domingo, 1 de noviembre de 2015 in

Cuando las hojas bailan



Cuando las hojas bailan

“Los chopos de la ribera
ya tienen todos tu nombre;
los escribí con la punta
de mi navaja campera”.

Chopos en el río es lo que por estos pagos marmenorenses no puedo contemplar. No los hay, no existen esas hermosas hiladas de chopos que acompañan y protegen al río en su paso por el parque cercano. Ni hay chopos, ni hiladas, ni río. Y miren ustedes que me gustaría contemplar, una vez más en estas fechas, la colorida y serena belleza del campo, las huertas y las riberas, mezcladas con las húmedas tonalidades verdiamarillas de la vegetación ribereña, antes de que los fríos desnuden las arboledas de alisos, chopos y sauces, la otoñada tinte las orillas acuosas con sus dorados y gualdas más rutilantes y comencemos a  disfrutar del bosque ripario, ese que existe bordeando el río. 

Y es que para el escribidor todos esos rincones recordados se le representan como la mejor metáfora del silencio y la soledad de esa tierra castellana y riojana, árida y fría. Para el escribidor estos días, con el otoño ya avanzado, le invitan a la contemplación, a la nostalgia, al silencio que, con su belleza intimista y maravillosa, le conducen, en la lejanía del tumultuoso ajetreo de las ciudades bien pobladas, a recordar a las mismas gentes, las mismas conversaciones, el mismo paisaje, los mismos viejos sentados en el poyo de la calle, como si el mundo allí se hubiera quedado quieto, inmóvil, petrificado, como si todos los relojes se hubieran parado hace mucho tiempo. Y comenzar a meditar, leer, oír música, cultivar mis arbolitos y así apurar la vida. Y es que como canta el poeta murciano Antonio López Baeza:   

RIZABA el chopo su altura
a la orilla del arroyo:
mitad su cuerpo en el agua,
mitad en cielo...
Y, más hondo de sus raíces, más al acecho,
¡la dulce paz del abrazo
haciendo libre el silencio!”

Desea el literato contemplar ya el carácter bravío que tienen las aguas de mis ariscos enclaves, cuando en tiempo de deshielos rugen, mientras ahora deben discurrir calmas y sosegadas. Y deleitarse con la vegetación que acompaña a esos barrancos grises y fríos mientras, las rojeces otoñales de los viñedos que cuelgan de sus laderas mezclan aquí sus tonos con los verdes de la foresta perenne y los amarillos de la caduca. Y contemplar como los vientos del otoño tiñen de rubio esplendor los sotos de sus ribazos y los encajados cauces pasan a convertirse en paisajes impresionantes. Y acostumbrarme a llamar por su nombre a todos esos desfiladeros, hoces, cañones o gargantas para nombrar esos profundos tajos que los ríos excavan a su pasos por esas mis queridas otras tierras donde, en muchos tramos ribereños, la frondosa vegetación arbórea se compone de chopos, sauces, fresnos, alisos y avellanos.

Hoy como el poeta Antonio Machado, en aquellos versos que escribió en 1919, quisiera abandonar “mi blanca celda” y pasear, aunque sólo sea con la imaginación, por las huertas que flanquean arboledas centenarias, con árboles de hoja caduca que permiten el paso del sol en el áspero invierno y proporcionan confortable sombra en el verano. Hoy el imaginador quisiera buscar sus gafas para entregarse a la plácida lectura y a la contemplación, junto a una fuente, bajo un árbol, en uno de los rústicos bancos de piedra.

“En Segovia, una tarde, de paseo
por la alameda que el Eresma baña,
para leer mi Biblia
eché mano al estuche de mis gafas
en busca de ese andamio de mis ojos
mi volcado balcón de la mirada”.

El espectáculo de la otoñada continúa con su telón levantado su telón. Los chopos ya están coronados de amarillo dorado y unos sueltos castaños motean sus hojas de ocre. Y más arriba, junto al nacedero del río, la gama de verdes se torna en un multicolor abanico de dorados y granates que se mezclan con los perennes verdores de acebos, abetos y pinos.

Aquí quedo junto a esos chopos de la ribera, que cantó la jota popular. El río no los lleva y la luz solar los mantiene fijos en él. Son los chopos inversos que crecen hacia el fondo del cauce. Sombras arborecidas iluminadas. Remeros líricos que conducen fluvialmente al otoño. El otoño que fluye sin moverse. Que nace, vive, se reproduce y muere, y no pasa. Que se repite renovándose. Que se renueva repitiéndose.


Texto La Medusa Paca. Fotos Miguel Ángel Elviro Bodoy. Copyright ©



PD: Las fotografías de Miguel Ángel Elviro Bodoy están tomadas en el paraje del “Rajao” del pueblo riojano de Tobía.

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