Sábado Santo
Sábado Santo
“Toda la casa duerme en el reposo
sabático. No sale el ruido de la muela harinera, que es el rumor de vida de
Israel; y en el sol de las tierras hortelanas, no brilla la carne sudada de los siervos agrícolas, los felats desnudos, flacos y grandes.
Josef de Arimathea va descogiendo
y meditando los pergaminos de las filacterias. San Mateo llama a este creyente:
“hombre rico”; san Marcos: “noble sanhedrita”; san Lucas: “varón bueno y
justo”; san Juan: “Discípulo oculto de Jesús”.
Solitario de sus caudales, de su
prosapia y de sus virtudes, ve hoy el desamparo de su pensamiento, la soledad
de su fe en el Señor tendido ya una noche bajo la bóveda de roca que el
patricio hizo cavar para su carne vieja.
Josef abandona los textos
mosaicos y vigila el sepulcro. Han sellado el sepulcro los que niegan la
resurrección del Rabbi; porque nada es tan invencible como el súbito, el
escondido y resbaladizo de que suceda lo que no se cree; y el saduceo, el
fariseo, los sumosacerdotes temen la resurrección de Cristo, aunque fuese
impostura para ellos; y acuden a Poncio pidiéndole: “manda que se selle y
guarde el sepulcro hasta el día tercero no sea que vengan los discípulos y
hurten el cadáver y digan a la plebe: “Resucitó entre los muertos; y será el
peor engaño”.
Josef se estremece pensando si no
será ese miedo la equivalencia al otro miedo de los hombres de que no se cumpla
lo que su fe les tiene prometido.
Quiere confortarse repitiéndose
palabras de Jesús. El Señor ha dicho: “¡Por ventura fructificará el grano de
trigo sino se le entierra!”. Pero Josef siente ya el cansancio de los días y el
de la aflicción del viernes tumultuario y trágico.
Hoy se ve solo a sí mismo. Las
mujeres que asistían al Maestro preparan escondidamente los aromas y vendas
para acabar de ungir el cadáver. Los discípulos han desaparecido. El Rabbi lo
predijo con el profeta: Dice el Señor de los ejércitos: “Hiere al pastor y se
dispersará el rebaño”.
Josef se va acercando a la
cripta. Hoy el silencio de la peña le traspasa la frente, se prolonga en el
huerto; y el varón justo se vuelve a todo para escuchar.
Suben las golondrinas, volcándose
rápidas y gozosas en el azul. Toda la verdad la tienen en sus alas; y el anciano
mira la tarde y se angustia porque está solo con el muerto y su fe.
Amanece el sábado calladamente.
Las piedras quedaron goteadas de las hachas de las procesiones del viernes:
Todavía remansa el olor de las flores pisadas, que se deshojaron sobre la cruz,
y hay un vaho de aceites y vinos de figón donde duermen los “nazarenos”.
Sábado Santo de generosidades. Se
extrae del pedernal la centella virgen, y de su fuego la luz que va prendiendo
las lámparas sin mengua de la llama originaria. Así nos dice el Señor que nos
demos nosotros. Se bendicen los trabajados grumos del incienso; suavidad que
procede del ahínco y arde en las ascuas nuevas. Así ha de quemarse la palabra
en el corazón puro. Se traza el signo de la cruz sobre la faz del agua, y ya el
agua es molde de la carne. Así nos troquela la vida lo que no puede recogerse
entre las manos.
El diácono mudó sus vestimentas
moradas por los ornamentos blancos. El tronco del cirio pascual retoña cinco
yemas de perfume reciente. Viene ya el cántico del exultet, el júbilo de la
Alleluia vibrante de campanas.
Porque como el Señor ha de
resucitar, no importa que nosotros le resucitemos antes del tercer día. No
podemos vivir consternados tanto tiempo; y arrancamos un día de fe de dolor
para pasar a la afirmación ancha del gozo.
Josef de Arimathea, el varón
bueno y justo permanecerá siempre solo el Sábado Santo, él solo con su fe, la
verdadera fe que hace sufrir, y la sepultura sellada”.
Texto Gabriel Miró; Semana Santa: Sábado
Santo. Fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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