lunes, 12 de noviembre de 2018 in

Mi recorrido otoñal



Mi recorrido otoñal

“El álamo se cubre

del óxido de octubre” (José Hierro)

Sin duda, esta tarde me doy cuenta de que los versos más sencillos, directos y hermosos sobre el otoño son aquéllos dos que escribió José Hierro y que componen el delicioso pareado heptasílabo que hoy encabeza.

El óxido es una sencilla imagen cotidiana que en el pareado no significa solamente orín. Quiere decir, con el lenguaje rompedor de su poesía: esplendor, resplandor y fulgor. El estallido de la vida en el otoño, que imagino ahora mismo y lo presenciaré dentro de unos días desde la ventana norte de mi casa, asaltando, uno a uno, a todos los árboles que levantan de luz la grave montaña de Clavijo y Moncalvillo.

Si el poeta hubiera dicho que el álamo se oxida o que vio un álamo oxidado, jamás hubiera entrado tal vulgaridad en la historia de la literatura. Y es que el otoño natural nos parece tan bello, tan cumplido y amable, porque sabemos que, tras las hojas, viene despidiéndose con los últimos vientos, y el invierno pluvioso y nivoso, verdeará la primavera su nueva moda, siempre clásica, y volverá cada árbol a ser un prodigio de elevación y de vitalidad hasta que el óxido lo transfigure. No es fácil, en cambio, ver ese fulgor en eso que llamamos, con un leve tono compasivo y triste, el otoño de la vida.

¿A dónde iremos, estos próximos frescos días de pleno otoño ¿al Aliseda del Oja; a los Sotos de Alfaro; al Carrascal de Villarroya; al Encinar de Foncea; a los Picos de Urbión, donde estuvimos en el último verano; o a Las Viniegras, por Montenegro de Cameros? Cualquiera que sea nuestro destino en estas próximas semanas de noviembre disfrutaremos del otoño pleno, que es un vergel y edén otoñado: con sus arces de cien especies, sus castaños, sus plataneros, sus árboles de las pagodas, sus tilos, sus cerezos, sus moreras, sus acacias de Constantinopla, sus álamos, sus abedules…de un arboreto luminoso a otro arboretos más joven, con sus arces reales por doquier que parecen pavos reales o aves del paraíso, de bellos que están, Pero desde Villoslada de Cameros al cruce de la carretera que nos llevará al puerto, todos los paisajes están espléndidamente otoñados: sobre todo después del puerto que conduce a las Viniegras.



Con el gozoso amarillo limón de los tilos. Con todo el pentagrama de los colores de los arces, del verdoso al carmín, del verde pradera al morado pasión, y con ese ámbar-siena de los más habituales. Con el rosa verdecido de los cerezos. Con el verde enrojecido de los serbales. Con el verde mojado de las acacias. Y el verde húmedo y tenaz de los alisos. Con el verde cansado y monumental de los plátanos hispánicos. Con el verde grave y rumoroso de los pinos. Y el solemne y funeral de algún ciprés desperdigado. Con el verde ardido de los robles. Con el verde recio y marrón de los castaños. Y el verde leve y silvestre de los fresnos. Con el verde desleído de los chopos otoñales, de cuyas ramas más altas vuelan como avecillas sus hojas, vueltas amarillas antes de partir. Con los verdes ingenuos y persistentes de los álamos, verdi-blancos y no verdi-amarillos. Con el verde alto y jubiloso de las hayas, que puede ser ocre, naranja, siena, rubial y morado, al mismo tiempo…

 Asomado a la montaña, observo el Urbión, cansado de nieve, pelado de siglos. Poderosas plantas lo alzan altivo: árboles sagrados de todos los ritos. Níveo de esperanza, tenaz, prolífico. Verdes de hermosura volviéndose a oxido, estáticos, líricos. Verdes de fulgores, ardientes, lumínicos. Verdes de misterio, litúrgicos, místicos…





“Ahora que el otoño colorea y enrojece de fiesta
los pámpanos, los arces, los viburnos o las hayas,
y nos urge, intenso, a recorrer
las aldeas vecinas
o los bosques misteriosos de Aliseda del Oja;


Sotos de Alfaro; Carrascal de Villarroya;

Encinar de Foncea; Robledal de Manzanares;

Carrasquedo de Grañón; Sierra de Cebollera...
que tantas veces, alegres y locuaz, recorrimos”.




Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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