lunes, 9 de septiembre de 2013

Mi escuela Rural Unitaria



Mi escuela Rural Unitaria


Lo dejó escrito José Luis Borges: De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación.
 
¡Ay el libro! ¡Ay de aquellas enciclopedias! ¡Ay de todos aquellos que pasamos los cuarenta, cincuenta o más años. La Medusa, que ya ha cumplido los sesenta, recuerda su "historia escolar" centralizada en aquella raída, pintarrajeada, grasienta, vetusta y heredada enciclopedia ALVAREZ. Forma parte de ella y de su historia. En ella aprendió lo fundamental de unas cuantas disciplinas, unos conocimientos generales imprescindibles que no todos los muchachos, que hoy estudian en libros más densos, adquieren. Todo "el saber" concentrado en un libro de poco más de 500 páginas: lengua española, aritmética, geometría, geografía, Historia de España y Ciencias de la Naturaleza. 

La Medusa, y no se arrepiente, qué remedio y qué confortable resignación, es de los de la escuela rural unitaria, desde los renacuajos de los palotes a los de la regla de tres compuesta con bigote incipiente; los pupitres corridos con sus tinteros abiertos de bakelita –alguna bofetada se perdió por derramar sobre el pupitre la tinta de aquella botella con caña-; la foto de Franco con capote acompañando al crucifijo y, en las columnas y en algunas paredes estampaciones del yugo y las flechas y de José Antonio; de los de la foto individual escolar, hecha por un fotógrafo ambulante, sentadito a la mesa frente a un globo terráqueo o esfera armilar y con un mapa de España de fondo… Y “El florido pensil”. Y el sacerdote, para nosotros era el cura, enseñando a los niños las obras de misericordia por el método tradicional, “machaca machaca”, hasta que las aprendíamos de memoria. Estaba recitándolas de memoria un amigo sordo de un oído, que quedó sordo de los dos a resultas del bofetón que le propinó el reverendo cuando, al llegar a la sexta, soltó lo que el infeliz había entendido: “La sexta, dar por saco al peregrino…” La que se armó aquella tarde víspera de La Inmaculada.


Todavía se escucha la cantinela de la tabla de multiplicar y cómo resonaban aquellos bofetones, coscorrones o los trallazos de aquella la vara de la doctrina, confeccionada de rama de olivo donada por los mayores al salirse de la escuela. Todavía resuena en su interior el cantar el Cara al sol brazo en alto en el patio de esa mi escuela rural y luego el recitar a coro todo el Catecismo del Padre Astete. A mí me tocó. Eso sí, todo ello bendecido por ese maestro funcionario, vestido con un largo blusón guardapolvo de color azul, por supuesto Mahón.  

Todavía siento el caminar a esa escuela sobre la escarcha, bajo la lluvia y la ventisca o el sol tórrido, por esas calles empedradas y de tierra. Todavía fluye la sensación olorosa, impregnando nuestras ropas, de aquella estufa que, más que calentar, echaba humo. Y recuerdo cómo aquel niño, ahora catedrático jubilado, contempla con espanto cómo vuelven antiguos fantasmas despertando recuerdos desasosegados. Ya lo dejó escrito José Bergamín.

 
“Escuela
de duerme-vuela.
¡No hay candela!

Lengua de fuego el lenguaje
que apacigua en el decir
lo que el pensamiento hace.

¿A dónde va ese camino?
Ese camino no va;
ese camino se queda
en el sitio en donde está.



Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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