miércoles, 8 de mayo de 2013 in

Por una telaraña.



Por una telaraña.


A fines de los noventa de la pasada centuria, escuchamos, me acompañaba mi esposa, en una improvisada sesión de canto de los mineros de La Unión, no sé si por tarantas o por cartageneras, una letra que rezaba: "Los pícaros tartaneros / les robaron las manzanas / a los pobres arrieros / que venían de Totana".

De Totana, querido José Mª, eres y vienes cargado, incluso, con un mínimo toque picaresco. Totana es esa villa murciana que, cuando la conocimos, era rudimentaria, desgarradora, cruda y bella, como es tu poesía, esa poesía trazada, también tus pinturas, y escrita a retazos bajo los rigores de la tierra en la que vives.
José María, es agradable verte sentado sin poder separarte del lápiz, de las cuartillas, del trípode, pinceles, pinturas y lienzos en ese proceso de creación  a través de la poesía, el relato o la pintura. Tus poemas, que tanto disfrutamos,  son producto de convivir con hombres de campo en su propio ambiente, en los ejidos de pueblos cargados de encanto y de recuerdos vividos, tratando de arrancarles, en lo que tienen de trágico, la razón de su existencia con su ánimo a cuestas y desde el medio ordinario en el que siempre han vivido. 

Este poema que me mandas y honras en dedicármelo parece arrancado a ese anciano solitario que solemos encontrar sentado al sol tibio de la media mañana del mes de abril portando una carga de profundidad de lo que pudiéramos llamar efecto moralizador que marca la preceptiva de  la Literatura filosófica, o Filosofía literaria, que tal nos da.

La moralización ha tenido siempre cabida dentro de la Literatura, y de hecho ahí está la Fábula,  en su expresión más auténtica, casi siempre de carácter popular, utilizando como protagonistas a seres irracionales, generalmente animales, quienes valiéndose de su natural instinto generan la lección a la que el autor da forma, aplicable a hechos concretos y muy comunes dentro del vivir diario de los seres superiores, de las personas, que siempre tenemos tanto que aprender. Desde Esopo hasta Samaniego, pasando por el Arcipreste de Hita y otros más, la fábula ha sido uno de los caminos más utilizados para hacer reflexionar a las gentes de los últimos milenios, que en no pocos casos acababan por aprenderla de memoria, y hacer uso de ella como argumento válido cuando llegaba la ocasión. A los más viejos del lugar, aun en nuestros tiempos, los solemos escuchar echando mano al viejo sistema de la fábula, al lado del refrán que vienen a ser como su hermano mayor. De esto hablamos hoy tú y yo en La Medusa.  Eso bien vale el viaje, y leerte en este poema es un placer.



                                                             A mi amigo Pedro Roberto
                                                                                         por una telaraña. 

En el claroscuro
del bosque a la mañana
se entreteje la luz
y la belleza
que reflejan
los círculos concéntricos
de tus hilos tendidos,
más fuertes que el acero,
con que fuiste dotada
para poder crearlos.

Nuevas fragancias
nacen en el bosque
y se unen
al ladrido del corso,
al tac, tac, del carpintero,
al canto del zorzal
que disfrutan
las primeras heladas.

Los velos del rocío
te adornan con sus perlas,
y tú,
permaneces silente
por no contar a las hojas
los secretos que encierras,
porque las hojas caen
y, secas en el suelo,
se convierten en humus.

Puedo ver el silencio
de la fina lluvia
en ti prendida
y las hojas teñidas
de ocres rozándote
suave en su caída.

Todo está en aparente calma,
pero tú esperas
que la brisa te traiga
respuestas ansiadas
que sosieguen tu cuerpo.

Contemplo
el tenso silencio
de la espera entre hayas
hasta que vibre para ti
el arpa que anuncia
tu sustento,
araña.


Por una telaraña, de José Mª Campos Cayuela, poeta murciano.

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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