La mejor de las aguas
La mejor de las aguas
“La silenciosa caída de la nieve en medio de la noche siempre
colmará mi corazón con una dulce claridad”. (Novala Takemoto)
Escribo hoy, en este día después de San Antón y San
Sebastián, añorando la nieve que dicen, cuando yo amanezca, será esa blanca
señora de esas tierras que recuerdo o, al menos, de esas sierras y caminos por
los que correteando anduve. La espero desde la lejanía y la deseo para dormirme
con mi esperanza.
¡Por fin, la nieve! El reclamo más poderoso para
volver a la infancia. Su llegada no es para mí, nunca lo fue, simplemente anécdota, y sí algo deseado, como
si al no caer me faltara algo. Siempre recordaré y diré que el invierno, aunque
fuese con olor a humo de sarmiento recién podado, o por eso, fue la estación
más característica y más larga de mis años infantiles. Siempre recordaré el
blanco manto envolviendo el pueblo y cubriendo las ruinas de ese antiguo
cementerio o vieja y destartalada iglesia, llamada de Santa Bárbara, bajo
paredes descarnadas y rodeada de corralizas medio derruidas que conforman el
perímetro de mi villa. Era, hasta estos días, como si me faltara algo, como si
se quedara esa mi querida tierra sin su manto necesario e imprescindible. Y
este año, dicen, se resiste. Pero no, ya no son cuatro copos los que han caído
y a contar. Han sido, según me cuentan, más los atrevidos a quedarse reluciendo
por esos Pedrugales, Vaqueriza, Fonsorda, Peñas Herrera y Redonda Y pelas de Hongañón para que se sepa que es
invierno. Y es que, todavía, en los inviernos y en mi pueblo, nieva.
Siempre recordaré que no había ilusión y esperanza más
grande, que aguardara más, cada año, que la primera nevada y creo que comparto
ese latido con los campos que la estaban añorando. Siempre recordaré, se lo oí
decir a mi padre, ¡ay mi padre!, que no había cosa que le viniera mejor al
trigo recién nacido que una sábana de nieve por encima; que nada lo iba a
proteger mejor ni le haría correr más sangre a sus venas vegetales.
Siempre escuché aquello: ¡Qué hermosa es la nieve para
ver y para los labrantíos; las nieves son la mejor de todas las aguas! Allí
bajo ese manto que todo lo cubre hay huellas ocultas, asombros de lo que se
mueve, historias efímeras que la nieve escribe encima de esos caminos que
poseen el valor inaudito de lo que sólo puede sorprendernos en un instante que,
cuando se derrita, no quedara señal siquiera ni del paso.
Siempre recordaré cuando asomaba la nariz por la
puerta y rugían las celliscas, más que el cielo raso entero, brillando las
estrellas, bajas y frías, pero limpias. Y cuando todo se sustanciaba en una
helada temerosa, que dejaba blanquecinas las costeras, pero donde va a parar,
me recuerdan, eso ya no es lo mismo. Lo que espero, lo que deseo, lo que sueño
es que, mejor, amanezcamos, hayáis amanecidos con dos varas de nieve.
Y hoy mi agricultor, en el recuerdo de la nieve de
allí, desea envolverse en ese invierno llegado con toda su crudeza, trayendo
temperaturas bajo cero y vientos gélidos, aunque se resienta en estos días
fríos y oscuros que acompañan nuestro estado de ánimo. Sin embargo, siempre
recordará que, aunque sea en la distancia, lanzarse unas cuantas bolas de nieve
puede transformar esos sentimientos en pura alegría.
Es hora de volver a casa, antes de cerrar las puertas
y encender algo de fuego, no hay que
pasar por alto lo más obvio, construir muñecos y ángeles de nieve; entablar
fuertes batallas de bolas y buscar lugares donde deslizarse...Amigo agricultor
esto no puedes hacerlo todo el año, así que aprovecha, sal a la calle, coge un
buen puñado de nieve ¡y a disfrutar! Vale.
Texto y fotos La Medusa. Copyright ©
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