jueves, 21 de noviembre de 2013 in

La librería y su desvalimiento




La librería y su desvalimiento


Lo dijo Leopold Sedar Senghor, el poeta de la “negritud": “cuando un anciano muere se quema una biblioteca”, y pensándolo bien va a tener razón. Ahora me doy cuenta y entiendo que en el mundo de los vivos y de los libreros, ya se sabe lo que pasa cuando se cierra una librería. 

En este mes, que ya ha cruzado su meridiano, ha acabado su existencia una librería, de nombre Roquer, que lleva abierta desde 32 años atrás. ¿Tristeza, acumulación de deudas que ya no podía soportar, pocos lectores,-y esa proporción no aumenta-, fracaso de la sociedad o es que la lectura digital está sustituyendo la lectura en papel? No deseo ni lo pienso ni quiero contestar. Un libro se puede prestar, comprar y regalar, y esos valores los paraliza, pienso, la agresividad de la tecnología. La tecnología se está vendiendo, como si fuera el único factor de futuro, cuando simplemente es un recambio, no de sustitución, y hasta puedo celebrar que no se produzca a la velocidad anunciada, y bien que lo aplaudo.  

Al leer la noticia no he hecho otra cosa que soñar cómo se iban de las estanterías los libros de  La Roquer y no tuve otra que gritar, como el poeta senegalés, que fuimos testigos del incendio, libro a libro, de esta vieja librería. No, no es lo digital… es que la gente no compra. La crisis de valores la ha conducido a deshacerse del fondo. Aquí tenemos una crisis de la lectura como modelo de ocio. El libro ya no sale, no le dejan, le impiden el encuentro del lector, y entonces el librero se acongoja y sus libros se refugian y hasta se esconden hasta empolvarse para no poner en peligro la diversidad cultural hasta conducirlos hasta esa llamada “de viejo”. Aquí nadie se toma en serio a la industria cultural ni como cultura ni como industria.

Mi Roquer ya está desamparada y la describo adjetivalmente al sentir cómo la desinflaron aquella tarde o mañana o con nocturnidad alevosa en la que el otoño empezaba a apuntar en Barcelona. Dijo el escritor Julio Llamazares, hablando de aquella frase de Senghor: “Cerrar una librería es como quemar los libros libro a libro. Un incendio del que quizá no somos conscientes los autores, porque creemos que aún no nos quema directamente”.

Desde hace unos cuantos años siempre que acudo a Barcelona son cinco, como los misterios del rosario, los sitios que constantemente visito, cumplimento y revisto, son para mí santuarios del palpitar ciudadano y en los que siempre el viajero olfatea esos olores de la gastronomía, de la cultura, del frenesí ocioso y de la religiosidad. Son esos sitios que uno, a medida que los frecuenta, los ama y sigue  reverenciando cada vez más: El bar Pinocho del Mercado de La Boquería donde tomar unas sabrosas butifarras perfectamente asadas; El Xampanyet, allí en el  Born-La Ribera,  en el que siempre acompañado me tomo unas exquisitas anchoas del Cantábrico regadas con ese fresco y espumoso vino blanco con el mismo nombre del titular mítico y excelso de este bar de tapas; La Sagrada Familia y su coleguilla de Santa María del Mar donde suelo extasiarme dentro del modernismo y recogerme en la espectacularidad del gótico; El Boadas donde suelo acudir para ahogar esas sedientas penas con un Cocktail pasional, allí junto a la plazuela de Alvear salida a Las Ramblas. Y a la Librería Roquer, hoy desamparada, quemada y vaciada para comprar algún libro, siempre en castellano, fundamentalmente los clásicos de los clásicos, de Josep Pla y Dionisio Ridruejo, y hablar con Maria Dolors Oranies, encantadora librera, que siempre me atendía y guiaba con esa delicadeza que dan los libros y esa intelectualidad de su senectud leída.


Ahora, lo último del recorrido, ya no podré hacerlo, lo acaban de cerrar y no porque hayan caído sus ventas ni porque le afectaran antiguas o modernas leyes de alquiler. Dicen la han trancado por un contencioso legal con la propiedad. Es por eso por lo que han arrojado  a las aceras de los Jardinets de Gràcia montones de cultura, consejos, lecturas y guías hacia la lectura de lo moderno o clásico. No hay nada que hacer, quizás sentarse en unos de los bancos de los jardines, contemplar su portada y gritar, cada vez que pasemos por allí, como hizo Salvador Espriu con esta cita debajo del brazo: “Però nosaltres hem vingut per salvar-vos els mots”; Nosotros hemos venido a salvar las palabras.

No pudo ser y ahí quedo, refugiado en busca de libros y calma y los hallo, siempre los encuentro, aunque esté huérfano donde comprar, en ese recóndito pueblito soleado y con tradiciones, alejado de bullicio y vida callejera, sin ambiente, poco ruidoso que me conduce favorecido hasta la concentración y el repliegue espiritual. Necesariamente yo me lo he creado, a la fuerza ahorcan, porque su luminosidad y su gusto por lo lúdico han sido capaces, después del desvalimiento, de idear rincones para, por unas horas, estar callado y a la vez en animado diálogo con la letra impresa. Es mi ilusión, también mi deseo que este mi rincón sea como esos cafés de leyenda, espacios añejos sofísticos, sin música pachanguera, donde a falta de una Roquer donde acudir , aparezca un fogón blanquiazul-cobrizo de madera de tronco no muy alto y corteza muy oscura donde se hornean unas reinetas y se preparan unos torreznos naturales.

Mi afición por la lectura, que en ocasiones roza el apelativo de adicción, provoca a veces apretones de lectura que me obligan a adquirir algo que llevarme a la vista mientras meriendo. Y mientras fuera, sin lumbre donde atizar, continua una realidad paralela, revolviendo entre libros de la era predigital, que a menudo se transforma en esa ciudad con ritmo frenético de cañas y vocerío.


Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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