Los jardines se mueren de frío
El invierno es un cuadro de Francisco de
Goya
Los jardines se mueren de frío
“Los
jardines se mueren de frío;
en
sus largos caminos desiertos
no
hay rosales cubiertos de rosas,
no
hay sonrisas, suspiros ni besos.
¡Como
cae la bruma en el alma
perfumada
de amor y recuerdos!
¡Cuantas
almas se van de la vida
estas
tardes sin sol ni luceros!” (Juan Ramón Jiménez)
Es así la historia de las
estaciones y de los mitos, también la de aquella gitanilla de Cervantes o la de
Preciosa en el Romancero de Lorca, huyendo hacia la casa de los ingleses cuando
San Cristobalón desnudo, “lleno de lenguas celestes”, quiere levantar su
vestido para verla. Poesía y remedio de lo poético para el alma y el cuerpo.
Todo en la constelación de una misma y sentida metamorfosis de la realidad
mientras la invernada nos duele o arrebata, en el alma o en el cuerpo, se
sensualiza o se disipa.
Es así el invierno en la poesía:
doble y converso, con el alma refugiada en la tarde mientras el fuego frena el
frío de la vida de la poesía pura de la grandeza de Juan Ramón. Es así la vida
también, la que peregrina en la melancolía y la que resuelve la picaresca de
aquel Siglo de Oro del que Quevedo es llamado a la modernidad. La una y la otra
son tardes de invernada. La que vieran poetas y pintores, músicos y artistas
populares, la verdad de lo que se aviva y la que también se enmarca en la
vivacidad de una lluvia fina aún sin acabar hasta que aparece la claridad de
las flores, la que se pintaba entre los desnudos de Tiziano y la que se hacía
gloria de nostalgia en Chopin, la misma en uno que en otro, la misma tarde
donde Juan Ramón Jiménez dejaba a los niños soñar con brujas que la de los
aquelarres de Goya, la que semantizaba en pentagrama Mozart o la que se
desprende del fabulismo y la gracia de aquella serranilla que luego fue Serrana
en una cueva donde devoraba con su sexo a los hombres.
Para Juan Ramón Jiménez, en las
tardes del invernal enero, “la nostalgia tristísima / arroja en las almas su
amargo silencio”. Así, cae la noche, y “una lluvia menuda y monótona / humedece
los árboles secos”. Y son las gotas de esa agua fina, su rumor, las que
penetran hasta el fondo del pecho como niebla interior en los pálidos cuerpos
del invierno que el poeta visualiza desde su poética impecable y nítida. Tal
vez de aquellos “ojos sin lumbre” que acabaran en el destierro de una luz
inundada por la tristeza de la noche helada.
Para el poeta de Moguer, en las
tardes de enero “los jardines se mueren de frío”, y “no hay rosales cubiertos
de rosas, / no hay sonrisas, suspiros ni besos”. Es como si la melancolía
obstaculizara la misión de los amantes, como si la naturaleza se refugiara en
los sueños angostos de la luz sin luz. Como si los colores bajaran desde la humedad
“sin lumbre del cielo”.
Esa lumbre de la melancolía, del
alma y cuerpo sin lumbre, contrasta con el invierno de otro poeta, Francisco de
Quevedo, quien nos muestra en un poema que se le atribuye a una fregona lavando
por enero, “metida hasta los muslos en el río”. La poética picaresca de
Quevedo, la más arrasadora de sus lumbres líricas, pone su acento en enero para
que ardan los versos. Y un conde placentero y alegre le pregunta a la muchacha
por el frío que pudiera padecer. Pero, ay, el frío aquí es de otra naturaleza,
justo la que el poeta arranca de otras lumbres que arden: “Señor mío, / siempre
llevo conmigo yo un brasero”.
La gracia, sentida y vigilante
gracia del barroquismo sensual de Quevedo abre desde el frío un manantial del
volcán de la poética. Y ese cierto hidalgo, alegre y placentero, “que era
astuto, y supo dónde, / le dijo, haciendo rueda como pavo, / que le encendiese
un cirio que traía”. Pero para el poeta, lo que hubiera sido un cuerpo pálido,
un rumor de niebla, sin lumbre, una luz inundada de aquella tristeza antes
velada por Juan Ramón Jiménez, sin suspiros ni besos, vive ahora, en el diálogo
festivo de una lavandera, un sentido ardor de cuerpos que se calientan en el
propio verso. Y la fregona dice entonces, “alzándose las faldas hasta el rabo:
/ Pues sople este tizón vueseñoría”. Vale.
Texto y fotografías La Medusa Paca.
Copyright ©
Leave a Reply