La Barraca
La Barraca
Hoy el viajero, aun no siendo original, dejando que
otros hablen, desea adentrase, en la descripción que otros han hecho de la típica
vivienda rural murciana en un texto que, hurgando, hurgando, ha encontrado. Es un texto
de un tal José Marín Baldo, titulado “Cuadros de costumbres murcianas”, impreso
en Murcia en 1879 y que hace una descripción primorosa de ese producto natural,
propio de zonas aluviales donde abunda el barro, la tierra arcillosa, las cañas
y la paja. Nos describe La barraca, esa forma de vivienda elemental
característica de la huerta de Murcia.
Dejémosle que hable él, nadie
mejor que Marín Baldó para darnos una idea de lo que significa la barraca
dentro del acervo cultural murciano. Que la cultura de la vivienda rural salga
a la luz y de esta manera reivindiquemos la personalidad adquirida a través de
siglos y gustos tradicionales de nuestros antepasados, reunidos tan
expresivamente en las viviendas populares. Esta descripción es la negación de
todas esas proliferaciones de amorfas
urbanizaciones surgidas de forma bastarda, negando el tipismo, la tradición y
el folclore de un pueblo, es reivindicar la herencia legítimamente de un devenir
histórico:
“Desde
hace muchos años, no sé cuántos, pero de seguro que se elevará en cifras a
tantos que podemos decir “desde hace siglos”, el huertano de Murcia vive con su
familia en una habitación llamada barraca, que viene a ser un término medio
entre la choza y la casa, participando a la vez de los elementos de una y otra
especie de construcción. Estas barracas se hacen hoy del propio modo, con los
mismos materiales, formas y dimensiones que las hacían los abuelos y los
antecesores de nuestros huertanos contemporáneos. El progreso en todo linaje de
sabiduría, ni los adelantos de todas las ciencias, ni el cambio introducido en
las costumbres de los tiempos modernos, a consecuencia de la civilización, que
nos ha traído la locomotora, han podido alterar en nada la planta y el alzado
de la barraca murciana.
No
tengo necesidad de hacer la descripción de una barraca. Todos los murcianos las
conocemos perfectamente en sus detalles exteriores e interiores, porque la
fórmula general de estas viviendas se extiende, no sólo al edificio, si tal
puede llamarse al que carece de cimientos y se halla cubierto sólo por unas
cañas y un poco de albardín, defendido contra todo peligro por aquella cruz de
madera colocada en lo más alto de su caballete.
Tampoco
creo necesario decir cómo y por quién se construye las barracas. Pero bueno es
decir, para los que no lo sepan, que las barracas se hacen por los mismos
labradores, que, a su vez, fabrican los adobes para los muros, plantan los
girasoles, que nacen y crecen en dos meses, para vender las “coronas” que
producen y conservar sus troncos fuertes y ligeros, después de secos,
sirviéndose de ellos como maderos de construcción de su armadura. Ellos cortan
las cañas y las secan para tejer con sus manos los dos faldones o vertientes de
la cubierta, que recubren de los llamados mantos de albardín. No queda ya otra
cosa que hacer, para dar por terminada una barraca, que la puerta y algún
ventanillo y la cruz, que son las piezas de carpintería de todo el edificio, y
éstas, se adquieren el jueves en el mercado de Murcia, y vienen sobre la sarria
del borrico que sirve para ir a recoger las basuras de la ciudad, y cuentan
estas piezas de carpintería de taller de tres a cuatro duros o, cuando más,
cinco o seis. El pavimento se reduce a sentar bien la tierra con un pisón y
barraca terminada, para habitarla inmediatamente. No hay que esperar a que el
mortero enjugue y se evapore la humedad de muros y pavimentos. Después viene el
hacer un corralillo para los animales de la casa, y los asientos de la puerta,
y la hornilla a la intemperie, y el emparrado para los bailes, y la colocación
de las tres o cuatro andanadas de zarzos para la cría de la seda, las “lejas”
para platos y tazas, sobre el tinajero, y el gancho de madera para la jarra del
agua, que se halla destinada al transeúnte que venga a ella para apagar la sed”.
Contemplarla, declinando la tarde, ha sido un espectáculo.
Es entonces cuando han comenzado a surgir y resaltar todos los colores del
paisaje. El viajero se ha entusiasmado ante los techos pajizos, negruzcos de la
barraca entre la verdura de los naranjales y frutales.
Texto y fotos La Medusa. Copyright ©
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