sábado, 15 de junio de 2019 in

Carritos de traperos






Eran los traperos, sobre todo los que conocí cuando mendigaban por mi pueblo en los años 50 y 60 del pasado siglo, los dueños del silencio. Fue, desconozco si hoy lo siguen siendo, un oficio tan viejo como duro, gentes entre las sombras de la noche recogiendo y comprando cacharros y trapos en aquellos años muy duros para la sobrevivencia, recorriendo, pueblos, villas y aldehuelas, trabajándolos a la intemperie de una tierra que les azotaba fuerte en muchos días de niebla, frío, lluvia, sol abrasador y ventiscas. 

Había poco grano en las ciudades; en los pueblos todo era necesario y todo se guardaba para un buen montón de usos. Las buenas gentes comían poco y mal, y muchas enfermedades se enroscaban en sus endebles cuerpos y muchos fallecían sin apenas haber vivido. Eran los tiempos del hambre, la miseria, eran tiempos duros de lágrimas casi secas y olvidadas.

Sí, eran los tiempos grises de una esperanza que casi nunca llegaba, y cuando llegaba, la vida te pasaba la factura del mal vivir. Eran tiempos de buscarse la vida para solamente poder llevar algo a la boca algo que mermara aquellas hambres casi crónicas.

Eran tiempos de buscarse la vida para solamente poder llevar algo a la boca. Eran tiempos para ir recogiendo lo que el resto tiraba. Eran tiempos de recogida y comprado, a precio “tirao”,
todo lo que pudiera servir, bien para fundir, bien para reciclar y hacer que lo recogido tuviera otras utilidades en montones de fabricados, y si no servían para otros fines… con los trapos se hacían cotones para los talleres y se deshilaban muchas prendas usadas y viejas para otros cometidos.  

Eran esos traperos con carro y caballería para recorrer las aldehuelas de un lado para otro, y casi siempre encontrar qué cargar al viejo carro. Desayunar el hálito y mojarse la cara para espabilar la mañana, preparar el carro y el tiro flaco; salir a la aventura de que algo importante podía cruzarse en el camino, bajarse del carro, cargar, ir a la trapería más cercana, descargar, pesar muy bien, cobrar las cuatro perras, parar en la panadería, parar en la humilde tienda de ultramarinos, comprar poco, y vuelta a la chabola y allí esperar al fuego lento, y la cacerola casi vacía. Y así día tras día durante años. 

Yo quedo aquí con Pío Baroja y con esos traperos y carros de madera, ruedas de goma y saco a la espalda que tuvo a bien describir en su libro Mala Hierba: “El barrio de las Injurias se despoblaba, era gente astrosa: algunos, traperos; otros, mendigos; otros, muertos de hambre; casi todos de facha repulsiva. Era una basura humana, envuelta en guiñapos, entumecida por el frío y la humedad, la que vomitaba aquel barrio infecto. Era el herpes, la lacra, el color amarillo de la terciana, el párpado retraído, todos los estigmas de la enfermedad y la miseria”. Y encomiéndense a san Simón que dicen es el patrón de los traperos. Vale.

Carritos de traperos

Un asno matalón, flácido y viejo
lleva el carrito chirriante, sucio,
que sale como espectro de miseria
con rodar vacilante e inseguro.

Al que lleva fatigoso el viejo asno
sigue otro que arrastra un huesudo
 jumento que en su tiempo fue castaño
y ahora, ceniciento y negro humo…

Es el cortejo que día tras día
viene a recoger todo lo inmundo…:
la basura que fermenta agria,
los harapos rotos que están en desuso…

Viejos carritos que llevan de escolta
al perro cobardón y vagabundo,
de andar oblicuo, zahíno y vacilante,
de innoble aspecto, miserable y rudo…

Procesión fantasmal, cuyo desfile
se teje al bostezar el astro diurno
y va cogiendo las miserias
en búsquedas y expurgos
y dejando a su lado la limpieza,
al llenar las panzas de sus carros sucios.

¡Carritos de traperos!, cofradía
que salen al alba como de algún súcubo,
van haciendo bien…limpiando pústulas
e inmundicias prosaicas del mundo.

PRJP. Nº 08. En Santiago de La Ribera recordando el ayer.


Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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