Por agosto uvas e higos, y por septiembre membrillos
Por agosto uvas e higos, y por septiembre membrillos
La Medusa ya está aquí, ha vuelto: atrás quedan toda
esa serie de calores, excesivos este año, por lo que los traslados veraniegos
han sido mínimos. Y aquí está para abrir de nuevo las hojas de este su cuaderno
de campo y comenzar a dar respuestas. Ha llegado el sereno tiempo de los higos
y de las uvas. Y ya es septiembre.
En La Ribera, San Javier, Murcia, no ha mucho que, al
clarear el día, La Medusa salía, a veces, de pesca en el barco de un amigo,
bancario y vividor. Eran tiempos de currucán, en el que utilizábamos cebos
artificiales, coloridos, articulados y muy atractivos para los peces. Eso ya
pasó y este verano, en realidad, más que salir a pescar el hipotético mújol, el
esquivo salmonete o la simpática dorada, La Medusa ha salido cada mañana a
capturar el milagro del amanecer. Y es que los clásicos y curtidos pescadores
de esta orilla siempre me dijeron “que uno será siempre joven mientras nunca
deje de sorprenderse ante la nueva luz del sol, como si fuera la primera y
última vez”. A este gran acontecimiento siempre ha añadido la sensación del
baño en el mar, a pie de rodilla, el aroma del café a bordo del chiringuito,
ese querido chiringuito de mi estimadísima Loli, de ese infatigable Emilio y de
los serviciales Victoria, Raúl su hijo, barbilampiño joven con objetivos castrenses y la simpatiquísima Laura, esa que es capaz de
colocarnos encima de la mesa unas Estrella de Levante, unas patatitas aliñadas
al limón con ese gracioso aderezo de pimienta y sus jugosas aceitunas rellenas
de alegría y de sabor, sabor que en ocasiones se unía a esas marconas bien
horneadas junto al sabor de unos salazones mejor sazonados. O esas
reconfortantes marineras en las que la anchoa siempre es la reina. Sentado bajo
el toldo siempre recuerdo, todos los veranos lo hago, a Josep Pla cuando
escribió aquello de que “En el Mediterráneo todo es local: la meteorología, la
cocina, los dialectos, la gente. Unas millas más al norte o más al sur y todo
cambia: la dirección de los vientos, la dosificación del ajo en la cazuela, el
habla, el gusto, los sentimientos”.
Para La Medusa Paca cada lugar del Mar Menor es un rinconcito
de mar doméstico. Para mí todo el mar será siempre el mar de esa marinera.
Paseando por estas aguas paso el verano y aunque al final la travesía no va más
allá de las aguas de las encañizadas, siempre me es posible imaginar que he arribado
a las mejores aguas del mundo. Placeres sencillos, valores universales en un
verano más que se está marchando hacia el fondo de la memoria.
Hoy, 31 de agosto, las calles han dejado de estar
llenas de coches, de gente y de varones entraditos en años con pantalones
cortos. Yo, a partir de ahora comenzaré a ir de largo. Y abandonaré la
chabacanería. Y cuando aparezcan las tinieblas o la luz amarillenta de las
farolas me centraré en contemplar el rostro nuevo de este pueblo de costa, la
estampa de la luna colgada sobre los molinos salineros de San Pedro del
Pinatar. Es ahora cuando me sublima quedarme solo y comenzar a recorrer la
costa de noche y en silencio con sus luces fantasmagóricas, casi irreales. Y
cuando llegue la mañana añorar lo más prosaico y pedestre del verano: las furgonetas
pasando con un alboroto de bocinas anunciando la venta de los “malacotones de
Cieza”, los ajos de Las Pedroñeras, los melones luneros; los señores hablando a
voces, los niños corriendo, los colmados de mercadillo ofertando mil y una de
las multicolores especias. Y también, me encanta, conjugar imágenes de
nostalgia y melancolía, llenas de ecos y de olvidos.
Me alegra volver a soñar con esos días de cosecha, de
los de antes. Sé que debo conformarme sólo con el sueño. Apenas se ven parvas
de grano en las eras ni ya casi pastan las ovejas por las rastrojeras, poco a
poco mueren estos campos…Pero, que bien se descansa en estas casas blancas al
borde del mar, esperando por septiembre los membrillos.
Texto y fotos La Medusa. Copyright ©
Leave a Reply