Dos gaviotas en mi terracilla
Dos gaviotas en mi terracilla
Un intenso graznido me ha
distraído de la lectura. Me he imaginado de inmediato la presencia de alguna
gaviota reidora en los maceteros de mi terracilla, ahora todavía llena de grandes
y ornamentales flores amarillas y rosas de mis hibiscos. Sí, estaba allí. No
era la primera vez. La he visto pasearse por ellos, pero sin picar, como otras
veces, semillas de las cercanas palmeras, insectos, hormigas y hasta alguna
cucaracha voladora. De repente se han posado sobre la verja de aluminio
esmaltada en verde, mirando hacia el poniente, graznando fuertemente, en
actitud de desfallecimiento. Me ha parecido, desde dentro del porche, un alarido
columbino del género charadriiforme y de especie laridae, tal vez ya semidoméstico.
En ese punto se ha acercado otra gaviota, le ha dado un suave picotazo en el
cuello, como si fuera una caricia, y se ha quedado cerca de ella, a unos diez centímetros,
pero un poco más allá de las plantas, mirando hacia el mar, junto al límite de la
valla metálica, como en disposición de otear el horizonte o de echarse a volar.
La primera gaviota seguía acurrucada, moviendo compulsivamente las alas
alargadas y anchas, terminadas en punta, primero una y luego otra, a veces las
dos, inclinando la cabeza y el picofino, cerrando el ojo pequeño y negruzco y
haciendo un fuerte ruido con el buche hinchado, como hace el macho en primavera
en sus cortejos de celo. Yo, que no sé nada de gaviotas, más de lo que dicen
los libros religiosos y literarios que las han convertido en símbolos,
contemplaba, entre apenado y curioso, las dos laridae: plumaje delicado y
sobrio, gris plomizo, con bandas negras en alas, y cola ceniza oscuro y negro;
garganta, cuello y pecho de tono ceniza oscuro, con su pico rojo y sus puntas
de alas en color negro. La segunda gaviota se estaba quieta, no quitaba ojo. He
temido que la primera estuviera enferma y hubiera venido a mis jardineras a
morir. Y no podía resistir la idea de tener que recoger el cuerpecillo por la
noche y tirarlo ¿a dónde? Y, si no soy capaz de ver una rata negra de barco
escalando las paredes del salón, ¿cómo voy a ser capaz de ver morir una gaviota
en mi terraza? Así que me he ido de allí, intentando siempre no hacer el mínimo
ruido. Pero no podía concentrarme en nada. He vuelto al rato y allí estaban
todavía las dos. Qué angustia y qué impotencia. Me he ido otra vez, y, al
volver, después de cierto tiempo, que no habrá sido mucho, ya no había gaviota alguna
¿Se han ido a morir a sitio más seguro? ¿O era todo una tardía escena amorosa,
a estas horas de septiembre, o un conflicto habitual de pareja, que debe de ser
posible también entre gaviotas, y yo he dramatizado desde mi supina ignorancia charadriiforme?
De todos modos, qué alivio...
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©
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