jueves, 5 de septiembre de 2013 in

Dos gaviotas en mi terracilla



Dos gaviotas en mi terracilla


Un intenso graznido me ha distraído de la lectura. Me he imaginado de inmediato la presencia de alguna gaviota reidora en los maceteros de mi terracilla, ahora todavía llena de grandes y ornamentales flores amarillas y rosas de mis hibiscos. Sí, estaba allí. No era la primera vez. La he visto pasearse por ellos, pero sin picar, como otras veces, semillas de las cercanas palmeras, insectos, hormigas y hasta alguna cucaracha voladora. De repente se han posado sobre la verja de aluminio esmaltada en verde, mirando hacia el poniente, graznando fuertemente, en actitud de desfallecimiento. Me ha parecido, desde dentro del porche, un alarido columbino del género charadriiforme y de especie laridae, tal vez ya semidoméstico. En ese punto se ha acercado otra gaviota, le ha dado un suave picotazo en el cuello, como si fuera una caricia, y se ha quedado cerca de ella, a unos diez centímetros, pero un poco más allá de las plantas, mirando hacia el mar, junto al límite de la valla metálica, como en disposición de otear el horizonte o de echarse a volar. La primera gaviota seguía acurrucada, moviendo compulsivamente las alas alargadas y anchas, terminadas en punta, primero una y luego otra, a veces las dos, inclinando la cabeza y el picofino, cerrando el ojo pequeño y negruzco y haciendo un fuerte ruido con el buche hinchado, como hace el macho en primavera en sus cortejos de celo. Yo, que no sé nada de gaviotas, más de lo que dicen los libros religiosos y literarios que las han convertido en símbolos, contemplaba, entre apenado y curioso, las dos laridae: plumaje delicado y sobrio, gris plomizo, con bandas negras en alas, y cola ceniza oscuro y negro; garganta, cuello y pecho de tono ceniza oscuro, con su pico rojo y sus puntas de alas en color negro. La segunda gaviota se estaba quieta, no quitaba ojo. He temido que la primera estuviera enferma y hubiera venido a mis jardineras a morir. Y no podía resistir la idea de tener que recoger el cuerpecillo por la noche y tirarlo ¿a dónde? Y, si no soy capaz de ver una rata negra de barco escalando las paredes del salón, ¿cómo voy a ser capaz de ver morir una gaviota en mi terraza? Así que me he ido de allí, intentando siempre no hacer el mínimo ruido. Pero no podía concentrarme en nada. He vuelto al rato y allí estaban todavía las dos. Qué angustia y qué impotencia. Me he ido otra vez, y, al volver, después de cierto tiempo, que no habrá sido mucho, ya no había gaviota alguna ¿Se han ido a morir a sitio más seguro? ¿O era todo una tardía escena amorosa, a estas horas de septiembre, o un conflicto habitual de pareja, que debe de ser posible también entre gaviotas, y yo he dramatizado desde mi supina ignorancia charadriiforme? De todos modos, qué alivio...


Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

Leave a Reply

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores