martes, 23 de abril de 2013 in

En el día de La Lengua



En el día de La Lengua

Imagen Literaturaespañoladonquijotedelamancha.blogspot.com

Me he puesto, como cada año, este 23 de abril, a leer El Quijote.  No lo hago como un acto más de propaganda cultural. No. No es lo mismo leerlo en casa, para uno mismo, desde el punto de vista filológico, histórico o crítico-literario, y aun simplemente literario, que oírlo recitar, como a los viejos bardos los cantares de gesta o las canciones de amigo, que para eso se escribieron. Me he puesto a leerlo como en la venta escuchaban a Don Quijote y los suyos y como los labios del cura balbuceaban las aventuras del hidalgo manchego. En un momento de vacío de lectores, me he puesto a leer algunos poemas del prólogo y el capítulo primero desde el comienzo, y lo he leído tal vez con mayor comprensión, voluntad y emoción que nunca. Y es que era la celebración no sólo del libro, de la lectura, de El Quijote y de Cervantes, sino de la lengua española, de nuestra historia nacional. También de la lengua humana, del hombre lenguado, del hombre inteligente y libre. Nada menos.
La Medusa se ha encontrado con un artículo que el maestro José Jiménez Lozano escribía un sábado, 11 de febrero de 2006, en la tercera de ABC comentando la banalidad triunfante de la modernidad, sobre todo en nuestro país: … 

¿Quiere decirse que, si hubiéramos leído El Quijote, siquiera en el pasado año de celebraciones, no estaríamos donde estamos; esto es, al final de una cultura y al final de España? En el fondo es así, ciertamente. Y no porque El Quijote suministre recetas o avisos de navegar, políticos ni de ninguna otra clase, sino precisamente porque es literatura, y en él está la sustantividad clásica y cristiana del régimen de la lengua y la escritura, y porque en él se encierra el alma de España, ya que España ha sido lo que ha sido gracias a unas conquistas culturales de las que El Quijote es uno de sus quicios.


Del Paniaguado, académico de la Argamasilla,
In laudem Dulcinæ del Toboso

Esta que veis de rostro amondongado,
alta de pechos y ademán brioso,
es Dulcinea, reina del Toboso,
de quien fue el gran Quijote aficionado.

Pisó por ella el uno y otro lado
de la gran Sierra Negra, y el famoso
campo de Montïel, hasta el herboso
llano de Aranjüez, a pie y cansado.

Culpa de Rocinante, ¡oh dura estrella!,
que esta manchega dama, y este invito
andante caballero, en tiernos años,

ella dejó, muriendo, de ser bella;
y él, aunque queda en mármoles escrito,
no pudo huir de amor, iras y engaños.
(Miguel de Cervantes)


Imagen de versos-perfectos.lacoctelera.net





Texto La Medusa Paca. Copyright ©

 

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