El tiempo en mi almanaque
El último almanaque, me decía un sabio agricultor
del Campo de Cartagena: “es como un limonero de una casa vacía: se marchitan
sus hojas, pero no son caducas.” Y si eso es así, que lo es, mi tiempo es cual
efeméride roja entre días de luto fagocitando enero mientras el futuro se
esfuma con su porte viajero cuando a solas los meses sólo son paradojas
enclavadas de tiempo: ¿en qué día me alojo, en qué antiguo recuerdo, en qué
azul, en qué mar? El último almanaque nada más, eso es todo. La secuela de un
beso, la sonrisa en un bar, soledades, anhelos, un abrojo de marzo, una cruz en
abril, un huidizo periodo, el sabor de una magdalena mojada en el café... Cada
año repite sus impulsos de cuarzo.
Ya está. Aunque “hasta san Antón Pascuas
son” regreso a la rutina arrancando el último almanaque de la alcayata del
salón de ese calendario Zaragozano de Don Mariano Castillo y Ocsiero que ya ha
sido sustituido por otro por respeto a mi abuelo Arcadio que él siempre lo
tenía a pie de obra para consultar, además de los días de abundantes rocíos
matutinos, beneficiosos para los campos, los días en que mejoraría el temple,
gozándose de algunos días hermosos y, sobre todo, los días de ferias y mercados
de España. Y hoy, en esta reposición, he entendido que el pasado no existe, que
lo único que queda de él en nosotros es el dolor, que la memoria es mentira,
que todo lo que somos es sólo lo que seremos. Mirar atrás es sangrar por las
cicatrices.
Eso es todo. Lo único que queda atrás es
lo que no hemos vivido. Hace pocos días, cuando arranqué el almanaque del 21
para poner el del 22 en la alcayata del salón, dejé escrito sobre la hoja
marchita del último diciembre este croquis de espíritu borgiano: A veces paso
el tiempo reflexionando sobre el Tiempo y pierdo el día. Soy como el relojero
que cree que es propietario, trucando el minutero, del tiempo que le queda y no
es así, aunque mi heredado viejo reloj siga sonando y sin moverse desde que lo ajusté.
La cábala del pobre se basa en la medida del vaho moribundo, del tiempo
terminal, ése que no depende de los sistemas métricos, el que jamás se vende
por una cantidad: el infinito, un segundo... El tiempo se derrama por la peor
herida del mundo. Ni se pide ni se presta: se gasta. Quien lo ha guardado,
pierde y quien lo ha tirado, gana. Vale.
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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