martes, 29 de abril de 2025 in

El mar ha vuelto a casa

 



 


De pronto una mañana me incorporé en la cama y vi que las olas volvían a batir azotadas por el Lebeche.

 

 El mar ha vuelto a casa


Cuando comenzamos a vivir en la casa de La Ribera, a principios del año 2000, veíamos el mar desde la cama. Observábamos salir y regresar a puerto las barcas de pesca y el oleaje de los borreguitos los días de temporal en los que azotaba el Lebeche. Por aquellos comienzos de siglo la casa tenía alrededor campos de olivos, naranjos y limoneros, tierras de labranza, antiguas huertas y un jardín perfumado, el de las mil flores lo llamaban. Cerca había una granja adonde los niños, acompañados de sus papás íbamos a comprar con una cesta, como la de Caperucita, huevos y leche, picantones camperos y algún conejo. Desde un jardín, a medio construir, cada mañana nos despertaban los acordes tronantes de jilgueros, cardelinas y verdecillos que se expandían por la extraordinaria sonoridad del parque. El jardín estaba, y así sigue, cercado por una hilera de palmeras recién plantadas que fueron creciendo a medida que el desarrollo y la especulación comenzaron a llenar de cemento todo el paisaje. Las palmeras ganaron altura hasta que al cabo de los años sus grandiosas palmas taparon la visión del mar.

 Unas nuevas urbanizaciones o el acondicionamiento de antiguas casas de campo terminaron por invadir todo el territorio y el horizonte azul que se veía desde la cama se convirtió en una ensoñación. Ha pasado un cuarto de siglo de todo eso hasta que la lucha entre la vida y la muerte ha terminado por producir, una vez más, el milagro. Debido a una plaga llegada desde tierras egipcias, la del picudo rojo, algunas palmeras han muerto y ha habido que serrarlas por el tronco. De pronto una mañana me incorporé en la cama y escuché que las olas volvían a batir las aguas marmenorenses. El mar había regresado a casa. Si al olmo viejo, podrido y hendido por el rayo del poema de Machado le habían brotado algunas hojas verdes y el poeta esperaba para si un milagro semejante de la primavera, en este caso las palmeras muertas han devuelto al jardín la visión de aquel horizonte azul de los días de mi gozoso jubileo y la memoria de un aire incontaminado que nos traía hasta la cama los sonidos tintineantes de las barcas de recreo que se refugiaban junto a la escuela náutica, prestas para salir a navegar y a pescar deportivamente. Por encima de la muerte agarrada a los troncos podridos de las palmeras veo ahora cruzar los veleros.

 

Palmeras en ventolera

 

Gracias a los dátiles

azúcares volátiles  
del mediodía.

Gracias a la sed,

al fervor, a las arrugas,
al silencio de la noche,
a la danza sedosa
de espesura.

Gracias a lo que vuela,

nace y muere,
a las palmeras como alas
que el viento balancea,
a los reflejos huracanados
que rompen el olvido,
envueltos en lluvia
y en locura complacido.

 

PRJP. N. º18 En garnacha en el día que se retorcían las palmeras

  

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.


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