miércoles, 21 de enero de 2015 in

La mejor de las aguas





La mejor de las aguas

“La silenciosa caída de la nieve en medio de la noche siempre colmará mi corazón con una dulce claridad”. (Novala Takemoto)

Escribo hoy, en este día después de San Antón y San Sebastián, añorando la nieve que dicen, cuando yo amanezca, será esa blanca señora de esas tierras que recuerdo o, al menos, de esas sierras y caminos por los que correteando anduve. La espero desde la lejanía y la deseo para dormirme con mi esperanza. 

¡Por fin, la nieve! El reclamo más poderoso para volver a la infancia. Su llegada no es para mí, nunca lo fue,  simplemente anécdota, y sí algo deseado, como si al no caer me faltara algo. Siempre recordaré y diré que el invierno, aunque fuese con olor a humo de sarmiento recién podado, o por eso, fue la estación más característica y más larga de mis años infantiles. Siempre recordaré el blanco manto envolviendo el pueblo y cubriendo las ruinas de ese antiguo cementerio o vieja y destartalada iglesia, llamada de Santa Bárbara, bajo paredes descarnadas y rodeada de corralizas medio derruidas que conforman el perímetro de mi villa. Era, hasta estos días, como si me faltara algo, como si se quedara esa mi querida tierra sin su manto necesario e imprescindible. Y este año, dicen, se resiste. Pero no, ya no son cuatro copos los que han caído y a contar. Han sido, según me cuentan, más los atrevidos a quedarse reluciendo por esos Pedrugales, Vaqueriza, Fonsorda, Peñas Herrera y Redonda Y pelas de Hongañón para que se sepa que es invierno. Y es que, todavía, en los inviernos y en mi pueblo, nieva. 

Siempre recordaré que no había ilusión y esperanza más grande, que aguardara más, cada año, que la primera nevada y creo que comparto ese latido con los campos que la estaban añorando. Siempre recordaré, se lo oí decir a mi padre, ¡ay mi padre!, que no había cosa que le viniera mejor al trigo recién nacido que una sábana de nieve por encima; que nada lo iba a proteger mejor ni le haría correr más sangre a sus venas vegetales. 

Siempre escuché aquello: ¡Qué hermosa es la nieve para ver y para los labrantíos; las nieves son la mejor de todas las aguas! Allí bajo ese manto que todo lo cubre hay huellas ocultas, asombros de lo que se mueve, historias efímeras que la nieve escribe encima de esos caminos que poseen el valor inaudito de lo que sólo puede sorprendernos en un instante que, cuando se derrita, no quedara señal siquiera ni del paso.

Siempre recordaré cuando asomaba la nariz por la puerta y rugían las celliscas, más que el cielo raso entero, brillando las estrellas, bajas y frías, pero limpias. Y cuando todo se sustanciaba en una helada temerosa, que dejaba blanquecinas las costeras, pero donde va a parar, me recuerdan, eso ya no es lo mismo. Lo que espero, lo que deseo, lo que sueño es que, mejor, amanezcamos, hayáis amanecidos con dos varas de nieve. 

Y hoy mi agricultor, en el recuerdo de la nieve de allí, desea envolverse en ese invierno llegado con toda su crudeza, trayendo temperaturas bajo cero y vientos gélidos, aunque se resienta en estos días fríos y oscuros que acompañan nuestro estado de ánimo. Sin embargo, siempre recordará que, aunque sea en la distancia, lanzarse unas cuantas bolas de nieve puede transformar esos sentimientos en pura alegría.

Es hora de volver a casa, antes de cerrar las puertas y encender algo de fuego,  no hay que pasar por alto lo más obvio, construir muñecos y ángeles de nieve; entablar fuertes batallas de bolas y buscar lugares donde deslizarse...Amigo agricultor esto no puedes hacerlo todo el año, así que aprovecha, sal a la calle, coge un buen puñado de nieve ¡y a disfrutar! Vale. 



Texto y fotos La Medusa. Copyright ©

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