sábado, 17 de abril de 2021 in

Bruma o calima

 


 Bruma o calima

 “Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias.” (Miguel de Cervantes; Don Quijote de la Mancha, capitulo XI

La bruma es el ensueño del agua, que se esfuma
en leve gris. ¡Tú ignoras la esencia de la bruma!
la bruma es el ensueño del agua, y en su empeño
de inmaterializarse lo vuelve todo ensueño.
A través de su velo mirífico, parece
como que la materia brutal se desvanece:
la torre es un fantasma de vaguedad que pasma,
todo, en su blonda envuelto, se convierte en fantasma,
y el mismo hombre que cruza por su zona quieta
se convierte en fantasma, es decir, en silueta.
(Amado Nervo La bruma)

Dejé escrito, no sé dónde, quizá en alguna hoja cuadriculada, desgajada de mi cuaderno de notas, que pienso mejor los días de niebla meona, mezclada con cellisca, que en días límpidos de un cerúleo cielo como los que disfruto cuando estoy, como sucede ahora, por tierras de La Rioja. Son días de frío, mañanas heladoras y de gélidas escarchas como si estuviésemos en los brumosos días de enero. Hoy estoy en casa, sintiendo el sol tras los cristales y con pereza para salir. Prefiero quedarme dentro viendo jugar a los niños fuera y contemplar como los pájaros acuden a posarse en los primeros brotes de mis peonías para alimentarse con los primeros verdosos pulgones. Prefiero quedarme dentro, junto al fuego y preparar unos sustanciosos caparrones, de los de verdad, de los de Anguiano, y poder disfrutarlos junto a su compango y que llegue la hora de inspirarme junto a la fría claridad de hoy para deleitarme escribiendo sobre el agua y el pensamiento, la niebla y la melancolía. A Capote le dictaban las nubes y a Borges se le ocurrían las frases en la bañera. Amado Nervo, como refleja el poema, señala a la bruma como el ensueño del agua, reconociendo que toda la realidad se esfuma en leves grises.

Y al fin, después de la suave helada de esta noche, aparece limpio el cielo. Los últimos días el aire estuvo turbio, oscurecido por un velo de bruma: nubes de polvo en suspensión, arena venida de muy lejos, contaminación humana. Era fácil imaginarse dentro de una tormenta en el desierto, sentir casi la lija de la arena en la saliva. Abandono la bruma del comer y me paso a la hermosura calima del sentir.

¡Ay la calima! Es cierto, me humaniza todo el velo calimoso. ¡Ay calima! Pronuncio esta palabra despacio, saboreándola, dejándome llevar por el suave balanceo (abierta/cerrada/abierta) de sus vocales. ¡Ah esa querida y diáfana apoyatura vocálica castellana que tanto enaltece nuestra lengua! 

Calima, es una palabra muy bien construida, armónica. Sus consonantes me invitan a un viaje fónico que va desde el oscuro velo del paladar, pasando por el cielo de la boca para llegar a los labios. Una palabra que va buscando la luz. Si fuéramos conscientes de la complejísima habilidad muscular necesaria para pronunciar cada uno de los sonidos que forman una simple frase, nos daríamos cuenta de hasta qué punto somos virtuosos instrumentistas que, tras un sofisticado aprendizaje del que no somos conscientes, hemos llegado a dominar con maestría las cuerdas, el viento y la percusión.

Calima. Siempre me imagino esta palabra, tan próxima a la calma, escrita en alfabeto griego. Pero tiene un origen confuso, también ella contaminada por la bruma de la etimología, y es uno de esos vocablos en los que lo caliginoso del significado pugna con la belleza del significante. Como esos seres en que su hermosa apariencia esconden un desagradable mensaje.

Soy consciente de que lo que hoy dejo escrito es algo que olvidé en barbecho hace algún tiempo, inspirándome en ese mi agricultor que piensa mientras observa la tierra encharcada y la marcha del ganado dejando huellas en el barro, alargadas como sombras. Hay que discurrir más. Quiero ser como Sancho y me quedo con calima. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

 

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