Vernáculos
“Si me niegas mi pan,
me echaré al monte: Donde el tomillo aromas
de libertad responde.
Me echaré al monte,
sí a mis pasos negares
su hondura de hombre.
Y si me escondesí a mis pasos negares
su hondura de hombre.
la luz de la mañana
para escribir mi nombre”. (Antonio López Baeza: Luz en el tiempo; Rebeldía)
para escribir mi nombre”. (Antonio López Baeza: Luz en el tiempo; Rebeldía)
Vernáculos
Siempre me enseñaron, y aprendí, que los nombres de
andar por casa, debemos llamarlos vernáculos. Salen de las profundidades de
nuestra alma doméstica, más que de la ilustrada, de manera espontánea. A veces,
vuelan como pájaros por el tiempo. Hay vernáculos todavía vigentes, aunque
hayan pasado cuatro mil años, como el del tableteo mesopotámico, cuando debemos
decir crotoreo, referido a las cigüeñas. Ese abismo que percibimos
entre el resto de las especies y nosotros está unido, como por un puente de
cuerda, por estas palabras.
Vuelvo a casa. Siento, ya entre mis pies, el sonido de
la hojarasca, sombra de los árboles cuando ya no son nada, las naranjas caídas.
Esa suerte de salvaje felicidad, como de fiesta, que encuentro en el jardín
cuando regreso. Me deja mudo el silencio, el olor de la tierra, las lumbraradas
en los hogares campesinos, también en el mío, y el tostado paisaje donde guardé
en el aire tantos nombres: bisbita, tarabilla, andarríos, gallo, besugo, cazón.
¿Y qué me dicen, lo aprendí en estas tierras murcianas
desde las que escribo, de la maresía; ese olor a mar y del petricor ese olor a
lluvia en tierra? La maresía está hecha de agua y de sales marinas, y flota
como una calima, posándose también sobre las cosas hasta dejarlas herrumbrosas,
rojas como esa estrella de mar posada en Las Encañizadas. A la maresía, por el
entremares, se le echa la culpa de casi todo lo que se estropea en la costa, ya
sea el barco, el coche, la lavadora o la cerradura de la casa, como si tampoco
viviendo a la orilla del mar la felicidad pudiera ser completa. También al olor
de las algas sobre la arena, se le llama maresía. Es más que un olor, un misterio,
a la manera en la que Einstein lo definía: “El misterio es lo más hermoso que
nos es dado sentir” porque la maresía, ese embrujo de vernáculo, tiene algo que
me recuerda de dónde venimos, y adónde vamos: a oler el mar, y más ahora, en otoño.
Vale.
Texto y fotografías La Medusa
Paca. Copyright ©
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