martes, 9 de mayo de 2023 in

Ababoles

 

 

Ababoles

“Yo te labraré tu campo,
tú irás por agua a la fuente,
yo te regaré tu campo
con el sudor de mi frente.
Amapola del camino,
roja como un corazón,
yo te haré cantar, y al son
de la rueda del molino.” (Juan Ramón Jiménez)

No sé cuándo decide la Mano de Dios la hora de su siembra. Nunca sabré si es capricho, debilidad, inspiración o detalle con el paisaje lo que hace que nazcan aparentemente anárquicos, que se agrupen para conseguir la más absoluta belleza roja. No creo que vaya descaminado cuando creo que nacieron para ser mariposas y se quedaron prendidas de un tallo, en un quieto vuelo que sólo ensayan al amor de los vientos o la brisa. Venían para mariposas, sí, y nacieron ya posados en cuanto abrieron las alas de sus pétalos.

Son la brevedad, la metáfora de lo fugaz y la lección de que hay bellezas que sólo admiten la contemplación, y si intento el sacrificio de cortarlos para lucirlos en otro sitio, mueren en el camino, gustosamente sacrificados. El ababol nace y se embellece para adornar el altar de su nacencia. Es casi una aparición, una aparición que me recuerda a la de Jesús a la Magdalena, y, como Éste, parece decirnos “Noli me tangere”, no me toques. Por eso siempre creí que el ababol venía para mariposa, porque si a ésta sólo podemos mantenerla intacta si la pinchamos con un alfiler, el ababol sólo vive, muerto, embalsamado en la suma sencillez entre las hojas de un libro, como si otra flor, el libro, lo amortajara con sus hojas y lo mantuviera aparentemente vivo mientras duerme hermosamente muerto. En el campo de mayo, por el que paseo le veo ahora, ensangrentándolo todo de una sangre floral, hermosa, necesariamente derramada, bellísima, y sé que si le tocara las alas —quiero decir, los pétalos—, respondería como una mariposa, dejándome parte de su vida en las yemas de los dedos. Siempre los vi, hoy también, posados en bando en un renadío de raspa, o, a capricho, en cualquier llano, o en el vallado, y sé que debo conformarme con mirarlos, con no molestarlos siquiera con una excesiva cercanía. Y los dejo ahí, como si no quisiera asustarlos, como si temiera que, al acercarme, fueran a levantar un vuelo para huir en un planeo de sangre alada, apretados en bando, en busca de cielos desconocidos. Ababol, amapola, ababa, la flor más delicada, la belleza que sólo permite que la luzcan las manos que eligen su capricho. Es, por eso, la esclava más libre. Vale.

 

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©.

 

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