lunes, 21 de febrero de 2022 in

Paseo entre mimosas y jacintos

 


Paseo entre mimosas y jacintos

 Por entre el viento

vuelan flores doradas

y

 mariposas. (PRJP)

Ha transcurrido todo el mes de enero y lo que febrero ha recorrido sin que caiga una gota de agua. Nada comparado a lo que contaba Luis Buñuel en Mi último suspiro. Y yo intentando llegar a la primavera sano y salvo.

 No sé qué me pasa últimamente que no hay tiempo ni para tener algo de tiempo.

A veces echo de menos los inviernos de antes. Esos en los que no paraba de llover y hasta nevar y helar y sólo podías estar en casa mirando cómo caía la nevada y contemplando los churros de madrugada al calor del hogar. Hay a quienes esta situación les da tristeza. Y a mí melancolía, aunque me parece la más dulce de todas, como cuando me baño en el Mar Menor y estoy rodeado de agua.Esa necesidad quizás me viene de haber nacido en el medio rural, casi desertizado, donde el tiempo estaba hecho de arena y caía con el sol sobre lo arcilloso de los adobes de la casa.

 En ocasiones echo de menos esa luz, aunque sea de panza de burra. El sol, su luz, es la riqueza de cualquier lugar. Y es cuando comienzo a darme cuenta de lo que sería la Tierra siempre a oscuras.

Esta mañana me quedé mirando las primeras prímulas silvestres florecidas.

Me las regalaron hace veinte y dos años, y siguen floreciendo, incluso podrían cubrir los caminos por donde la primavera, con pasos de semilla, desde que vinieron de la umbría del monte, avanzan.

 

También los narcisos que me traje en un gran saco de la finca de mi amigo han empezado a espigar bajo las guindaleras. En este caso no son flores silvestres, pero se han vuelto ya cimarronas y salen con la inocencia de la Naturaleza a la intemperie de febrero, con sus flores amarillas como el sol; y en los bancales, las especies silvestres, como el junquillo, que es el más discreto y hermoso de todos.

Su forma de moverse me fascina, como si saludaran al viento cuando pasa. También los narcisos que me trajo mi amiga Josefa, adornando un gran canastillo, han empezado a espigar bajo los limoneros. En este caso no son flores silvestres, pero se han vuelto ya cimarronas, y salen con la inocencia de la Naturaleza, a la intemperie de febrero, con sus flores amarillas como el sol; y en los terraplenes, las especies silvestres como el junquillo, que es el más discreto y hermoso de todos. Ya de nuevo en el paseo, pasé por bosques amarillos, de la cantidad de mimosas en flor que tenían, trozos de sol en el paisaje.

En mi caminar, vi también magnolias florecidas que asomaban desde los jardines de las casas, y camelias alfombrando de pétalos sus sombras y, en los ribazos y acirates, unas varitas que tienen unas flores rojas que no sé cómo se llaman, pero sí cuánto alegran estos días de invierno, llenos de sol que estamos teniendo.

Su forma de moverse me fascina, como si saludaran al viento cuando pasa. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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