domingo, 9 de febrero de 2020 in

LA PALA





LA PALA
Buscar aquello que fuimos entre la niebla que se extiende por la geografía del silencio. Entre paredes que ya no son, y árboles que se sumergen debajo del agua. El atlas de la vida reconvertido en un fugaz espasmo del pasado. Pasado reconvertido en nieve.” (Ángel Silvelo Gabriel)    

El otro día, con los primeros copos de febrero, escuché y hasta participé de la conversación que mantuvieron Fulgencio Jiménez, pequeño filósofo rural, y Matías Fraile, eterno aprendiz de erudito, resguardados bajo los soportales de la Casa Consistorial gravaleña y protegidos, mientras la nevasca se adueñaba de la calle, por esa lapida romana del Siglo II, de algo más de un metro de largo por cuarenta centímetros de ancho y con la siguiente inscripción, prácticamente ilegible, que dice: D.M. POSNET NEPTAES SERGIA MATER (A los Dioses Manes Puso (esta lápida) a Neptaes Sergia su madre). Encima de la inscripción se contempla, algo difuso, una especie de busto tosco, borrado por el tiempo de la arenisca milenaria:
       
-          La nieve revela la verdadera naturaleza de los hombres- sentenció Fulgencio.
-          ¿Cómo es ello?- inquirió, quisquilloso, casi ofendido, Matías.
-          Hay dos clases de seres humanos: los que se quejan al ayuntamiento porque no retiran la nieve que les impide salir de casa o circular con el coche y los que agarran su pala y abren veredas en la nieve.


-          Te olvidas de un tercer grupo.
-          ¿...?
-          Los que aguardamos tranquilamente a que la nieve se regale.
Fue ésta una conversación de un día de nieve en las Tierras Altas de La Rioja donde las moscas blanquecinas, esas que se asoman tímidamente, como visita vergonzosa, por segunda vez este invierno, a la altura del Carrascal de Villarroya. Esta temporada la nieve se insinuó con tímida presencia por sus caminos, calles, andurriales y altozanos por lo que las chácharas, también, han sido escasas. 
Las fotografías de esta nevasca en torno a la candelaria me suscitan un fuerte contraste con el recuerdo de las parvas tendidas del ardiente verano, en las que crujía la mies al paso de los trillos y el de esos humildes gorriones, tan cercanos y familiares haciendo sus nidos en las paredes, ahora derrumbadas la mayoría, y que, tiritando, se cobijaban bajo las primitivas teinadas de bardas de carrasca. La desaparición de todas estas costumbres y tradiciones fueron la señal de que en los pueblos sólo queda el invierno como su seña de identidad, demostración patente de que el único elemento fiel de las Tierras Altas es la nieve, además de las picarazas, alondras, cogujadas y algún vencejo u hocete, gorriones y, por supuesto, los recuerdos.
Diré, por último, que siempre llamó mi atención la sensación de silencio y la abrumadora soledad de estos blancos días en estos desolados parajes de mi aldea. Es imposible no acordarme en este punto de aquellas “guerras” infantiles a bolazo limpio en los patios de esa mi escuela primaria durante el recreo y del humo del “Horno-tahona”, cercano y caliente, de la tía Claudia. Ahora me envuelve la nostalgia de no contemplar perros retozando en la nieve, de no poder admirar a esas queridas mujeres amasando y cociendo el pan ni las travesuras de esos niños construyendo en los ventisqueros trampas jocosas para incautos. Vale.
Nieve pequeña, noche blanca, luz que tirita.

Texto La Medusa Paca; fotografías cortesía de una amistad. Copyright ©

Leave a Reply

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores