Hacia el Monacatus
Hacia el Monacatus
“Helo
aquí, está tras nuestra pared,
Mirando por las ventanas,
Atisbando por las celosías”. (Cantar de los Cantares)
Mirando por las ventanas,
Atisbando por las celosías”. (Cantar de los Cantares)
Aquí estamos para narrarles una serie de recorridos
que iremos trazando, si Dios y los achaques nos dejan, por esas carreteras que
en tiempos pasados se llamaron de segundo o tercer orden y hoy figuran en la
cartografía como secundarias, comarcales o autonómicas. Para La Medusa y su
fiel compañera el haber elegido esta opción de camino no es otra que es aquí
donde el tiempo se remansa como un río que no tiene prisa por morir, el espacio
se dilata, el campo no está encajonado como en las autopistas y autovías por
las que corremos todos como alma que lleva el diablo y porque lo importante no
es el destino, (llegar), sino el mero viaje: vivir.
Andar por estas carreteras y contarles lo que vemos,
olemos o sentimos es el pacto que La Medusa firma con ustedes y lo hace con el
impulso irresistible de una piedra lanzada como cuando éramos niños, para que
rebote sobre la piel inmaculada de un lago que el paso del tiempo ha
edulcorado.
El pacto es con ese lector desconocido, claro, que
acaso quiera saber lo que no frecuentan los papeles, las vidas y los afanes de
quienes trabajan sin estridencias, intentando hacerlo como se debe, sin más
recompensa que el propio bien hacer.
El pacto es para contarles lo que se ha extinguido a
fuerza de haberse vuelto invisible, silencioso, estoico, seguramente también
imaginario. Por esas carreteras secundarias o de tercer o segundo orden
transcurrirá ese paisaje que nos hemos acostumbrado a ver desde la ventanilla y
se desvanece velozmente. Deseo “quemar los días” Esas
son palabras de James Salter, un novelista capaz de trabajar hasta la
extenuación para que las palabras sean tan incandescentes como la experiencia.
Como la vida.
El día había alumbrado espléndido y, después de
pertrecharnos con unos jerséis por si el frío aparecía por esas alturas, echar
a los bolsos unas cuantas dulces pastitas, que últimamente tanto endulzan al viajero,
y una bolsita de caramelos de café y leche, no precisamente de la Vda. de
Solano, ¡qué tiempos!, subimos a nuestro incombustible y resistente Renault
Espace para dirigirnos hasta Oña, puerta de las Merindades, a visitar la
exposición de Las Edades del Hombre.
107 Kilómetros son los que separan Villamediana de
Iregua de la Villa Condal de Oña, los recorrimos sin apearnos de la Nacional
232 que une Vinaroz con Santander, el Mediterráneo con el Cantábrico, lo
hicimos recorriendo pueblos y veredas como Fuenmayor, Cenicero, Briones,
Ollauri y Casalarreina hasta llegar al desfiladero de Pancorbo. Atravesamos villas
con castillos y atalayas, murallas, iglesias, monasterios, retablos, pinturas y
esculturas, calzadas, lugares rupestres, caminos y calzadas, chozos y
guardaviñas y nos tropezamos con viñedos en torno a los meandros del Río Ebro,
con afanosos y étnicos vendimiadores que marchaban al tajo, remolques llenos de
uva cortada con destino a las torvas de las innumerables bodegas situadas a pie
de carretera o a poca distancia de ellas. Y así, pausadamente, sin prisas
llegamos a otro desfiladero: el de Oña que cierra los campos abiertos de la
Bureba y abre las puertas hacia Las Merindades, lugar donde las sorpresas
aparecen a cada paso, en las que las tierras son de buen hacer y que tantos buenos
recuerdos le traen al viajero.
Aquí nos saludan, desde arquitrabes, las sombras de
los monjes de San Benito, los que inventaron Europa, que rezan desde los
visigodos, la liturgia de las horas y los capiteles fantasmagóricos cincelados
por canteros que ideaban la masonería y la Ilustración.
Aquí, delante de este gran legado medieval, nos
aposentamos para revivir el glorioso pasado de estas tierras, vinculadas al
nacimiento del Condado de Castilla. Esto será parte de otro relato. Cuan los viajeros
llegaron el escenario todavía estaba vacío y desnudo. Para hacer tiempo nos
dimos un paseo por las calles de su casco urbano descubriendo una cuidada
arquitectura tradicional y, aun en el silencio, hasta pudimos escuchar el
murmullo del cercano Ebro, modelando este espectacular paisaje de igual manera
que quisimos recordar, mientras oraba, al eremita: “Helo aquí, está tras nuestra
pared, mirando por las ventanas, atisbando por las celosías”.
Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©
Leave a Reply