jueves, 4 de enero de 2018 in

Ilusión, mi ilusión





Adoración de los Magos: Pedro Pablo Rubens

Ilusión
¡Qué dar a ese niño, qué dar sino ella!
¿Qué dar a ese tesoro divino, Señor?
Le hubiera ofrecido la mágica estrella,
la de Baltasar, Gaspar y Melchor. (Rubén Darío)

Siempre tuve la hermosa ilusión de la Cabalgata y siempre, hoy también, jugue a creer que vivo en una continua Epifanía.

Como decía aquella canción, que no pare la música. Sí, que no pare. Sigamos dándole vida a la ilusión, sigamos pensando que el mejor lugar del mundo para vivir es una continua cabalgata, de rey Baltasar, de paje, de pastor o de posadero, que la banda sonora de la nostalgia perfecta, y deseada, es un fondo de villancicos:

Ya vienen los Reyes Magos/ ya vienen los Reyes Magos/ caminito de Belén/ olé, olé, Holanda y olé/ Holanda ya se ve/ Cargaitos de juguetes/ cargaitos de juguetes/ para el Niño de Belén/ olé, olé, Holanda y olé/ Holanda ya se ve, que mientras tanto voy a ver si encuentro a un chiquillo que suba a la torre del aire y toque: No pidas agua mi vida/ no pidas agua mi vida/ no pidas agua mi bien…/Que los ríos vienen turbios/ que los ríos vienen turbios/ y no se puede beber, y que sigan alquilándose balcones en el cielo: los camellos rebozan juguetes/ para el Rey de los cielos/ que está en el portal.

Que no pare la música. Que no dejen de cantarse villancicos. Que ya saben que los Reyes Magos vinieron guiados por una estrella, quizá por eso el camino que llevaban José y María cuando iban hacia Belén estaba sin luz y, como iban caminando por una montaña oscura, al vuelo de una perdiz se les asombró la mula. Que siga todo así, que los vastagos nos hagan creer que es roca o montaña, que juguemos a creernos que el cristal es agua corriente y que la lavandera está lavando en el agua tan fría de ese cristal que es río.

Que no pare la música. Que sean árboles las ramas del lentisco, y sean candelitas las lucecitas que parpadean estratégicamente colocadas tras las yerbas y el papel arrugado; sí, que no pare la música. Que nadie sepa —y si lo sabe, que se lo calle— que el molino no da vueltas por la fuerza del viento, sino por un motorcito enchufado a la red; que nadie señale y diga que el leñador siempre corta el mismo tronco. ¿Suena agua? ¿Es un arroyo de verdad? No, es agua que recircula, la misma siempre, pero no lo diga. Allá arriba, en el pueblo blanco, no hay luz en las casitas, pero están alumbradas por dentro, sí, y que nadie descubra que son luces que simulan velas. Que los cielos sean de papel o pintados, y que las estrellas estén cogidas con pegamento o que sean agujeros en el papel. Que todo sea así. Que imaginemos que el barro es vida, que el gañán en verdad sujeta la mancera del arado y los bueyes tiran, uncidos, para que la reja abra surcos...

Que no pare la música. Creamos que es verdad que la mujer que va camino del pozo sacará agua y la llevará al pueblo, a los pastores o al Portal, porque no piense que el Portal está construido con cuatro palitos y unos trozos de paja, piense que es un establo de verdad, y que son de carne y huesos José, María y el Niño. Y crea que ha visto cómo comen la mula y el buey. Creamos en la hermosa fantasía de la Epifanía; juguemos a creer que, constantemente, vivimos en una fantasía, que lugar habrá para desear que sea mentira tanta cruda o verdad como que yo, siendo niño, no tuve aguinaldos ni regalos de reyes y sí mucha y demasiada ilusión. Quizás no fui bueno o mis abuelos no fueron capaces de dejar sus zapatos por si algo caía para mí o, quizás, éramos muchos y no había donde repartir o no tuvieron imaginación para dejar ese juguete o esas simples pinturas Alpino con las que pintarrajear en esos viejos cuadernos con tapas de hule. Les faltó la fantasía e ilusión que a mí me sobraba y me sigue sobrando.

He dicho, y es lo cierto, que jamás de los jamases tuve reyes en casa de los abuelos. Es así. Sí en casa de mis padres. Nunca os había agradecido aquellos regalos de niño. Quiero hacerlo ahora, antes de que se me olvide. Aquellas mandarinas en el cuarto del balcón, allá en la casa del cantón, aquel tren eléctrico venido de Nueva York, aquellos TBO, los de Roberto Alcázar y Pedrín que me condujeron hacia la lectura y algunos trozos de guirlache sobrantes de las fiestas anteriores. Escasos juguetes, pobres pero dignos e ilusionantes juguetes. Mi madre no podía permitirse despilfarros. Otros años fueron construcciones de madera, que jamás lograron despertar mi inteligencia espacial, y, también, algo de ropa. No había para más, pero lo importante era que venían y nunca pasaron de largo. Ahora confieso que, incluso, yo oí un año desde la cama, de madrugada, los cascos de los caballos en la oscuridad, y me hice el dormido. Recuerdo que a Grávalos veníais siempre por donde sale el sol, carretera de Alfaro, era la única vía que podía superar la comitiva para cruzar “El puerto”, con nieve hasta el corvejón.  En el pueblo puede que este año tengáis poco trabajo. Puede que salga humo de alguna chimenea y en alguna ventana haya unos zapatos esperándoos. En la casa del Cantón ya no habrá nadie. Pero yo soñaré esta noche que me dejéis en el cuarto de la “amasadería”, un caballo de cartón para jugar con mis nietos, unos zapatos nuevos y una bufanda de buena lana y tejida en Ezcaray y si tenéis tiempo echar a la alforja este libro, “La vida de los hombres del campo: costumbres y tradiciones”, de Jesús Hernández Borgas. Gracias y vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

Leave a Reply

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores