miércoles, 4 de enero de 2017 in

El olor de mi Navidad





El olor de mi Navidad
“Ya vienen los Reyes magos,
ya vienen los Reyes magos
al nidito de Belén.

Olé olé Holanda olé
Holanda ya se ve, ya se ve, ya se ve.

Cargaditos de juguetes,
cargaditos de juguetes
para el Niño de Belén”. (Villancico popular)

Recuerdo que mi pueblo, Grávalos, no se vestía de luz en Navidad, pero sí tenía olor. Sólo olía, todavía sigue oliendo a leña, a lumbre, a campo, a frío escarchado y a ese olor de azúcar quemada que formaba el guirlache creado en torno a esa almendra marcona tostada y sin partir. Es mi recuerdo del olor de la Navidad, de mi Navidad. 

Debo decir que en mi pueblo no olía a luz y sí a candil de aceite con llama producida por esa deshila empapada en aquello que más que aceite parecía aceitón. Es por ello por lo que no llegaba a engalanarse, o se engalanaba a su manera. No había vatios para derramarse ni decibelios para desparramarse, pero aun sin luz si existía ese sonido tenue y melódico de música portal de alegría, de gaita o chirimía, de ánimo levantado y de portal de alegría, de ritmo movido y alegre. Y yo me alegraba con ello junto a una lumbre ardiendo, donde el calor del fuego me acariciaba, cuando las llamas iluminaban los rostros de nuestros mayores y es que el olor de la encina y el crepitar de la madera haciéndose brasa valía por todos los millones de bombillas.

Mi infancia siempre giró en torno a la Navidad y siempre quedó indisolublemente asociada a ella. Y desde esa nostalgia escribo reconociendo que estas fiestas siempre olerán a pueblo, aunque sea perdido, y si no miren el belén y verán que los que por allí aparecen no son asfálticos. Aunque justo es reconocer que tampoco ya queden pastores, ni ovejas, ni bueyes ni mulas por muchas de nuestras aldeas. Pero siento que el olor de la Navidad, aunque no tengan más que unas lucecillas parpadeando por la plaza o la puerta de la iglesia, lo tienen ellos y además por allí aún no se acerca ese rechoncho vestido de colorado, escapado del Polo Norte y, al grito de ¡Jo, Jo, Jo!, nos tiene invadidos y hasta arrasa, pero aún resistimos.

Observarán que yo siempre he sido niño de pueblo sacándoles kilómetros de distancia a los que fueron o son niños de capital. Tanto soy de pueblo que debo decirles que hasta llegué a ver una mañana de Reyes, al amanecer, y trasponiendo por el descenso de la curva Castellar, a uno de los tres Magos. Y eso ¿a ver que niño capitalino podía verlo? Que luego ya cayera yo, al cabo del tiempo, que había sido la grupa de la yegüita de mi abuelo que se iba a los “cuatro pies” rumbo a Fons-Podrida, no le quita ni una brizna de emoción y verdad a la cosa. Yo había visto al rey Mago, que era Melchor, y punto. 

Reconozco orgulloso que soy un aldeano, que no pueblerino y que mi esencia está clavada en mi infancia y por ello me duele que hoy se hagan intentos de destruir con odios camuflados la Navidad de mi infancia. Yo, desde mi creencia y vivencia, defiendo y defenderé esa infancia que otros intentan destruir con odio camuflado. Ellos sabrán las cuentas que consigo mismos quieren ajustarse y el porqué de su inquina y su vesania. 

Quedo aquí con mis olores, mis recuerdos y vivencias y esos sueños de infancia que se me va desgajando de sus asideros cariñosos que más me han alentado y calentado en toda mi infancia. Y eso en vísperas de Reyes me envuelve con el vacío de lo que voy perdiendo poco a poco. No preocuparse, todavía habrá olores para acompañarnos en lo que de existencia nos quede. Y es que cuando la pérdida es la madre no hay lumbre que nos logre calentar el alma. Vale.

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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