martes, 1 de marzo de 2016 in

El viento marzal, implica fuerte temporal






El viento marzal, implica fuerte temporal

“NECESITO del mar porque me enseña:
 no sé si aprendo música o conciencia:
 no sé si es ola sola o ser profundo
 o sólo ronca voz o deslumbrante
 suposición de peces y navios”. (Neruda)

Sentado en el espigón del puerto, y mirando al Mediterráneo, traté ayer tarde de recibir una buena y documentada lección sobre el temporal que estaba contemplando y que dicen, todavía, durará unos días. No preocuparse dice mi maestro-interlocutor-pescador, todo tiene su medida. Incluso la fuerza del viento. Y bien que se nota.

Este sabio lobo de mar, de manos rudas y cabeza despejada, se presentó a mi lado embutido en un mono azul y portando a sus espaldas, como arrastrándolos, algunos aperos de pesca se su Curimán y como deseando tratar de explicarme, mientras se cobijaba del temporal,  la escala de Beaufort, medida empírica para la intensidad del viento, basada principalmente en el estado del mar, de sus olas y de la fuerza del viento que en tierra o mar y basándose en la observación del paisaje que, según entendían los lugareños hombres de mar, no trataba de medir la velocidad del viento, sino el aspecto de sus efectos tanto en el mar primero, como en tierra después.

Y con unas dotes pedagógicas que para sí quisieran algunos profesionales de la Pedagogía trató de explicarme que aquí todo es prosaico y, en lugar de usar las precisas medidas en nudos o kilómetros a la hora, los marinos y hombres del tiempo de aquí seguían prefiriendo las que utilizaron sus antepasados, aquellas que les guiaban a través de sus observaciones visuales y que eran esos rizos en las olas, su altura, la amplitud del vaivén de las ramas arbóreas o las columnas de humo ascendiendo en el aire tranquilo tratando de traducirlas para adaptarlas al lenguaje vulgo español para llamarlo y nominarlo con los grados de ventolina, flojo, bonancible, frescachón, tratando de ensalzar con sencillez ese temple de quienes viven acostumbrados a desafiar a los elementos desatados.

Después de este esbozo descriptivo intentó asociarlos, para su mejor entendimiento al movimiento de la mar, tratando, de igual manera, señalar sus efectos en tierra. Y el pescador, después de ajustarse ese gorro trenzado en lana, y que le estaba siendo útil en proporcionarle calor a esos cuatro pelos, que se mostraban como salteados e hincados en su cabeza tostada y curtida por esas brisas de sal y arena, y que los fue perdiendo a causa de los muchos golpes de mar aguantados. Y presto y con ánimo formativo se puso a ello el marino y comenzó a revelar todas esas preciosas equivalencias como si, al enumerarlas, quisiera asir su cabo de cuerda al recuerdo de este su interesado discípulo.

Identificó calma con ese aspecto de mar despejado y lo metaforizó con ese hilillo de humo que verticalmente trataba de ascender. La ventolina la asoció con esa pequeña ola sin espuma y utilizando un hilillo de humo para indicar la dirección del viento. Llamó flojito es esa brisa debilucha que trata de marcar crestas maretazos de apariencia vítrea, como deseando deshacerse de su miedo y no deseando romperse. Es el flojillo ese viento débil que trata de mover las hojas de los árboles y acuerda que las velas de los molinos costeros traten de arrancar. Me dibujó al flojo como esa débil brisa capaz de formar pequeñas olas con crestas rompientes tratando de asemejarse al rebullir de las hojas arbóreas y al ondular de las banderas; Al viento bonancible trató de explicarlo como esa brisa moderada donde los borreguillos ya son numerosos, las olas cada se exhiben cada vez más largas y que en tierra hace que se levante polvo, sean capaz de volar los papeles e inicien su fuerte bamboleo las copas de los árboles. El fresquito es esa brisa biruji producto de esas olas medianas y alargadas que forman infinitos borreguillos y que influyen en las aguas de los lagos para que en ellas se inicie su ondulación de frecuencia. El fresco es ya una fuerte brisa, donde comienzan a formarse grandes olas, crestas rompientes capaces de vomitar volcanes de espuma y que aquí en el terruño hace muy difícil que los paraguas se mantengan abiertos. El frescachón es ese viento mal nacido de fuerte mar gruesa, con espuma arrastrada en su dirección, capaz de agitar arboles grandiosos y mostrando sus musculosos impedimentos para poder caminar. El temporal es ese viento duro de grandes olas rompientes y con merma de visibilidad por lo que la Naturaleza sufre daños e imposibilita la circulación de las personas y que califica su fuerza como vendaval muy duro, borrasca y todo en función de sus crestas empenachadas, marcando y añadiendo color blanquecino a las aguas que influyen en tierra en el descuajaringue de los árboles, daños en las estructuras de las edificaciones y algún que otro estrago.

Y mi marinero, ante tan atractivos detalles, trató de terminar añadiendo aquello de: todo paisaje tiene su sonido que dice mucho del temple de quienes viven acostumbrados a desafiar a los elementos desatados en sus rizos, sus olas, su altura, la amplitud del vaivén de las ramas o en esas serpenteantes columnas de humo capaces de trepar por el aire tranquilo. Me dice que otro día me dará una lección sobre los nudos marinos, esto será cuando el tiempo y el viento amainen Nadie más interesado que un marino que explicar sus anhelos.

Y ahí quedó preparado para que, cuando se eche a la mar, su Curimán comience a cabecear violentamente como hizo aquel amanecer cuando aquel temporal huracanado barrió su mar y no le quedó más remedio que “aproarse” a la mar y capear el temporal. Tuvo que traducirme aquello de “aproarse” y lo hizo con el pincel de su lenguaje diciéndome que sólo trató de apuntar la proa de su pesquero hacia la dirección del viento para cortar las olas que entraban de frente. Gracias por tu lección, navegante. Vale.

PD. Esto va dedicado a mi hermano, viejo lobo de mar, y a su hijo Sergio, todavía delfín de los mares más profundos.

 Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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