domingo, 2 de junio de 2019 in

El naranjo y el mirlo






El naranjo y el mirlo

Este domingo por la mañana me he asomado al balcón del patio y he oído en el silencio el canto del mirlo. En el piso de arriba, bajo el cielo azul que roseaba, perfectamente tranquilo. Al lado, donde el patio se despinta y oscurece, alguien tiene cubierto el alféizar de la ventana y la máquina del aire acondicionado con macetas que se desbordan en verdor las unas sobre las otras, como un minucioso jardín minúsculo.

En mi casa hay un naranjo y un mirlo. Si lo cuento así, si hablo del pájaro en la mañana calmada y del naranjo de azahar encendido, puede que llame a engaño, como que viviese en el paisaje de un haiku. Igual debo ampliar el contexto, recortar un trozo más grande de realidad alrededor de mí: yo me he asomado a regar, meditativamente, mis bonsáis. Yo sé muy poco de cultivar y de plantas: sólo pongo algunas muy hermosas en tiestos porque me alegra mirarlas; otras aparecieron ellas solas y he acabado cogiéndoles confianza. El naranjo que tiene la altura de un niño vive en un tiesto en mi terraza y el mirlo canta desde alguna antena o desde una de las acacias del parque, en mitad de un vecindario veraneante, en unas casas seminuevas, en pleno Mar Menor. Alrededor, el ruido del tráfico, los chiringuitos playeros, las playas salitrosas, las tiendas laboriosas de los chinos, la rotonda de los autobuses, y más allá una antigua lonja restaurada de pescadores, los dos mares, la Manga, tejados y tejados y tejados.

De esta manera, podría seguir ensanchando el círculo hasta el horizonte del universo; pero hay que escoger un trozo y recortarlo. El relato debe recortar: como en en las historias recién leídas, unos personajes y un momento, y darlos por hechos. Un haiku debe recortar: de las islas Hormigas del Mediterráneo una noche, una faz de la luna, una cigarra.

El arte consiste en recortar y que se muestre una figura sobre el fondo incesante del ser. Y probablemente la vida, comprendo ahora: como ese vecino cuyos días dan a un patio ha fabricado un redondel de labor y de esperanza alrededor de su ventana.

Es verdad pues que están aquí el naranjo y el mirlo. El naranjo, entre tanto, ha perdido las flores y ha echado sus grandes hojas verdes, nuevas, y con él hubo unas matas de fresa, muy rastreras, y ahora junto a él, compartiendo el amanecer, una rosa roja sorprendente, menta y limoncillo que huelen y hasta cuatro matas de tomate que verdean, se alzan y brotan de esas minúsculas florecillas amarillentas. Por todo el barrio, este final de primavera se oye cantar, más que nunca, a los mirlos, a sus horas. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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