Tobera: donde es imposible pasar y no parar
Tobera: donde es imposible pasar y no parar
“A la voz del río,
golpes de luz en la historia…
golpes de luz en la historia…
El pan y la sangre cantaban
con la voz nocturna del agua”. (Pablo Neruda)
con la voz nocturna del agua”. (Pablo Neruda)
Cuando los viajeros tomaron
la secundaria Bu-V-50203, dirección Penches, Barcina de los Montes y la Aldea
del Portillo del Busto donde iban a desviarse hacia la autonómica Bu-520, esa
que asciende desde las llanuras burebanas hasta las alturas de los Obarenes
horadándolos a través del paso de la Herradura , hacia Tobera, fueron dirimiendo no solo el viaje,
el destino, si parar en Barcina de los Montes a visitar el viejo lavadero, cosa
que al final hicieron, sino tratar de responder a una serie de viejas preguntas
sin respuesta que, en gran medida, todavía siguen vírgenes.
Dejamos Oña con la sospecha
de que éramos los únicos viajeros andariegos por esas carreteras, fue así y,
sin rastro de otros viajeros, acertamos hasta llegar a la Aldea del Portillo
del Busto, donde encontramos a una pareja, que al vernos parados observando ese
singular lugar de hacer la colada, será en verano, porque en invierno y en
estas alturas ustedes dirán, trataron de explicarnos el nombre de una
callejuela denominada “Tinieblas”, paradoja de nomenclatura a pleno sol. Visitado
y fotografiado el lavadero abandonamos este pueblo, bello por esas montañas que
surgen de pronto al final de casi cualquier calle y seguimos ruta para intentar
llegar al destino de Tobera a esa hora prudencial que nos habilitase poder ver
la ermita.
Debo decir que la ruta fue
hecha apaciblemente gracias a la buena interpretación del mapa por culpa de la
copiloto. A veces los mapas no son más
que petroglifos, laberintos que tratan de ordenar el enigma borgiano de la
realidad, y más cuando se trata de carreteras secundarias, autonómicas y
comarcales, vías pecuarias, pistas forestales y de concentración, que de todas
hemos comido a estas altura de Las
Edades del Hombre.
Ni una parada técnica hicimos
hasta llegar a Ranera. Allí paramos y, al mismo tiempo que fotografiaba su iglesia, una lugareña, que por allí pasaba
tratando de atender al ganado estabulado en la granja, nos aconsejó por dónde
tirar y nos explicó por qué los Condes de Castilla eligieron estos parajes para
descansar del estrés que siempre sufren las monarquías. Sin entender eso del estrés de los Condes,
arrancamos. Nos dejamos seducir por esa carreterita que nos llevó casi de bruces, al azar y tras una curva, hasta el
conjunto arquitectónico del puente medieval previo a la ermita románica de
Nuestra Señora de la Hoz que tiene a sus pies esa especie de altar de
caminantes bautizado con el nombre del Cristo de los Remedios, escueto y
monacato lugar, donde el agua permite que los árboles crean en sí mismos y
alcancen envergadura. Todo este conjunto de tres elementos que maravillan a
los viajeros, está bajo el cobijo de la peña.
Cuenta una leyenda que por
este camino romano pasaba un día un correo de la reina castellana, al que le
salió una serpiente gigante al cruzar el puente de Tobera. El caballo se
encabritó y se desbocó con el jinete a lomos. Pero el mensajero se encomendó al
Santo Cristo de los Remedios y milagrosamente salió ileso del fatal accidente.
Por ese motivo mandó construir junto al puente un pequeño santuario. El altar
de hoy es el heredero del que fundó el correo de la leyenda.
Y, ya dentro del espacio,
tuvimos que desistir de visitar el altar de caminantes y la ermita, ambos estaban
candados. Lo mismo hicieron, una pareja de viajeros como nosotros, un motero
encuerado que aparcó su
Harley-Davidson delante del
eremitorio con horario de visita sin anunciar, un perro y unas tres o cuatro
cabras subidas a la peña que reguarda la ermita tratando de ramonear unos
tiernos brotes de encina nacidos como cuñas entre las grietas de la peña.
Y allí el puente, el altar
de caminantes y la ermita, ¡Ay la ermita de Santa María de la Hoz, siglo
XIII! Engastada sobre la roca de una
pared vertical, construida sobre los restos de algún templo anterior, de una
única nave y otrora hospedería de peregrinos que descendían del Portillo de
Busto hacía el camino principal compostelano. Románica tardía. Canecillos
románicos. Algunas trazas góticas en arquivoltas ojivales todas ellas lisas,
excepto la exterior que está decorada con diez figuras esculpidas que conforman
la portalada,... ... que contrastan con la decoración románica de los capiteles,
con motivos vegetales, y de los arcos del soportal.
Y allí a sus pies el altar
de caminantes del Santo Cristo de los Remedios, un pequeño santuario del siglo
XVII protegido por una reja antivándalos con la imagen del santo en cuestión y
una vitrina a los pies que contiene una talla de una serpiente gigante.
Y, a escasos metros, el
bello, bien cuidado y vistoso puente medieval por donde transitaba la antigua calzada
romana cordón umbilical entre Briviesca con Orduña y los puertos del norte. Y una
senda que desciende siguiendo el curso del río Molinar. El río de Tobera este
otoño sufre de las pocas nieves y menos lluvias del invierno pasado. Y cascadas y miradores.
Y el riente río Molinar, movedor de batanes que antaño abastecía papel a las
imprentas.
¡Qué lugar y qué encanto! ¡Qué
tranquilidad y silencio, sólo roto por el murmullo de las aguas saltarinas!
¡Qué disfrute de Naturaleza e Historia! ¡Qué bellas cascadas originadas por surgencias que brotan en lo alto! ¡Qué
gargantas, qué desfiladero a modo de circo de rocas! Ahora se explican los
viajeros cómo, a principios del siglo XI, D. Gómez Díaz y su mujer vendieron al
Conde D. Sancho la villa de Oña a cambio de este lugar “cum suas
casas...terras, uineas, molinos...".
Después de la visita y
habiendo aparcado en un lugar ajardinado pegamos la hebra con tres hombres de
pie, y en charleta delante de una casa, perfectamente reconstruida, cuidada y
ornamentada, mientras echaban el día apuntando una sonrisa pícara. Y al fondo un huerto y
una higuera, proporcionando una buena
sombra.
Los viajeros, entre huertas,
roquedos y choperas, continuamos viaje hasta Frías a visitar el puente medieval
sobre el río Ebro, comer y descansar.
Tendimos nuestros utensilios campistas y…a comer pitanza de labriegos: lonchas
de jamón de pueblo, rodajas de salchichón ibérico con textura de cuero antiguo
pero sabrosas y un revuelto de pimientos del piquillo con huevos duros
troceados, que bien podían servir para todo un tratado de filosofía, ¡Ah, y
todo esto regado con un par de copas de vino de nuestra bodega! Luego hasta dio
para echar una siesta en el prado a orillas del río Ebro. Allí verdaderamente
es donde encontramos el equilibrio entre el misterio de las ermitas, la certeza
de los puentes…y esas Edades que acaso templaron melancolías y desesperos,
desganas y cacerías.
Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©
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