miércoles, 17 de octubre de 2012 in

Tobera: donde es imposible pasar y no parar



Tobera: donde es imposible pasar y no parar


“A la voz del río,
golpes de luz en la historia…
El pan y la sangre cantaban
                          con la voz nocturna del agua”.
(Pablo Neruda)

Cuando los viajeros tomaron la secundaria Bu-V-50203, dirección Penches, Barcina de los Montes y la Aldea del Portillo del Busto donde iban a desviarse hacia la autonómica Bu-520, esa que asciende desde las llanuras burebanas hasta las alturas de los Obarenes horadándolos a través del paso de la Herradura , hacia Tobera, fueron dirimiendo no solo el viaje, el destino, si parar en Barcina de los Montes a visitar el viejo lavadero, cosa que al final hicieron, sino tratar de responder a una serie de viejas preguntas sin respuesta que, en gran medida, todavía siguen vírgenes.

Dejamos Oña con la sospecha de que éramos los únicos viajeros andariegos por esas carreteras, fue así y, sin rastro de otros viajeros, acertamos hasta llegar a la Aldea del Portillo del Busto, donde encontramos a una pareja, que al vernos parados observando ese singular lugar de hacer la colada, será en verano, porque en invierno y en estas alturas ustedes dirán, trataron de explicarnos el nombre de una callejuela denominada “Tinieblas”, paradoja de nomenclatura a pleno sol. Visitado y fotografiado el lavadero abandonamos este pueblo, bello por esas montañas que surgen de pronto al final de casi cualquier calle y seguimos ruta para intentar llegar al destino de Tobera a esa hora prudencial que nos habilitase poder ver la ermita.


Debo decir que la ruta fue hecha apaciblemente gracias a la buena interpretación del mapa por culpa de la copiloto.  A veces los mapas no son más que petroglifos, laberintos que tratan de ordenar el enigma borgiano de la realidad, y más cuando se trata de carreteras secundarias, autonómicas y comarcales, vías pecuarias, pistas forestales y de concentración, que de todas hemos comido a estas altura  de Las Edades del Hombre. 

Ni una parada técnica hicimos hasta llegar a Ranera. Allí paramos y, al mismo tiempo que fotografiaba  su iglesia, una lugareña, que por allí pasaba tratando de atender al ganado estabulado en la granja, nos aconsejó por dónde tirar y nos explicó por qué los Condes de Castilla eligieron estos parajes para descansar del estrés que siempre sufren las monarquías.  Sin entender eso del estrés de los Condes, arrancamos. Nos dejamos seducir por esa carreterita que nos llevó casi  de bruces, al azar y tras una curva, hasta el conjunto arquitectónico del puente medieval previo a la ermita románica de Nuestra Señora de la Hoz que tiene a sus pies esa especie de altar de caminantes bautizado con el nombre del Cristo de los Remedios, escueto y monacato lugar, donde el agua permite que los árboles crean en sí mismos y alcancen envergadura. Todo este conjunto de tres elementos que maravillan a los viajeros, está bajo el cobijo de la peña. 


Cuenta una leyenda que por este camino romano pasaba un día un correo de la reina castellana, al que le salió una serpiente gigante al cruzar el puente de Tobera. El caballo se encabritó y se desbocó con el jinete a lomos. Pero el mensajero se encomendó al Santo Cristo de los Remedios y milagrosamente salió ileso del fatal accidente. Por ese motivo mandó construir junto al puente un pequeño santuario. El altar de hoy es el heredero del que fundó el correo de la leyenda.

Y, ya dentro del espacio, tuvimos que desistir de visitar el altar de caminantes y la ermita, ambos estaban candados. Lo mismo hicieron, una pareja de viajeros como nosotros, un motero encuerado que aparcó su Harley-Davidson  delante del eremitorio con horario de visita sin anunciar, un perro y unas tres o cuatro cabras subidas a la peña que reguarda la ermita tratando de ramonear unos tiernos brotes de encina nacidos como cuñas entre las grietas de la peña. 

Y allí el puente, el altar de caminantes y la ermita, ¡Ay la ermita de Santa María de la Hoz, siglo XIII!  Engastada sobre la roca de una pared vertical, construida sobre los restos de algún templo anterior, de una única nave y otrora hospedería de peregrinos que descendían del Portillo de Busto hacía el camino principal compostelano. Románica tardía. Canecillos románicos. Algunas trazas góticas en arquivoltas ojivales todas ellas lisas, excepto la exterior que está decorada con diez figuras esculpidas que conforman la portalada,... ... que contrastan con la decoración románica de los capiteles, con motivos vegetales, y de los arcos del soportal. 

Y allí a sus pies el altar de caminantes del Santo Cristo de los Remedios, un pequeño santuario del siglo XVII protegido por una reja antivándalos con la imagen del santo en cuestión y una vitrina a los pies que contiene una talla de una serpiente gigante.


Y, a escasos metros, el bello, bien cuidado y vistoso puente medieval por donde transitaba la antigua calzada romana cordón umbilical entre Briviesca con Orduña y los puertos del norte. Y una senda que desciende siguiendo el curso del río Molinar. El río de Tobera este otoño sufre de las pocas nieves y menos lluvias del invierno pasado.  Y cascadas y miradores. Y el riente río Molinar, movedor de batanes que antaño abastecía papel a las imprentas. 

¡Qué lugar y qué encanto! ¡Qué tranquilidad y silencio, sólo roto por el murmullo de las aguas saltarinas! ¡Qué disfrute de Naturaleza e Historia! ¡Qué bellas cascadas originadas por surgencias que brotan en lo alto! ¡Qué gargantas, qué desfiladero a modo de circo de rocas! Ahora se explican los viajeros cómo, a principios del siglo XI, D. Gómez Díaz y su mujer vendieron al Conde D. Sancho la villa de Oña a cambio de este lugar “cum suas casas...terras, uineas, molinos...".


Después de la visita y habiendo aparcado en un lugar ajardinado pegamos la hebra con tres hombres de pie, y en charleta delante de una casa, perfectamente reconstruida, cuidada y ornamentada, mientras echaban el día apuntando una sonrisa pícara. Y al fondo un huerto y una higuera,  proporcionando una buena sombra.  

Los viajeros, entre huertas, roquedos y choperas, continuamos viaje hasta Frías a visitar el puente medieval sobre el río Ebro, comer y descansar.  Tendimos nuestros utensilios campistas y…a comer pitanza de labriegos: lonchas de jamón de pueblo, rodajas de salchichón ibérico con textura de cuero antiguo pero sabrosas y un revuelto de pimientos del piquillo con huevos duros troceados, que bien podían servir para todo un tratado de filosofía, ¡Ah, y todo esto regado con un par de copas de vino de nuestra bodega! Luego hasta dio para echar una siesta en el prado a orillas del río Ebro. Allí verdaderamente es donde encontramos el equilibrio entre el misterio de las ermitas, la certeza de los puentes…y esas Edades que acaso templaron melancolías y desesperos, desganas y cacerías.

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©

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