sábado, 9 de marzo de 2024 in

Avecillas en el albor

 

 

Avecillas en el albor

En la acacia desnuda

alborota la calandria gritando

es pobre, y no tiene

más que su gorjeo y su alegría,

y la malgasta.

Yo me he juntado a ella

para los más gozosos días.

Hoy, pese a la lluvia, el viento intenso y el frío de marzo, o por eso, me detengo a recordar escenas de mi niñez y soñar con esa actividad que no se detenía en los sotos, viñedos, almendrales, encinares, barrancos, tapiados, huertos, balsas y arboledas de mi pueblo que fue, es y será Grávalos. Escenas concentradas en los pocos sitios donde los pajariles era posible que encontraran comida. Recuerdo cómo, en torno a un comedero, una caseta de madera, un árbol disecado, unas teinadas y los residuos de esa vieja, quemada y leñosa zarza, que ofrecían un precario refugio, los pájaros lugareños se arremolinaban hambrientos. Siempre será cierto que donde hay necesidad siempre habrá gresca.

Sus trinos, cantos o sonidos siempre me son cercanos, cerrados, como si los escuchara a través de una lupa. Me llegan afinaditos, entre cuerdas y percusiones, arpegios y acordes, bemoles y sostenidos asomándose a la escena para el gusto de mis oídos. Es, por decir, una realidad sonora aumentada. Ahí están y predominan para mí el zumbido de los aleteos y las enérgicas sacudidas que arrancaban y detenían las trayectorias de los pájaros al volar. Y aún hoy, en la mañana pura, húmeda del relente de la noche, contemplo a las alondras alzar un canto de alegría y a otras llorar sus nidos descastados, mientras los polluelos olvidan la helada y el hambre.

Resuenan constantemente en mis oídos los reclamos, más o menos amables, de jilgueros, abubillas, aletillas, alondras, calandrias, pichentes, ruiseñores y aquellos gordos pinzones vulgares. Parece que alborotan demasiado al detectar alguna señal que pone en guardia a la comunidad de los huertos próximos. Un verderón lanza su grito de alarma, un mirlo parlotea con voz destemplada y un amarillo verdoso, poliglota zarcero juega con algún insecto y hasta es capaz de acercar alguna baya a su pico. A prima mañana, vestidos ya de ceremonia con traje negro, veo a los mirlos y gorriones, esos pájaros, ojos redondos, ojos de gorrión. Ocetes, riblancas, culirroyos, mientras, otros comensales, tirando más comida de la que podían tragar, bajaban al húmedo suelo donde, oscuros contra el fondo blanco en la parada, eran presa fácil atraídos por el centellear de las alas de la hormiga aluda.

 Y sonó la alarma, rebato en la chopera y huertos próximos, había motivos. Fugazmente, casi sin tiempo para verlo venir, pasó la sombra del halcón persiguiendo a ese pajarillo volandero, cruzó el claro y se abalanzó sobre el berzal. El halcón domina la persecución en vuelo, la caza en el suelo no es su técnica, y el instante que necesita para picar proporcionó a los comensales el tiempo justo para escapar.

 

Y allí, a lo lejos,

en espera de que

la espiga del trigal llegara,

se asentó la cogujada,

de aspecto regordete

y cola redondeada.

Junto a la moralica:

curruca, pequeñita,

de zarza mora alimentada.

 La paloma torcaz,

robusta y grisácea.

La moteada malviz.

Y entre leñosos viñedos

la patirroja perdiz,

con medias rojas

apenas estrenadas.

Junto a la balsa,

gris azulada

hallo la polla de agua

rondando el humedal

y al pequeño tarin

junto al arbusto rodal.


Y fue cuando

las oscuras golondrinas,

volviendo,

encontraron un desolado

amor de primavera

y de espinas.

El zorzal recorriendo

la tapia derruida,

picoteando y revolviendo

unas flores amarillas,

de despedida.

¡Ay los tordos!

con sus frutos y semillas,

de árbol en árbol volando

y cantando.

 ¿Y el mochuelo?

Rechoncho, rapaz nocturno,

de kíu penetrante,

quejumbroso,

voz de alarma,

acechante,

como arma

de ese pueblo andante.

Y en los huertos de Fonsorda,

ahora, de despedida

canta la cardelina,

entre la luz del invierno.

En los huertos,

¡ay los huertos!

Y yo aquí,

tan lejos.

 

PD. Pedí ayuda y me la dieron. GRACIAS. Siempre hay alguien que, teniendo otras vivencias y quehaceres, sabe más que uno y más siendo ignorante en estos menesteres.

Gracias, de corazón, Máximo Rodanés Andrés, “Maximín” en casa. Gracias hermano por recopilar los datos que, muy alfabéticamente ordenados, me enviaste. Gracias a los dos, de siempre amigos.

Hoy vuestra aportación me ha sugerido y llevado a escribir lo que sigue para soñarme y para recorrer mi infancia de puntillas:

 Vuelvo, como vuelve una ola

a esas orillas duras, y en la balsa

hoy he querido bañarme en los recuerdos

y revivir las horas y los días

de esa mi tierra adentro.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©.

 

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