El olor de mi Navidad
El olor de mi Navidad
“Ya
vienen los Reyes magos,
ya
vienen los Reyes magos
al
nidito de Belén.
Olé
olé Holanda olé
Holanda
ya se ve, ya se ve, ya se ve.
Cargaditos
de juguetes,
cargaditos
de juguetes
para
el Niño de Belén”. (Villancico popular)
Recuerdo que mi pueblo, Grávalos,
no se vestía de luz en Navidad, pero sí tenía olor. Sólo olía, todavía sigue
oliendo a leña, a lumbre, a campo, a frío escarchado y a ese olor de azúcar quemada
que formaba el guirlache creado en torno a esa almendra marcona tostada y sin
partir. Es mi recuerdo del olor de la Navidad, de mi Navidad.
Debo decir que en mi pueblo no
olía a luz y sí a candil de aceite con llama producida por esa deshila empapada
en aquello que más que aceite parecía aceitón. Es por ello por lo que no
llegaba a engalanarse, o se engalanaba a su manera. No había vatios para
derramarse ni decibelios para desparramarse, pero aun sin luz si existía ese
sonido tenue y melódico de música portal de alegría, de gaita o chirimía, de
ánimo levantado y de portal de alegría, de ritmo movido y alegre. Y yo me
alegraba con ello junto a una lumbre ardiendo, donde el calor del fuego me
acariciaba, cuando las llamas iluminaban los rostros de nuestros mayores y es
que el olor de la encina y el crepitar de la madera haciéndose brasa valía por
todos los millones de bombillas.
Mi infancia siempre giró en torno
a la Navidad y siempre quedó indisolublemente
asociada a ella. Y desde esa nostalgia escribo reconociendo que estas fiestas
siempre olerán a pueblo, aunque sea perdido, y si no miren el belén y verán que
los que por allí aparecen no son asfálticos. Aunque justo es reconocer que
tampoco ya queden pastores, ni ovejas, ni bueyes ni mulas por muchas de
nuestras aldeas. Pero siento que el olor de la Navidad, aunque no tengan más
que unas lucecillas parpadeando por la plaza o la puerta de la iglesia, lo
tienen ellos y además por allí aún no se acerca ese rechoncho vestido de
colorado, escapado del Polo Norte y, al grito de ¡Jo, Jo, Jo!, nos tiene
invadidos y hasta arrasa, pero aún resistimos.
Observarán que yo siempre he sido
niño de pueblo sacándoles kilómetros de distancia a los que fueron o son niños
de capital. Tanto soy de pueblo que debo decirles que hasta llegué a ver una
mañana de Reyes, al amanecer, y trasponiendo por el descenso de la curva Castellar, a uno de los tres Magos. Y eso ¿a ver que niño capitalino podía verlo?
Que luego ya cayera yo, al cabo del tiempo, que había sido la grupa de la yegüita
de mi abuelo que se iba a los “cuatro pies” rumbo a Fons-Podrida, no le quita
ni una brizna de emoción y verdad a la cosa. Yo había visto al rey Mago, que era Melchor, y
punto.
Reconozco orgulloso que soy un
aldeano, que no pueblerino y que mi esencia está clavada en mi infancia y por
ello me duele que hoy se hagan intentos de destruir con odios camuflados la
Navidad de mi infancia. Yo, desde mi creencia y vivencia, defiendo y defenderé
esa infancia que otros intentan destruir con odio camuflado. Ellos sabrán las
cuentas que consigo mismos quieren ajustarse y el porqué de su inquina y su
vesania.
Quedo aquí con mis olores, mis
recuerdos y vivencias y esos sueños de infancia que se me va desgajando de sus
asideros cariñosos que más me han alentado y calentado en toda mi infancia. Y
eso en vísperas de Reyes me envuelve con el vacío de lo que voy perdiendo poco
a poco. No preocuparse, todavía habrá olores para acompañarnos en lo que de
existencia nos quede. Y es que cuando la pérdida es la madre no hay lumbre que
nos logre calentar el alma. Vale.
Texto y fotografías La Medusa Paca.
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