miércoles, 11 de enero de 2017 in

Dornajo





 Piara en pueblo riojano


 Dornajo

“Sentáronse a la redonda de las pieles seis de ellos, que eran los que en la majada había, habiendo primero con groseras ceremonias rogado a Don Quijote que se sentase sobre un dornajo que vuelto al revés le pusieron. Sentóse Don Quijote, y quedábase Sancho en pie para servirle la copa, que era hecha de cuerno”. (Don Quijote, capitulo XI)

Anuncian los meteorólogos que llegan tiempos de nieve, ya se sabe, lo dice el refranero: “Helada cubierta, nieve a la puerta” y de estas ha habido hasta el hartazgo. También lo pronostica ese querido calendario de Don Mariano Castillo y Ocsiero que nos anuncia “un temporal nublado y vario, húmedo y frío, con hielos y escarchas y hasta habrá nieblas frías y nevadas.” Nada, lo dicho, llega un tiempo que hará que recordemos los años de niño cuando el zorro dejaba su rastro sobre la nieve, cuando la tierra duerme un sueño de muerte y cuando, desde el silencio de la casa y al calor de la encina, se escuchen los crujidos bajo las pisadas de los charcos helados de la paramera. Son tiempos, y yo me alegro, de que tiemblen las siempre engalanadas encinas. Ya era hora de que el cielo se derrumbara sobre las tierras áridas de monte bajo, sobre los campos yermos, por encima de las colinas desoladas, de los altozanos baldíos y de los plantíos en barbecho.

Y en esas estaba cuando recordé que pocas cosas me gustan más que encontrarme, sin esperarlo, con palabras desconocidas y hermosas, como ésta que, hace una mañana, me anunció un bracero cuando tomaba un reparo en el cercano a casa bar Nebraska. Aclaro que el reparo es esa mezcla cartagenera de brandy al que se le suele añadir vino dulce con el que templar el cuerpo. Y entre trago y sorbo, y mostrándome el objeto pintado en un cuadro que adornaba la estancia, me preguntó si conocía el termino de tornajo, o tornajera. Le contesté que sí, que la conocía y que podía definírsela como sistema de transporte de agua realizado con troncos huecos dispuestos en horizontal para que sirvan de abrevadero, y en los que realizan sus puestas, y algunas especies sus partos, los anfibios. Y, también, como dornajo. Más en esta acepción, y como pesebre de madera que lo mismo sirve para depositar en él el pienso-alimento para el ganado, para el agua mitigadora de sed de la manada o para hacer con él una maceta. 

Fue entonces cuando le tuve que explicar, “al del reparo”, que Miguel de Cervantes escribió tal vocablo con “d”-dornajo- al relatar el suceso que el Ingenioso Hidalgo tuvo con unos cabreros al ser recogido por estos con buen ánimo, y cuando Sancho acomodó a Rocinante y a su jumento lo mejor que pudo, al salir pitando tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra hirviendo al fuego en un caldero. 

Seguí explicándole al “reparado” que dornajo se vuelve tornajo pasando Despeñaperros o yendo hacia el este, de tal manera que, por las sierras del Segura, reciben la denominación de tornajo los troncos ahuecados, las duernas, que sirven de abrevadero; y tornajeras los sistemas de transporte del agua, uniendo, aprovechando la pendiente, un tornajo y otro hecho con los troncos, casi siempre de pinos negrales, que en vez de savia hacia arriba llevan el agua monte abajo.

Al final le convencí para que entendiera que era igual llamarlo dornajo que tornajo. En el fondo tanto una como otra acepción suelen utilizarse como significados de un simple y sencillo pesebre de madera. Son cosas de estos campos nuestros, de estas nuestras queridas tradiciones, de esta habla que empezó, pero no acaba, que avanza y no retrocede, que siempre está ahí, en nuestros pueblos, en nuestra lengua, en nuestros sueños y en nuestros corazones. Bendita tierra de hombres indómitos, de cortos estíos y largos inviernos. 

Y pensando en el anuncio de los meteorólogos y en el ya bebido reparo del simpático y culto jornalero del Campo de Cartagena quedé cavilando sobre los frutos del campo, esos que volverán a brotar en primavera, y en esos rellanos que se cubrirán de amapolas en verano. Serán momentos de peregrinar hasta el santuario de la Cruz de Caravaca y pararse, quizás allí, junto a esa solitaria, pero sustanciosa venta, para tomar no ya un reparo, sino una láguena, cambiando el brandy por el anís seco mientras escucho la última luz del atardecer y resuenan los tañidos de la campana que nos transportan a la eternidad. Vale.

Corraliza en Robres del Castillo
Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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