miércoles, 14 de enero de 2015 in

El Pintor de Horcajo









El Pintor de Horcajo

Ahora mismo, no tengo otra cosa que hacer, contemplo el cuadro de La Natividad (c. 1400), pintura al temple sobre lienzo, del Maestro de Horcajo, que me envió en un  tarjetón de felicitación navideña mi querido profesor de Lengua Clásicas, D. Evencio Rodríguez. Es un pesebre alto y cuadrado de piedra blancuzca, en el patio tal vez de la posada, dentro del cual  un niño de carne  amarillenta y rojiza, entre pañales, abre sus brazos  sobre su madre arrodillada, cabellos rubios, túnica blanca y manto oscuro, apenas visible sobre  su cabeza el halo dorado de la santidad. Al lado derecho, se sienta -¿sobre unas tablas?- José, túnica blanquiazul y manto sonrosado, barba blanquinegra, cabeza reclinada sobre su mano derecha, en actitud reflexiva u orante y el halo cerrado sobre la cabeza.  Una mula negra y un buey rucio, salidos no sé de dónde, asoman sus cabezotas por encima del pesebre y parecen alentar hacia la criatura. Unas desdibujadas montañas lejanas cierran el horizonte. Un cielo, entre azulenco y gris, confuso, cubre la escena. Tonos pasteles en todo el cuadro. Es la pura sencillez. Los objetos indispensables para que todo sea lo más subjetivo posible. Es el “nacimiento”, “belén”, o “pesebre” más elemental que conozco y la felicitación más sencilla jamás recibida. Una atmósfera nebulosa, de cendales, casi onírica, o tal simplemente misteriosa, lo envuelve todo. Podría titularse: “El Misterio”. Horcajo,  Maestro pintor, entendió perfectamente lo que pintaba. Vale.
 
Texto y fotos La Medusa. Copyright ©

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