El Herrador
El Herrador
En mi pueblo no hay Plaza de
Herradores, aunque si se herraba en pleno centro del pueblo y a una orilla de
la Plaza de José Mª Fraile. Allí, a la entrada de la calleja que conduce a la
balsa de la fuente, estaba situada la fragua del “tío Olegario”, ese que era al
mismo tiempo y en el mismo espacio herrero y herrador, y hasta alcalde de la
Villa.
De niño he visto herrar y
hasta he ayudado a ello, bueno, a sujetar a los machos, así llamábamos y llaman
a los mulos en mi pueblo, tirando de su ronzal mientras contemplaba cómo el
herrador manejaba los pujavantes, el singular martillo de herrar, la tenaza
cortacascos, para, posteriormente, colocar las herraduras, recién salidas de la
fragua y todavía rusientes, en los cascos del mulo haciéndole una perfecta
pedicura.
Ahora mismo con este
recuerdo, la plaza de Grávalos, vuelve fugazmente a ser lo que era en el siglo pasado
y anteriores, fundamentalmente cuando Grávalos tenía 230 vecinos y 1.120 almas. Ésto fue allá por 1830.
Ahora mismo contemplo el
lugar en el que el herrador colocaba su banco bajo las caballerías y hasta
imagino a centenares de mulos, mulas, asnos y algún caballo pasearse a sus
anchas por las calles Justino Pérez, Cantón, Carrera y Argelillo y salir por la
calle Portales hasta las afueras, gozosos de haber sido herrados por el “tío
Olegario”.
Tras los caballos, estrenando
nuevas herraduras, he imaginado la comitiva de unos cuantos paseantes, hoy
turistas venidos de fuera a sanarse en las aguas minero-medicinales de ese
balneario eterno en su inauguración, perplejos, a los que la procesión les puso
cuerpo de jota. Es como si quisieran homenajear a los herradores, expertos en
oficios prácticamente perdidos. ¡Qué plástico sería organizar en la plaza
trillas tradicionales, una concentración de afiladores, tintoreros, esparteros,
seroneros, silleros, panaderos haciendo pan, algún cuenta cuentos y recitador
de coplas y guarnicioneros trabajando
las guarniciones aunque éstas no estuviesen engastadas
de oro y plata asentando y asegurando piedras preciosas y sí de latón dorado
que son los engarces que conoció La Medusa! Y todo ello amenizado por esa habanera del Maestro Arancibia que no
es otra cosa que el himno oficial de todos los herradores al mismo tiempo que,
entre los asistentes, se repartía abundante vino y cacahuetes bien tostados y mezclados
con unas olivas de las de antes y del terruño. Y como las herraduras dan suerte, era emotivo ver toda
la plaza sembrada de ellas para que los nativos y foráneos las cogiesen y volviesen
a tirar por su espalda, como ordena la vieja tradición supersticiosa. Y así
recuperar éste rincón de la villa por una mañana convirtiéndola en el ombligo del mundo.
Cuando La Medusa tuvo noción
de que el “tío Olegario” moldeaba herraduras y acariciaba crines y lomos de
cuadrúpedos había en Grávalos dos fraguas. Hoy la imagen de esos yunques sólo
existe en el recuerdo del herrador que encontró en el ámbito agrícola el
espacio ideal para desarrollar su oficio.
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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