viernes, 14 de enero de 2022 in

El tiempo en mi almanaque


 El tiempo en mi almanaque

 “El tiempo es un banquero que sólo guarda en su caja fuerte las hojas vivas del calendario.” (Aforismo del Campo de Cartagena)

El último almanaque, me decía un sabio agricultor del Campo de Cartagena: “es como un limonero de una casa vacía: se marchitan sus hojas, pero no son caducas.” Y si eso es así, que lo es, mi tiempo es cual efeméride roja entre días de luto fagocitando enero mientras el futuro se esfuma con su porte viajero cuando a solas los meses sólo son paradojas enclavadas de tiempo: ¿en qué día me alojo, en qué antiguo recuerdo, en qué azul, en qué mar? El último almanaque nada más, eso es todo. La secuela de un beso, la sonrisa en un bar, soledades, anhelos, un abrojo de marzo, una cruz en abril, un huidizo periodo, el sabor de una magdalena mojada en el café... Cada año repite sus impulsos de cuarzo.

Ya está. Aunque “hasta san Antón Pascuas son” regreso a la rutina arrancando el último almanaque de la alcayata del salón de ese calendario Zaragozano de Don Mariano Castillo y Ocsiero que ya ha sido sustituido por otro por respeto a mi abuelo Arcadio que él siempre lo tenía a pie de obra para consultar, además de los días de abundantes rocíos matutinos, beneficiosos para los campos, los días en que mejoraría el temple, gozándose de algunos días hermosos y, sobre todo, los días de ferias y mercados de España. Y hoy, en esta reposición, he entendido que el pasado no existe, que lo único que queda de él en nosotros es el dolor, que la memoria es mentira, que todo lo que somos es sólo lo que seremos. Mirar atrás es sangrar por las cicatrices.

Eso es todo. Lo único que queda atrás es lo que no hemos vivido. Hace pocos días, cuando arranqué el almanaque del 21 para poner el del 22 en la alcayata del salón, dejé escrito sobre la hoja marchita del último diciembre este croquis de espíritu borgiano: A veces paso el tiempo reflexionando sobre el Tiempo y pierdo el día. Soy como el relojero que cree que es propietario, trucando el minutero, del tiempo que le queda y no es así, aunque mi heredado viejo reloj siga sonando y sin moverse desde que lo ajusté. La cábala del pobre se basa en la medida del vaho moribundo, del tiempo terminal, ése que no depende de los sistemas métricos, el que jamás se vende por una cantidad: el infinito, un segundo... El tiempo se derrama por la peor herida del mundo. Ni se pide ni se presta: se gasta. Quien lo ha guardado, pierde y quien lo ha tirado, gana. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©


Leave a Reply

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores