sábado, 1 de abril de 2017 in

Las abejas y el ricial






Grávalos

 Las abejas y el ricial

"Pero tú no naciste para la muerte, ¡oh, pájaro inmortal!" (John Keats; Oda a un ruiseñor)

Me cuenta mi agricultor que durante la luna de abril llega el tiempo del urogallo, del corzo y de la becada, aun estando pesaroso porque ya no existen poetas que canten églogas. Las han abandonado. Me dice que ahora solo existe la lírica urbana, el neobarroco intimista, la nueva sentimentalidad. Ya no se habla del campo. Ya no se cantan los amores de los pastores, se han olvidado del narrar cómo las palomas zureaban en las torres. Desapareció la poesía bucólica, y yo la echo de menos. Y es que tampoco hay palomas ni alondras ni ruiseñores ni abejas para la poesía. Todo ha desaparecido y después, después desaparecerá, también, el hombre. “Tú no has nacido para la muerte, ¡oh pájaro inmortal!”, le dice Keats al ruiseñor.

¿Por qué las abejas cada vez viven ahora menos en los sonetos? ¿Por qué ya no beben el rocío de las corolas en los libros de poemas? Ya sé que estos interrogantes pueden señalarme como esa voz que clama en el desierto tratando de escuchar el llanto de la tierra herida. 

Comienza abril y es hora de recordar en estos tiempos, malos para la lírica, a esa díada, díada inmortal que siempre estuvo atento y presto a escuchar el concierto del bosque. Hablo de Virgilio, con Homero. Y recuerdo el epitafio que dejó escrito el poeta imperial: “Canté a los pastores, a los campos y a los caudillos”. Y ese: “Preñada de él, soñó su madre que pariría una rama de laurel, que al tocar tierra, echó raíces y creció al momento hasta formar un árbol adulto y henchido de varias frutas y flores” del historiador Suetonio. Y la exclamación de Don Quijote: “Yo he leído a Virgilio”. Y a Borges bromeando que, si Virgilio y La Eneida son obras de Homero, son las que le salieron mejor. Y las Geórgicas, ¡ay las Geórgicas!, relato de los trabajos y los días, donde las abejas son el símbolo de la ciudadanía, los "pequeños romanos" que siguen al rey -no sabía que era reina- libres de pasiones, se suicidan trabajando y mueren felices por la comunidad. El tiempo es breve e irreparable, se va para no volver, pero según el poeta, mientras el río corra, los montes hagan sombra, en el cielo haya estrellas y zumben las abejas debes estar agradecido a la vida.

Y, en este quejido de la tierra herida, recuerdo esa hermosa palabra terrera y primaveral que ya germinó con las lluvias del otoño y que acaso no llegue a dar harina ni pan ni espiga porque lo truncó la primera helada. Es el ricio, ricial o riciado, ese que da verdor al rastrojo por el que vuelan cientos de jilgueros, despertados del invierno, intentando buscar esos granos de trigo, aún no riciados, agrupados en una gran bandada donde vuelan acompañados de algunos pardillos. Los he visto por esos campos de la Dehesa gravaleña o por esos campos que dejaron de ser riciales y se convirtieron en viñedos. Y me da pena y siento nostalgia. Ya no cantan, pero bisbisean, posados como hojas en las ramas de las encinas, almendro o chopos para luego lanzarse haciendo olas por el aire del ricial que ha dado estos pájaros como otros frutos del campo. Los he visto volar y entre sus alas abiertas he contemplado el rojo del ababol.

Eran campos de cereal, al lado de casa, con unas milenramas florecidas en los ribazos y lindes con los mismos insectos rojos de otros años. Siempre los mismos insectos sobre las mismas flores. Y el cereal y el ricial avanzando con las siembras no sembradas. Y allí envueltos por la calima, humo frío que ni viene ni va. La calima solo está. Vale.


Ricio en los campos gravaleños

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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