domingo, 1 de septiembre de 2013 in

Septiembre frutero, alegre y festero



Septiembre frutero, alegre y festero 


Septiembre es el recuerdo de la recogida de los últimos frutos: cereales, melón, melocotón, uvas, higos, zarzamoras…También es el mes de las grandes fiestas organizadas en los pueblos, una vez terminadas las eras y encerradas las cosechas: son festejos de bailes, bandas de música, y otras algazaras.

Y también el mes de las lluvias que: Si me fuese permitido, haría ahora una pequeña confesión: a mí me gusta enormemente la lluvia, casi tanto como me encanta la bruma y la niebla...Parece que por estos pagos hay mucha gente que considera que tendría que hacer más sol, que el sol que podemos gozar no es lo bastante envarado, ni lo bastante rabioso, que nuestra luz tendría que ser más dura y explosiva, y el papel secante del cielo, más metálico y esmerilado. Pero yo no puedo evitarlo: a mí me gustan la lluvia y la niebla”. (Josep Pla, La lluvia, la niebla)

Así, como estoy cercano al mar, miro con esperanza la luna mortecina, menguando, que flota en un cielo lechoso, velada por un fino estrato de nubes. Es el anuncio de las primeras lluvias de septiembre en una tarde-noche después de un día cálido, con la atmósfera cargada de humedad formando células de tormenta y truenos resonando a lo lejos, rasgando el sonido del horizonte. Fuertes ráfagas de viento sacuden el palmeral delante de la casa, siempre en dirección hacia la tormenta. Los primeros goterones levantan el polvo del suelo, liberando el aroma más delicioso: el olor a lluvia provocado por ese olor a sal del cercano salobral.


Y, de repente, una suave llovizna empieza a regar los senderos salitrosos. La humedad ambiente reaviva a las plantas, pero también los ánimos y las gargantas de las aves de las charcas salineras. Alrededor de la tormenta danzan los vientos y vuelve la música del fin del concierto veraniego de los: Zampullines, serretas, gaviotas reidoras y argénteas, cormoranes moñudos, martín pescadores, pollas de agua, flamencos, cigüeñuelas, abocetas, charranes, garzas, tarros blancos...sonando a vitalidad y alivio.

Y, de repente, siento correr regatos de agua por los suelos resecos. Y a su sonido acudir los archibebes, correlimos menudos, vuelvepiedras, somormujos, patos nadadores anfibios, principales víctimas de los periodos de sequía prolongados. Entre trueno y trueno escucho croar las ranas comunes y silbar los sapos parteros.

Lamentablemente, estos aguaceros de verano nunca duran. Siempre escampa demasiado pronto, y del suelo aún caliente de las vaguadas se levantan jirones de niebla enredados en las copas de los árboles.
Y sentado junto al vaivén de las olas contemplo a las escuadras de correlimos tridáctilos corretear por la playa y aprovechar la retirada de las aguas para picotear el fango y volver apresurados hacia arriba, tierra dentro, justo por delante de la espuma. Y así, una y otra vez.

Pero en el suelo recién empapado, entre los silbidos de los anfibios y las llamadas de los insectos, arrancan procesos silenciosos, que llenarán de olores y sonidos los saladares del incipiente otoño para alimentar, en las montañas, los bramidos de la berrea del ciervo.

Y termino evocando aquel texto unamuniano que, después de visionar el paisaje, viene al pelo: “Hubo árboles antes que hubiera libros. Y acaso, cuando acaben los libros, continúen los árboles. Y tal vez llegue la humanidad a un grado tal de cultura que no necesite ya de libros, pero siempre necesitará de árboles. Y, entonces, abonará los árboles con libros."


Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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