lunes, 19 de noviembre de 2018 in

Hojas llovidas






Hojas llovidas

“Me siento, a veces, triste

como una tarde del otoño viejo;

de saudades sin nombre,

de penas melancólicas tan lleno...

Mi pensamiento, entonces,

vaga junto a las tumbas de los muertos

y en torno a los cipreses y a los sauces

que, abatidos, se inclinan... Y me acuerdo

de historias tristes, sin poesía... Historias

que tienen casi blancos mis cabellos”. (Manuel Machado)



Esta madrugada han llovido hojas en el parque enfrente de mi casa, aquí en Garnacha, en La Ribera, en San Javier de la región de Murcia. Junto a esa lluvia copiosa, desbordante, ha soplado un viento implacable y malhumorado, las hojas han caído numerosas, dispersas, aladas, leves sobre el yerbín, sobre el sendero terrón lleno de hojas, sobre nuestras cabezas. Son las hojas de los tilos, los castaños, los plátanos, las acículas de los pinos, que flotan navegando hacia las orillas de la calle, haciendo un sendero, libre en el centro. Algunas de los rosales, que resisten más, todavía otoñales y hasta veraniegos. Los únicos que siguen imperturbables son los magnolios, en primavera perenne. Son hojas amarillas-naranja, amarillas limón, amarillas cadmio, verdiamarillas, ocres, grises, sepias, sienas, marrones…Se está desnudando la naturaleza, en un espectáculo entre elemental y fantástico de renovación y de permanencia. Son más ligeras que pájaros. Caen atolondradas, como si al arrancarse de las ramas perdieran su razón de ser. No hacen ruido. El ventarrón las hace rodar, rumorosas, y yo, al andar, las revuelvo y oigo, ahora sí, el ruido de hojas, que es un ruido seco, directo, blando, evocador.

¿Y sueño, o no?: las hojas caídas del mar son las algas que, en la orilla, fuera del agua, pierden su gracia y su verticalidad, y se derrumban y se doblegan sobre la arena.

Han llovido hojas en el parque enfrente de mi casa, aquí en La Ribera, en San Javier de la región de Murcia y en el Mar Menor.

El otoño se acerca con muy poco ruido:

apagadas cigarras, unos grillos apenas,

defienden el reducto

de un verano obstinado en perpetuarse,

cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.



Se diría que aquí no pasa nada,

pero un silencio súbito ilumina el prodigio:

ha pasado

un ángel

que se llamaba luz, o fuego, o vida.



Y lo perdimos para siempre.

(Ángel González)

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©


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