domingo, 1 de abril de 2012 in

El granadero


El granadero


Fue una tarde de sorpresas y extrañezas. Quería verlos de cerca, tocarlos y comprobar si sus botonaduras eran de verdad y no de fantasía. Fueron de verdad y sus portadores son extraños, tan extraños que, quizá, sea el granadero el personaje que más extrañeza causa al forastero que presencia el paso de la procesión.

Ante el patético cortejo que ponía en marcha las viejas maderas de los santos, la carne macerada y glacial de los Cristos; ante los Getsemaníes sangrientos y los Calvarios ambulantes, la gente que a mi lado estaba no hacía otra cosa que preguntarse necesariamente, como yo, qué pinta el granadero en la procesión, arriscado y gallardo en su tercio de azules casacones y áureas botonaduras, comparsería de “Sitio de Zaragoza” o Daoices y Velardes para un dos de mayo de mentirijillas en el que Micaela pueda irse tranquilamente a los toros y hasta darse un batacazo desde la barrera, también es mala sombra.

Sin embargo, me he dado cuenta que el cartagenero se encuentra como el pez en el agua presenciando el paso de los granaderos. Son los primeros personajes que desfilan en la procesión, por lo que de ellos podría decirse que vienen a ser el buen aperitivo del gran banquete que después va a llegar.

Me dicen que su origen data de 1763, en el que los granaderos pertenecientes a Infantería de Marina escoltan la procesión. Y ya no se sabe prescindir de la grata estampa, de su garbo e indudable marcialidad.

En el complicado, inefable tinglado procesional, el penitente puede representar la categoría y el granadero la anécdota, una sabrosa y simpática anécdota de la que el cartagenero se siente orgulloso y de la que ya no sabría prescindir.


Fotos de Abel F. Ros, texto La Medusa Paca. Copyright © 

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