Hojas llovidas
Hojas llovidas
“Me siento, a veces,
triste
como una tarde del
otoño viejo;
de saudades sin nombre,
de penas melancólicas
tan lleno...
Mi pensamiento,
entonces,
vaga junto a las tumbas
de los muertos
y en torno a los
cipreses y a los sauces
que, abatidos, se
inclinan... Y me acuerdo
de historias tristes,
sin poesía... Historias
que tienen casi blancos
mis cabellos”. (Manuel
Machado)
Esta madrugada han llovido hojas en el parque enfrente
de mi casa, aquí en Garnacha, en La Ribera, en San Javier de la región de
Murcia. Junto a esa lluvia copiosa, desbordante, ha soplado un viento
implacable y malhumorado, las hojas han caído numerosas, dispersas, aladas,
leves sobre el yerbín, sobre el sendero terrón lleno de hojas, sobre nuestras
cabezas. Son las hojas de los tilos, los castaños, los plátanos, las acículas
de los pinos, que flotan navegando hacia las orillas de la calle, haciendo un
sendero, libre en el centro. Algunas de los rosales, que resisten más, todavía
otoñales y hasta veraniegos. Los únicos que siguen imperturbables son los
magnolios, en primavera perenne. Son hojas amarillas-naranja, amarillas limón,
amarillas cadmio, verdiamarillas, ocres, grises, sepias, sienas, marrones…Se
está desnudando la naturaleza, en un espectáculo entre elemental y fantástico
de renovación y de permanencia. Son más ligeras que pájaros. Caen atolondradas,
como si al arrancarse de las ramas perdieran su razón de ser. No hacen ruido.
El ventarrón las hace rodar, rumorosas, y yo, al andar, las revuelvo y oigo,
ahora sí, el ruido de hojas, que es un ruido seco, directo, blando, evocador.
¿Y sueño, o no?: las hojas caídas del mar son las algas
que, en la orilla, fuera del agua, pierden su gracia y su verticalidad, y se
derrumban y se doblegan sobre la arena.
Han llovido hojas en el parque enfrente de mi casa,
aquí en La Ribera, en San Javier de la región de Murcia y en el Mar Menor.
El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.
Se diría que aquí no pasa nada,
pero un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha pasado
un ángel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.
Y lo perdimos para siempre.
(Ángel
González)
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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