lunes, 7 de marzo de 2016 in

Harpa de invierno





Harpa de invierno

 Ahora que el invierno parece estar fuera o ya nos va abandonando poco a poco, quisiera recordar algo que vi y aprendí desde niño. Siempre aparecían como colgando debajo de esos rincones perdidos donde se sumergen las arañas y se refugian los olvidos por falta de atención, que sólo permanecen mientras dura el helor para después o regalarse, me gusta más que derretirse, o fundirse en el fondo de esos queridos pueblillos ibéricos cuando caen en la desmemoria de sus pobladores o cuando éstos los abandonan. 

En algunos pueblos del norte, fundamentalmente en Navarra los llaman chinchurros, cascotes de piedra. Aunque a mí, como castellano que soy, me gusta más, y así procuro llamarlos, carámbanos, bello nombre castellano enraizado en el calamulus/calamus que en su evolución dio lugar plumitas, plumas, candelas, candelizos, candelones, calamocos, pinganellos y pinganillos. Y les diré que no son otra cosa que, como dijo el Quijote, “erizados hielos del invierno” que a veces se alargan llegando hasta el alféizar como esa larga pluma erizada de algún cuervo blanco. 

Recuerdo cuando las grandes nevadas, más de mi infancia que de mi juventud, colgaban varios días de los rafes de nuestras casas y que representaban un peligro, un peligro serio, y siempre motivo de contemplación y diversión, que, cuando llegaban, cual estalactitas de imitación, bajos, jugábamos a romperlos con grandes palos o suspendiéndonos de ellos para comprobar su fragilidad. Eran, son y serán tirabuzones que se hace la nieve cuando tiene reposo para componerse: durante siglos, en el pueblo y en los campos. Son aguzados dedos del hada blanca que recorre los bosques, los prados, los montes y los valles. Son diseños para el arpa del invierno. Son escarpes aserrados como cuchillares. Son refugio de humedades de esas profundas paredes verticales donde anidan para resguardarse numerosas aves rupícolas. Son esencias que crean en las solanas un microclima especial que servirá de refugio a especies vegetales, como carrascos, sabinas moras, madroños y labiérnagos. Son columnas capaces de sustentar las umbrías que se vuelven espesas entre bosques de pinos laricios, quejigos, tejos y mostajos. Son pilastras de caminos y veredas que no hace muchas décadas unían pueblos vecinos y atravesaban montañas y que ahora se ven relegados por la falta de uso, es decir por falta de nieve. Son las cuerdas del arpa insonora del invierno que ya cesa. Vale.

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

Leave a Reply

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores