miércoles, 15 de febrero de 2017 in

Un agricultor cultivado




Giovanni Guareschi
Un agricultor cultivado
“Las tierras labrantías,
como retazos de estameñas pardas,
el huertecillo, el abejar, los trozos
de verde obscuro en que el merino pasta,
entre plomizos peñascales, siembran
el sueño alegre de infantil Arcadia.

En los chopos lejanos del camino,
parecen humear las yertas ramas
como un glauco vapor —las nuevas hojas—
y en las quiebras de valles y barrancas
blanquean los zarzales florecidos,
y brotan las violetas perfumadas”. (A. Machado)
Como ustedes, supongo, ya saben, agricultor tiene tan hermosos sinónimos que o, bien, aparece como campesino; aquel que vive y trabaja de forma habitual en el campo, o como labrador; ese que labra la tierra o posee hacienda de campo y la cultiva por su cuenta o labriego; el, también, llamado labrador rústico. Y existen también, además de estos, los cultivadores, granjeros, hortelanos, horticultores, plantadores, payeses, colonos y los rústicos.
Y, ante esta hermosa pléyade, hoy les contaré que entre todos estos cultivadores de la tierra, probablemente los haya, no he encontrado a ninguno que, como describe el corresponsal de ABC en Roma Angel G. Fuentes, sea autodidacta, genial lector y, sobre todo, lingüista como ese Riccardo Bertani, de 86 años, que es capaz de salir al campo, habitar en él, sea por distracción o recreo, sea por recobrar o fortalecer la salud y publicar en sus días de ocio diccionarios, ensayos y manuales de traducción.
Riccardo Bertani, narra Ángel G. Fuentes, es un original intelectual italiano, un campesino autodidacta, conocedor de un centenar de idiomas, con particular vocación por los de Asia Central y que con esa edad octogenaria ha publicado centenares de volúmenes, entre diccionarios, traducciones, ensayos de lingüística y folclore, con geniales comparaciones entre lenguas y tradiciones del mundo.
Este campesino durante más de 70 años se levantaba cada noche a las dos y permanecía sentado en su escritorio hasta las nueve de la mañana, en el silencio de Caprara, un pueblecito de 670 habitantes en la provincia de Reggio Emilia, al norte de Italia. Y después se ocupaba de algunas labores del campo.
Ahora se levanta a las cinco para leer, escribir y disfrutar de los amaneceres. Es lo que él llama “estremo mattino”, su amor por ver la salida del sol, “cuando la mente está más limpia y fresca”, confiesa a ABC en su casa llena de libros, donde vive solo desde la muerte de su madre.
Un hogar siempre abierto en el que, junto a la puerta, en la calle, figura esta placa: “Fondo de la biblioteca documental Riccardo Bertani”. Se trata de una colección de obras y trabajos de gran importancia lingüística y cultural, que ha donado a Campegine, el pueblo del que depende Caprara.
Nacido en una familia campesina, en ambiente familiar con estímulos culturales derivados de un padre que fue alcalde comunista de Campegine en la posguerra, en su casa había muchos libros rusos. Leyó siendo muy joven a León Tolstoi y descubrió pronto que su futuro estaba en las lenguas, especialmente las remotas. Aprendió en poco tiempo ruso y se apasionó por Rusia, las estepas siberianas, el Oriente y las lenguas de esos pueblos. Ahora prepara un libro de próxima publicación sobre los ainus, milenario pueblo japonés.
Con extraordinaria memoria nos refiere algunos de sus estudios sobre infinidad de lenguas, muchas desparecidas: de los etruscos, de los ainus, de los mayas, de los pueblos de Mongolia y de etnias autóctonas de Siberia, del lituano y otros idiomas nórdicos, el serbo-croato, el persa, e incluso de los vascos.
No ha viajado por esos mundos que ha estudiado durante decenios. Bertani se ha limitado a visitar algunos ateneos y universidades para dar conferencias y presentar algunos de sus libros. “Mis piernas ya no me permiten alejarme de casa”, dice con resignación, pero su inspiración parece inagotable: “Me inspiro en el gran maestro Tolstoi. En la ética de las cosas sencillas, según la cual uno vale por lo que es, no por lo que tiene”.
Con razón Bertani está considerado un fenómeno de genialidad. Pero él solo quiere ser recordado “por el trabajo, no como un fenómeno”. Un caso único en el mundo”.
Y al terminar de leer este reportaje de ABC y traerlo hasta ustedes, he recordado la cultura, los conflictos y enfrentamientos intelectuales, sociales, culturales y religiosos entre Peppone, un alcalde comunista y Don Camilo, párroco local de Brescello, un pueblecito del valle del Po que creó el escritor italiano Giovanni Guareschi y que mi agricultor, allá en los comienzos de los años sesenta, cuando era bachiller, leyó. Todo sea por mi agricultor.
Y aquí quedo en esta Rioja castellana, agrícola, eterna, callada, invisible, rural, que apenas sobrevive de sus pesares mientras los pocos mulos de mi agricultor se recogen en la cuadra, la piara, ¡ay la piara!, en el aprisco, los conejos dormitan en sus madrigueras y las serpientes inician su muda de piel. ¿Y los hombres? Los hombres se acoplan a los ritos de sus padres, que son los mismos que los de sus abuelos. Y, entre tanto, mis agricultores esperando que nieve, la nieve dicen es bonita de ver, sobre todo en esa impresionante quietud que genera a su alrededor. A mi agricultor, al mío, le gustaría contemplarla y oírla en los claustros de clausura como en algún momento de su vida oyó el sonido del silencio escuchándolo en medio de la nieve. Cuando nieva, ya menos, en la tierra de mi agricultor desaparecen todos los ruiditos de la naturaleza y reina el silencio en estado puro y hasta aparece ese otro momento extraordinario: la emoción de descubrir la nieve al despertar, tras una madrugada heladora y sentir la necesidad de despertar a todos los que duermen en la misma casa comunicando la buena nueva. Funciona. Al primer aviso dan el salto y corren a contemplar el paisaje. Vale.
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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