule sin rumbo aparente, de parloteo público y privado, de espectáculos más o menos improvisados, de reivindicaciones políticas y sociales, de idas y venidas, y todo girando junto a esa butaca solitaria, poltrona del señor con puro, al que el lustrabotas daba lustre y, sobre todo, escenario de un gran teatro urbano que ante él se muestra, a diario, y a casi todas las horas, en el cercano Rincón de Miguel. Esa es la transversal calle Comedias donde se sitúa el único lustrabotas de la Ciudad de Cartagena. Yo no he visto más, y mira que la tengo recorrida. Vale.

Coda. Seguiré escribiendo sobre ellos. Recuerdo a Martín, hermano de Pacotín, "tronera", que limpiaba en el vetusto y querido Ibiza logroñés. Les tengo mucho, demasiado respeto: captan las cosas por lo bajo y estudian a los hombres tomando, sabiamente, como punto de partida, los zapatos. Intuyen, dentro de su profundo escepticismo, que todo sólo es porfiada pedantería insubstancial o de susbsistencia y, además, no existieron en épocas de grandes culturas, China, Roma, Egipto y Grecia. 

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

1 Comment So Far:

  1. Un gran ser ese hombre y admirado por mucha gente de Cartagena

    ResponderEliminar

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores