Ramos del Domingo
Miro mis manos y
pienso con ojos de recuerdo. “Domingo de Ramos, el que no estrena no
tiene manos”. Recuerdo a este viejo domingo de palmas y campanas y veo
que aquel prodigio se opera nuevamente. Con las manos el tiempo detengo todo un
día. No hay agua que no pueda apresar con las manos, y se escape corriendo
hacia el mar y la arena, y fluya entre mis dedos como arroyo impotente. Pues
son los cuatro zancos del tiempo los que bajan, cuando suena un martillo que
detiene la mañana, igual que esta mañana tan nueva y tan antigua dejó los dos
costeros del reloj de la torre bien pegados a tierra con su campanerío.
Domingo de palmas
lo llama mucha
gente.
Los viejos
calendarios
en rojo lo
señalan.
Y para mí las
palmas
no son estas
triunfales
que con ramas de
olivos
reciben
borriquitas,
en un largo
evangelio
que la Pasión
relata.
Las palmas del
domingo
son las dos de mis
manos.
Domingo de las
manos
intactas del que
estrena
con esta primavera
el tiempo que
retorna.
Me fijo en las
manos
y todo es como
entonces.
La mano de ese
niño
que pide un
caramelo.
La mano de aquel
otro
que en su velón de
cera
va inventando
hemisferios
como imagen del
mundo.
La mano de ese
péndulo
oscilante del
gozo,
el que hace tan
exacto
el olor del
incienso.
Mano de un
penitente
que un rosario
desgrana
en el barniz sin
fecha
de una cruz de
madera.
La mano de mi
madre
siempre vuelve
este día
para tenerla al
lado.
Yo sé que esta
mañana,
cuando suenen
tambores,
le cogeré la mano
a mi novia de
siempre,
otra vez dos
muchachos
estrenando la
vida.
Todo es siempre lo
mismo,
sin reloj ni
almanaque
en busca de
emociones.
PRJP.
N.º 51. En recuerdo, y desde Garnacha, de aquellos Domingos de Ramos
Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.