martes, 9 de octubre de 2012 in

En los aledaños del Monacatus



En los aledaños del Monacatus


Cantemos, ¡oh Sicilianas Musas!, mayores asuntos;
pues no a todos deleitan las florestas ni los humildes tamarindos:
si cantamos las selvas, que dignas sean las selvas, oh cónsul”.
(Virgilio, a Polión;  Bucolicas; Egloga IV)

Llegados a Oña los viajeros dejamos que el viaje nos sorprendiera. Que nos cambiara los planes. Que nos abriera los ojos. Que el fresco viento venido de Los Obarenes nos acariciase las mejillas, tanto que, a pesar de ser las diez y media de la mañana, obligó a que nos abrigásemos. Un giro equivocado en el camino, después de abandonar la N. 232 transitable por la calle de Ronda, hizo que tomásemos una desviación que no era otra cosa que la carretera Bu-V-5203. Otra vez equivocados fuimos a parar o ella nos llevó a una explanada, aparcamos y fue allí, en medio de una abundante espesura desordenada,  donde descubrimos un espejismo y un palacio y una serie de tapiados edificios que hasta no hace mucho, cuarenta y cinco años atrás, fue el centro universitario de estudios filosóficos y teológicos Colegio Máximo Oniense. Se nos mostró como un desahuciado  hospital semejante a ese perro pastor sin raza ni pedigrí que retorciéndose merodeaba sintiendo fuertemente la presencia de la muerte y el dolor. Y nos alegramos que la equivocación nos condujera hasta la verdadera naturaleza del viaje que no era otra que dejarnos arrastrar por lo imprevisto. 

Ocurrió esa mañana del 4 del corriente de octubre cuando las campanas del Monasterio de San Salvador tañían en el valle como avisando de que ya era hora para que la Casa del Parque abriera sus puertas y mostrarnos la belleza de sus dos hermosas y minimalistas plantas, o quizás llamaban a misa para celebrar la festividad en honor de San Francisco de Asís. 


Esta anunciada Casa del Parque de los Montes Obarenes es una antigua y vieja vaquería del Monasterio de San Salvador situada en el espacio que se conoce como la Huerta, espacio amurallado en sus 4 km. de perímetro y donde los Jesuitas, en sus tiempos de estancia en Oña, utilizaron para la producción, autoconsumo y servicio de leche y carne en la planta baja, pajar (heno y paja) para el ganado en la planta primera y como almacén de provisiones para el invierno en la planta segunda.

Hoy, marchados los Jesuitas, 1967, a esta vieja vaquería se le conoce como Casa del Parque de Montes Obarenes - San Zadornil. Restaurada, se concibió como una solución perfectamente integrada en el diseño de la arquitectura del edificio, respetando su cuerpo interior, así como la amplitud de espacios, empleándose materiales idénticos a los utilizados en la rehabilitación con el objeto de conseguir una sincronía estética para armonizarla en todo su entorno.

Allí en la planta baja y nada más acceder al recinto, ante la escultura conceptual y la sombra de un quejigo, presidiendo el acceso, se nos mostró,  de un modo innovador y accesible, la riqueza de este Parque y los aspectos más destacados de este territorio,  que incidieron de forma especial en el aspecto dinámico de la naturaleza.

Iniciamos el ascenso hacia la planta primera y notamos que la pretensión del edificio no era otro que el introducir al visitante, de una manera más sensorial, en otros aspectos del territorio al mismo tiempo que una serie de montajes audiovisuales y modernas escenografías nos sumergían en un mar de sensaciones, sonidos de la naturaleza envueltos en su músicas y aromas trasladándonos al recuerdo de emotivos tiempos pasados y usos forestales del territorio. Fue allí donde, ante una galería acristalada pudimos contemplar, desde su mirador, toda la grandeza del desfiladero del río Oca, las fantásticas vistas de su cañón, contemplar sus cortados rocosos, los bosques que lo pintan de verde y el vuelo de las aves que lo habitan. Allí, cobijados en el rincón de la memoria, pudimos observar todo ese paisaje que es el resultado de los usos del modo de vida de sus gentes, su cotidianidad en el último siglo a través de sus oficios y tradiciones que nos ayudó a comprender el presente y a lanzar una mirada hacia el futuro.


Como dos auténticos alumnos, ávidos de aprender, nos permitimos de manera sencilla y participativa descubrir el Parque Natural, disfrutando de pedagógicos juegos, maquetas, vitrinas, didácticas  on-line, vídeos y otras lindezas educativas que nos hicieron disfrutar y volver a los tiempos de aquella nuestra escuela carente de medios para aprender pero suficiente en el aprendizaje.  

Y arriba, en la planta superior la biblioteca, esa que bien puede ser mini-herencia de aquella otra que, en tiempos, llegó a albergar más de 60.000 volúmenes en los que, parte de sus fondos bibliográficos, fueron incunables, libros del siglo XVI y unos cuantos volúmenes de autores escolásticos de los siglos XVII y XVIII y que fue trasladada pieza a pieza, en el sentido físico, desde  este monasterio hasta la Universidad Jesuítica de Comillas con sede en Cantoblanco, Madrid. 

Allí, bajo la luz del primer sol, donde los nimbos que cubren el horizonte parecían señales de humo de una tribu de repobladores castellanos como deseando desenterrar el hacha de guerra, quedamos. ¡Qué felices somos ahora que hemos llegado!

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©

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