sábado, 9 de diciembre de 2023 in

Calor de encina

 


 Calor de encina

 “Quise súbitamente
encontrarle los pechos a la vida y beberlos
a mordiscos desesperados…” (Félix Grande)

 Muy de mañana, una mañana soleada y cárdena en esta orilla de Mediterráneo, han venido, como cada año, los de la leña con su viejo camión. En un santiamén han transportado en carretilla y apilado los dos mil kilos de troncos de encina en el pasillo cubierto de Garnacha. Cuando se han ido, un olor familiar a majada y a monte, procedente de los troncos apilados, ha invadido el ambiente.

Los he acariciado con mi mano de ocioso antes de encender la chimenea. Su rugosidad me ha trasladado a los montes de Grávalos, donde dominan. Además del monte y el raso, las tierras de Grávalos se dividen en monte y llanura, donde cohabitan almendrales y viñedos con pedregales, guijarrales y pedrizas. En la sierra pacen las churras y en el monte, tras los carrascales, tomillares, quejigales, romerales y zarzales las cabras -las cabras siempre tiran al monte-. La sierra es azul; el monte, oscuro. Quiero decir que el monte forma parte del alma del pueblo y de uno mismo.

De los carrascales, mejor encinares, de Grávalos, lindando con los de Villarroya, estos más añosos, bajaban siempre los troncos para encender la hoguera, donde saltar, en la víspera de las fiestas septembrinas y en las albadas navideñas.

 


 Mientras hago lumbre con los troncos recién traídos, me traslado con la imaginación a aquellos montes de mi infancia. Desde la Dehesa subo por la umbría hasta alcanzar el Cabezo donde no era raro ver volar un bando de perdices. Culmino en Hoya Zapata para ir descendiendo por esos cantarrales de La Pellejera, Entrecabezas y El Orillo, de nuevo hasta la Dehesa y me adentro entre matas de carrasco joven, donde oigo, nebuloso, el tac-tac de alguna hacha en la corta de la leña, rito obligado de final del otoño antes de las primeras nevadas. Y es ahora cuando recuerdo que la vida dependía entonces del bardal y la despensa, del horno, del huerto y del corral. Hoy el pueblo todavía no está vacío, tampoco muerto, sí algo decaído, pero en los montes del cercano pueblo de Villarroya la vida sigue creciendo por su cuenta y celebrando, como en el mío, la fiesta de Santa Barbara. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©.

 

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