miércoles, 1 de octubre de 2014 in

Por las costas de Levante, el diluvio y la inundación, hacen en Octubre su aparición






Por las costas de Levante, el diluvio y la inundación, hacen en Octubre su aparición

Ahora que vuelve el otoño y que el viajero se encuentra en tierras marinas, salitrosas y soleadas, siempre pasea temprano por la orilla del mar para tomar conciencia de que es en la orilla donde se escriben los renglones torcidos del mar y en lugar de hacer quiebros hace ondas como de encaje. Y es que el mar, este Mar Menor, está en calma, siempre en calma, a lo sumo llega a mar rizada y marejadilla y si, por casualidad, sopla el viento Lebeche a lo más que llega es a marejada. Y, a pesar de todo, es este mi mar, un mar sin olas de mar de fondo, como olvidado o repudiado por cualquier gigante o monstruo marino incapaces para sacudir la alfombra de agua de la bahía. Aquí las olas son inocentes, casi imperceptibles, donde no hay un pasar de mar gruesa y arbolada a mar montañosa. Eso sí, a falta de ellas, hay gaviones, grandes como arbustos, que visitan ahora esta costa procedentes de tierras altas y heladas. Son de pico rosado, hiperbóreos, enormes y blancos como las olas que en invierno batirán en el Mediterráneo cercano.

Ahora que estoy aquí, lo que más me alegra en mi vuelta de La Rioja es encontrarme con esta costa, ahora en otoño, y tomar conciencia de lo que alguien dejó escrito: “mientras tenga la amistad de las estaciones, nada hará de la vida una carga para mí”. Y es que es el otoño la estación con la que mejor me llevo ahora. Estamos en ella. 


Ha vuelto el otoño y después de oír bramar las ramblas, cargadas de torrenteras, he tenido la tentación de sumergirme en la acuarela del campo al atardecer como los huertanos y campesinos, sintiendo el olor de la tierra en la sementera y plantación. Y tomar la vereda del naranjal, escuchando el rumor de las hojas que caen y, con un poco de suerte, desgajar una naranja arrancada del árbol y sobresaltarme con el vuelo bravío de un bando de palomas entre el limonar. O, en el Campo de Cartagena, que también hay viñas, coronarme de pámpanos dorados y uvas en cestaño como el cuadro de Goya llamado justamente “El Otoño o La Vendimia” o como las columnas barrocas en el altar mayor de la iglesia parroquial de San Javier envueltas en apretados racimos de oro viejo, alumbrados por la tenue luz del sol que vigila y alumbra a través de la rendija de la puerta principal. Ya sé que, aunque no esté allí, es el tiempo de vendimiar la uva, y recoger la cosecha de la huerta, las moras, las endrinas, las bellotas, las castañas, las maguillas, las setas, los girasoles…pero estoy aquí, junto al mar y la huerta, y aquí es tiempo de naranjas, manzanas, uvas-moscatel, exóticas granadas púnicas, chirimoyas, kakis, higos, peras y por supuesto toda clase de cítricos. Y tiempo, también de dátiles y alcaciles, pan de higo, también de calabazas, olivicas y del membrillo y su carne y de jínjoles en una demostración de eterno retorno. Acá y allá es la hora de la siembra, tras romper, binar y aciemar la tierra. Y, si hay niños, es el tiempo de la escuela; un otoño sin escuela y sin niños no es otoño. Y yo quiero verlos jugar en el patio en el recreo.  

Déjenme decir que ya arrancó el otoño, la madurez, la dulzura de la fruta madura, y la decadencia plácida, la de las hojas caídas, vestidas de cobre, naranja, castaño y oro. Ya llegó la plenitud, la serenidad, la reflexiva contemplación, la placentera y melancólica posesión del tiempo que queda. El “¡día alante!”, y el “ir tirando” y la resignación eterna del campo, ¡oh, la eterna resignación del campo y de mi agricultor!, ya están aquí. Todo eso es el otoño Ya lo dejó escrito Juan Ramón Jiménez en este precioso soneto. Vale.

“Esparce octubre, el blando movimiento
del sur, las hojas áureas y las rojas,
y, en la caída clara de sus hojas,
se lleva al infinito el pensamiento.

Qué noble paz en este alejamiento
de todo; oh prado bello que deshojas
tus flores; oh agua fría ya, que mojas
con tu cristal estremecido el viento.

¡Encantamiento de oro! Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se estremece,
echado en el verdor de una colina.

En una decadencia de hermosura,
la vida se desnuda, y resplandece
la excelsitud de su verdad divina”.

Fotos y texto de La Medusa Paca. Copyright ©

Leave a Reply

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores