viernes, 5 de octubre de 2012 in

Hacia el Monacatus



Hacia el Monacatus


“Helo aquí, está tras nuestra pared,
Mirando por las ventanas,
Atisbando por las celosías”.
 (Cantar de los Cantares)

Aquí estamos para narrarles una serie de recorridos que iremos trazando, si Dios y los achaques nos dejan, por esas carreteras que en tiempos pasados se llamaron de segundo o tercer orden y hoy figuran en la cartografía como secundarias, comarcales o autonómicas. Para La Medusa y su fiel compañera el haber elegido esta opción de camino no es otra que es aquí donde el tiempo se remansa como un río que no tiene prisa por morir, el espacio se dilata, el campo no está encajonado como en las autopistas y autovías por las que corremos todos como alma que lleva el diablo y porque lo importante no es el destino, (llegar), sino el mero viaje: vivir.

Andar por estas carreteras y contarles lo que vemos, olemos o sentimos es el pacto que La Medusa firma con ustedes y lo hace con el impulso irresistible de una piedra lanzada como cuando éramos niños, para que rebote sobre la piel inmaculada de un lago que el paso del tiempo ha edulcorado. 

El pacto es con ese lector desconocido, claro, que acaso quiera saber lo que no frecuentan los papeles, las vidas y los afanes de quienes trabajan sin estridencias, intentando hacerlo como se debe, sin más recompensa que el propio bien hacer. 

El pacto es para contarles lo que se ha extinguido a fuerza de haberse vuelto invisible, silencioso, estoico, seguramente también imaginario. Por esas carreteras secundarias o de tercer o segundo orden transcurrirá ese paisaje que nos hemos acostumbrado a ver desde la ventanilla y se desvanece velozmente. Deseo “quemar los días” Esas son palabras de James Salter, un novelista capaz de trabajar hasta la extenuación para que las palabras sean tan incandescentes como la experiencia. Como la vida.

El día había alumbrado espléndido y, después de pertrecharnos con unos jerséis por si el frío aparecía por esas alturas, echar a los bolsos unas cuantas dulces pastitas, que últimamente tanto endulzan al viajero, y una bolsita de caramelos de café y leche, no precisamente de la Vda. de Solano, ¡qué tiempos!, subimos a nuestro incombustible y resistente Renault Espace para dirigirnos hasta Oña, puerta de las Merindades, a visitar la exposición de Las Edades del Hombre. 


107 Kilómetros son los que separan Villamediana de Iregua de la Villa Condal de Oña, los recorrimos sin apearnos de la Nacional 232 que une Vinaroz con Santander, el Mediterráneo con el Cantábrico, lo hicimos recorriendo pueblos y veredas como Fuenmayor, Cenicero, Briones, Ollauri y Casalarreina hasta llegar al desfiladero de Pancorbo. Atravesamos villas con castillos y atalayas, murallas, iglesias, monasterios, retablos, pinturas y esculturas, calzadas, lugares rupestres, caminos y calzadas, chozos y guardaviñas y nos tropezamos con viñedos en torno a los meandros del Río Ebro, con afanosos y étnicos vendimiadores que marchaban al tajo, remolques llenos de uva cortada con destino a las torvas de las innumerables bodegas situadas a pie de carretera o a poca distancia de ellas. Y así, pausadamente, sin prisas llegamos a otro desfiladero: el de Oña que cierra los campos abiertos de la Bureba y abre las puertas hacia Las Merindades, lugar donde las sorpresas aparecen a cada paso, en las que las tierras son de buen hacer y que tantos buenos recuerdos le traen al viajero. 

Aquí nos saludan, desde arquitrabes, las sombras de los monjes de San Benito, los que inventaron Europa, que rezan desde los visigodos, la liturgia de las horas y los capiteles fantasmagóricos cincelados por canteros que ideaban la masonería y la Ilustración.

Aquí, delante de este gran legado medieval, nos aposentamos para revivir el glorioso pasado de estas tierras, vinculadas al nacimiento del Condado de Castilla. Esto será parte de otro relato. Cuan los viajeros llegaron el escenario todavía estaba vacío y desnudo. Para hacer tiempo nos dimos un paseo por las calles de su casco urbano descubriendo una cuidada arquitectura tradicional y, aun en el silencio, hasta pudimos escuchar el murmullo del cercano Ebro, modelando este espectacular paisaje de igual manera que quisimos recordar, mientras oraba, al eremita: “Helo aquí, está tras nuestra pared, mirando por las ventanas, atisbando por las celosías”. 


Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©

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