En los aledaños del Monacatus
En los
aledaños del Monacatus
“Cantemos,
¡oh Sicilianas Musas!, mayores asuntos;
pues no a todos deleitan las florestas ni los humildes tamarindos:
si cantamos las selvas, que dignas sean las selvas, oh cónsul”. (Virgilio, a Polión; Bucolicas; Egloga IV)
pues no a todos deleitan las florestas ni los humildes tamarindos:
si cantamos las selvas, que dignas sean las selvas, oh cónsul”. (Virgilio, a Polión; Bucolicas; Egloga IV)
Llegados a
Oña los viajeros dejamos que el viaje nos sorprendiera. Que nos cambiara los
planes. Que nos abriera los ojos. Que el fresco viento venido de Los Obarenes
nos acariciase las mejillas, tanto que, a pesar de ser las diez y media de la
mañana, obligó a que nos abrigásemos. Un giro equivocado en el camino, después
de abandonar la N. 232 transitable por la calle de Ronda, hizo que tomásemos
una desviación que no era otra cosa que la carretera Bu-V-5203. Otra vez
equivocados fuimos a parar o ella nos llevó a una explanada, aparcamos y fue allí,
en medio de una abundante espesura desordenada, donde descubrimos un espejismo y un palacio y una
serie de tapiados edificios que hasta no hace mucho, cuarenta y cinco años
atrás, fue el centro universitario de estudios filosóficos y teológicos Colegio Máximo Oniense. Se nos mostró como un desahuciado hospital semejante a ese perro pastor sin raza
ni pedigrí que retorciéndose merodeaba sintiendo fuertemente la presencia de la
muerte y el dolor. Y nos alegramos que la equivocación nos condujera hasta
la verdadera naturaleza del viaje que
no era otra que dejarnos arrastrar por lo imprevisto.
Ocurrió esa
mañana del 4 del corriente de octubre cuando las campanas del Monasterio de San
Salvador tañían en el valle como avisando de que ya era hora
para que la Casa del Parque abriera sus puertas y mostrarnos la belleza de sus
dos hermosas y minimalistas plantas, o quizás llamaban a misa para celebrar la
festividad en honor de San Francisco de Asís.
Esta
anunciada Casa del Parque de los Montes Obarenes es una antigua y vieja
vaquería del Monasterio de San
Salvador situada en el espacio que se
conoce como la Huerta, espacio amurallado en sus 4 km. de perímetro y donde los
Jesuitas, en sus tiempos de estancia en Oña,
utilizaron para la producción, autoconsumo y servicio de leche y carne
en la planta baja, pajar (heno y paja) para el ganado en la planta primera y como
almacén de provisiones para el invierno en la planta segunda.
Hoy, marchados los Jesuitas,
1967, a esta vieja vaquería se le conoce como Casa del Parque de Montes
Obarenes - San Zadornil. Restaurada, se concibió como una solución
perfectamente integrada en el diseño de la arquitectura del edificio,
respetando su cuerpo interior, así como la amplitud de espacios, empleándose materiales
idénticos a los utilizados en la rehabilitación con el objeto de conseguir una
sincronía estética para armonizarla en todo su entorno.
Allí en la planta baja y
nada más acceder al recinto, ante la escultura conceptual y la sombra de un
quejigo, presidiendo el acceso, se nos mostró, de un modo innovador y accesible, la riqueza
de este Parque y los aspectos más destacados de este territorio, que incidieron de forma especial en el aspecto
dinámico de la naturaleza.
Iniciamos el ascenso hacia
la planta primera y notamos que la pretensión del edificio no era otro que el
introducir al visitante, de una manera más sensorial, en otros aspectos del
territorio al mismo tiempo que una serie de montajes audiovisuales y modernas
escenografías nos sumergían en un mar de sensaciones, sonidos de la naturaleza
envueltos en su músicas y aromas trasladándonos al recuerdo de emotivos tiempos
pasados y usos forestales del territorio. Fue allí donde, ante una galería
acristalada pudimos contemplar, desde su mirador, toda la grandeza del
desfiladero del río Oca, las fantásticas vistas de su cañón, contemplar sus
cortados rocosos, los bosques que lo pintan de verde y el vuelo de las aves que
lo habitan. Allí, cobijados en el rincón de la memoria, pudimos observar todo
ese paisaje que es el resultado de los usos del modo de vida de sus gentes, su
cotidianidad en el último siglo a través de sus oficios y tradiciones que nos
ayudó a comprender el presente y a lanzar una mirada hacia el futuro.
Como dos auténticos alumnos,
ávidos de aprender, nos permitimos de manera sencilla y participativa descubrir
el Parque Natural, disfrutando de pedagógicos juegos, maquetas, vitrinas,
didácticas on-line, vídeos y otras lindezas
educativas que nos hicieron disfrutar y volver a los tiempos de aquella nuestra
escuela carente de medios para aprender pero suficiente en el aprendizaje.
Y arriba, en la planta
superior la biblioteca, esa que bien puede ser mini-herencia de
aquella otra que, en tiempos, llegó a albergar más de 60.000 volúmenes en los
que, parte de sus fondos bibliográficos, fueron incunables, libros del siglo
XVI y unos cuantos volúmenes de autores escolásticos de los siglos XVII y XVIII
y que fue trasladada pieza a pieza, en el sentido físico, desde este monasterio hasta la Universidad Jesuítica
de Comillas con sede en Cantoblanco, Madrid.
Allí,
bajo la luz del primer sol, donde los nimbos que cubren el horizonte parecían
señales de humo de una tribu de repobladores castellanos como deseando desenterrar
el hacha de guerra, quedamos. ¡Qué felices somos ahora que hemos llegado!
Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©
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