martes, 3 de abril de 2012 in

El “judío”

El “judío”


En la tarde noche del lunes, esperando bajo un fresca brisa y una incipiente lluvia la salida de La Piedad, me entretuve, mientras las entrañas de Santa María de Gracia se teñían de azul y piedad, en tomar unos apuntes de lo que me imaginaba era todo un plató cinematográfico y de lo que me contaban aquellos que conocían perfectamente la figura del “judío” con lo que La Medusa ha querido describirlo como elemento esencial de la procesión cartagenera.

Verlo avanzar, al compás de las marchas de Nicolás de Porpora, en la procesión o simplemente en un pasacalle supone fiesta mayor para el cartagenero, y envidia, si se terciara, para un Cecil B. de Mille o un Dino de Laurentis, pongamos por ejemplo, para los cuales calle Mayor, Serreta o Puerta de Murcia andarían en buena hora trastocadas en fabulosos “platós”.

Tarde de mi Miércoles Santo. Los “judíos, - ¿de dónde el origen que así bautiza a los soldados romanos, los “armaos” de otras Semanas Santas?,- acompañan a Pilatos. Pilatos se lava las manos desde la balconada, y luego, por aquello del desahogo, pide el buen hombre un wisky en el bar de la esquina, mientras cualquier oficial imperial comenta la ultima jugada, ayer de Toché, hoy de Braulio.

El cartagenero, cualquier cartagenero que ha corrido tras los “judíos” desde niño, que ha acechado jubilosamente su paso por calles y plazas, se sentiría incomodo, incompleto y, es claro, invadido por la más terrible de las morriñas si un día dejara escuchar el “Perico pelao”.

Contemplándolo en la procesión, bizarro y serio, muy en su papel, se diría que el “judío” vive, una vez recogido el cortejo, pensando en el día de su nueva salida procesional. Es necesario preguntarse dónde pasará el resto del año. Porque el “judío” no se le concibe en otro oficio, fabricando una tuerca al pie de una fresadora, despachando un expediente al otro lado de una ventanilla, o cortando unos metros de seda detrás de un mostrador. Si así fuera, si el “judío “, finalizada la procesión, cambiara su romano quehacer por distinto oficio, acaso tan noble como el otro, pero menos brillante, nada extraño tendría entonces, valga el ejemplo, escuchar de su boca la amable petición a la cliente que duda, un tanto pesadamente, entre dos marcas de dentífrico:

¡Por favor, decídase la señora!, que es tarde y a las ocho me espera Galamiel, maestro de Saulo, al pie de la torre Antonia.


Fotos de Abel F. Ros, texto La Medusa Paca. Copyright © 

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