martes, 15 de septiembre de 2015 in

La Barraca





La Barraca

Hoy el viajero, aun no siendo original, dejando que otros hablen, desea adentrase, en la descripción que otros han hecho de la típica vivienda rural murciana en un texto que,  hurgando, hurgando, ha encontrado. Es un texto de un tal José Marín Baldo, titulado “Cuadros de costumbres murcianas”, impreso en Murcia en 1879 y que hace una descripción primorosa de ese producto natural, propio de zonas aluviales donde abunda el barro, la tierra arcillosa, las cañas y la paja. Nos describe La barraca, esa forma de vivienda elemental característica de la huerta de Murcia.

Dejémosle que hable él, nadie mejor que Marín Baldó para darnos una idea de lo que significa la barraca dentro del acervo cultural murciano. Que la cultura de la vivienda rural salga a la luz y de esta manera reivindiquemos la personalidad adquirida a través de siglos y gustos tradicionales de nuestros antepasados, reunidos tan expresivamente en las viviendas populares. Esta descripción es la negación de todas esas proliferaciones  de amorfas urbanizaciones surgidas de forma bastarda, negando el tipismo, la tradición y el folclore de un pueblo, es reivindicar la herencia legítimamente de un devenir histórico:

“Desde hace muchos años, no sé cuántos, pero de seguro que se elevará en cifras a tantos que podemos decir “desde hace siglos”, el huertano de Murcia vive con su familia en una habitación llamada barraca, que viene a ser un término medio entre la choza y la casa, participando a la vez de los elementos de una y otra especie de construcción. Estas barracas se hacen hoy del propio modo, con los mismos materiales, formas y dimensiones que las hacían los abuelos y los antecesores de nuestros huertanos contemporáneos. El progreso en todo linaje de sabiduría, ni los adelantos de todas las ciencias, ni el cambio introducido en las costumbres de los tiempos modernos, a consecuencia de la civilización, que nos ha traído la locomotora, han podido alterar en nada la planta y el alzado de la barraca murciana. 

No tengo necesidad de hacer la descripción de una barraca. Todos los murcianos las conocemos perfectamente en sus detalles exteriores e interiores, porque la fórmula general de estas viviendas se extiende, no sólo al edificio, si tal puede llamarse al que carece de cimientos y se halla cubierto sólo por unas cañas y un poco de albardín, defendido contra todo peligro por aquella cruz de madera colocada en lo más alto de su caballete. 

Tampoco creo necesario decir cómo y por quién se construye las barracas. Pero bueno es decir, para los que no lo sepan, que las barracas se hacen por los mismos labradores, que, a su vez, fabrican los adobes para los muros, plantan los girasoles, que nacen y crecen en dos meses, para vender las “coronas” que producen y conservar sus troncos fuertes y ligeros, después de secos, sirviéndose de ellos como maderos de construcción de su armadura. Ellos cortan las cañas y las secan para tejer con sus manos los dos faldones o vertientes de la cubierta, que recubren de los llamados mantos de albardín. No queda ya otra cosa que hacer, para dar por terminada una barraca, que la puerta y algún ventanillo y la cruz, que son las piezas de carpintería de todo el edificio, y éstas, se adquieren el jueves en el mercado de Murcia, y vienen sobre la sarria del borrico que sirve para ir a recoger las basuras de la ciudad, y cuentan estas piezas de carpintería de taller de tres a cuatro duros o, cuando más, cinco o seis. El pavimento se reduce a sentar bien la tierra con un pisón y barraca terminada, para habitarla inmediatamente. No hay que esperar a que el mortero enjugue y se evapore la humedad de muros y pavimentos. Después viene el hacer un corralillo para los animales de la casa, y los asientos de la puerta, y la hornilla a la intemperie, y el emparrado para los bailes, y la colocación de las tres o cuatro andanadas de zarzos para la cría de la seda, las “lejas” para platos y tazas, sobre el tinajero, y el gancho de madera para la jarra del agua, que se halla destinada al transeúnte que venga a ella para apagar la sed”. 

Contemplarla, declinando la tarde, ha sido un espectáculo. Es entonces cuando han comenzado a surgir y resaltar todos los colores del paisaje. El viajero se ha entusiasmado ante los techos pajizos, negruzcos de la barraca entre la verdura de los naranjales y frutales.


Texto y fotos La Medusa. Copyright ©

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