sábado, 10 de diciembre de 2022 in

DICIEMBRE

 



DICIEMBRE

“Hace ya mucho tiempo que camino hacia el norte, entre zarzas quemadas

y pájaros de nieve.

Hace ya mucho tiempo que camino hacia el norte como un viajero gris

perdido entre la niebla.

Una verdad cifrada dejé atrás: el humo denso y obsequioso de los brezos.” (Julio Llamazares; memorias de la nieve 1982)

 

Desde siempre ha existido un reducto de paz en nuestras vidas que cada uno asimila como propio. Puede ser una playa, un paseo por un acantilado o aquel bar donde un enamorado arranca notas a una guitarra soñando con un futuro. Pueden ser los arenales de las Encañizadas o simplemente cerrar los ojos y respirar desde el balcón de Garnacha. En mi caso, ese lugar a donde siempre quiero volver está no muy lejano y me conduce hacia oteros, llanadas, regatos y viñedos riojanos para contemplar cómo las cepas se quedan desnudas.

Ahora que llegan los turrones, las reuniones y las escarchas, subo a mi puntal a ver el atardecer sin más abrigo que los aciertos y pesares de todo un año que ya asoma el rabo. Siempre me dio compañía encender una candela en la casa para conversar conmigo mismo, escuchar las pedrizas que indican que los cazadores intentan mover la caza de los encames, el tacto de las botas después de un paseo agarrado a mi cayado. O recordar a Pluto intentando buscar el amparo de la lumbre para recordarme lo que nunca olvido. Quien tiene un pedazo de tierra, aunque sea minúsculo, tiene un pedazo de cielo, y yo lo tengo.

Respiro fuerte. El día mengua veloz y con prisas. El caballo tordo de la cuadra próxima, detrás de la casa, relincha y resopla para avisarme que ya es hora de recogerme. Oigo los mastines de un redil lejano, del pastor “Tilifuqui”, que anuncia que alguien pasa de largo. Y ya está aquí: ¡adiós diciembre, ya te estás yendo! Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©




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