Dornajo
Piara en pueblo riojano
Dornajo
“Sentáronse a la redonda de las pieles seis
de ellos, que eran los que en la majada había, habiendo primero con groseras
ceremonias rogado a Don Quijote que se sentase sobre un dornajo que vuelto al
revés le pusieron. Sentóse Don Quijote, y quedábase Sancho en pie para servirle
la copa, que era hecha de cuerno”. (Don Quijote, capitulo XI)
Anuncian los meteorólogos que
llegan tiempos de nieve, ya se sabe, lo dice el refranero: “Helada cubierta,
nieve a la puerta” y de estas ha habido hasta el hartazgo. También lo
pronostica ese querido calendario de Don Mariano Castillo y Ocsiero que nos
anuncia “un temporal nublado y vario, húmedo y frío, con hielos y escarchas y
hasta habrá nieblas frías y nevadas.” Nada, lo dicho, llega un tiempo que hará
que recordemos los años de niño cuando el zorro dejaba su rastro sobre la
nieve, cuando la tierra duerme un sueño de muerte y cuando, desde el silencio
de la casa y al calor de la encina, se escuchen los crujidos bajo las pisadas
de los charcos helados de la paramera. Son tiempos, y yo me alegro, de que
tiemblen las siempre engalanadas encinas. Ya era hora de que el cielo se
derrumbara sobre las tierras áridas de monte bajo, sobre los campos yermos, por
encima de las colinas desoladas, de los altozanos baldíos y de los plantíos en
barbecho.
Y en esas estaba cuando recordé
que pocas cosas me gustan más que encontrarme, sin esperarlo, con palabras
desconocidas y hermosas, como ésta que, hace una mañana, me anunció un bracero
cuando tomaba un reparo en el cercano a casa bar Nebraska. Aclaro que el reparo
es esa mezcla cartagenera de brandy al que se le suele añadir vino dulce con el
que templar el cuerpo. Y entre trago y sorbo, y mostrándome el objeto pintado
en un cuadro que adornaba la estancia, me preguntó si conocía el termino de
tornajo, o tornajera. Le contesté que sí, que la conocía y que podía
definírsela como sistema de transporte de agua realizado con troncos huecos
dispuestos en horizontal para que sirvan de abrevadero, y en los que realizan
sus puestas, y algunas especies sus partos, los anfibios. Y, también, como
dornajo. Más en esta acepción, y como pesebre de madera que lo mismo sirve para
depositar en él el pienso-alimento para el ganado, para el agua mitigadora de
sed de la manada o para hacer con él una maceta.
Fue entonces cuando le tuve que
explicar, “al del reparo”, que Miguel de Cervantes escribió tal vocablo con
“d”-dornajo- al relatar el suceso que el Ingenioso Hidalgo tuvo con unos
cabreros al ser recogido por estos con buen ánimo, y cuando Sancho acomodó a
Rocinante y a su jumento lo mejor que pudo, al salir pitando tras el olor que
despedían de sí ciertos tasajos de cabra hirviendo al fuego en un caldero.
Seguí explicándole al “reparado”
que dornajo se vuelve tornajo pasando Despeñaperros o yendo hacia el este, de
tal manera que, por las sierras del Segura, reciben la denominación de tornajo
los troncos ahuecados, las duernas, que sirven de abrevadero; y tornajeras los
sistemas de transporte del agua, uniendo, aprovechando la pendiente, un tornajo
y otro hecho con los troncos, casi siempre de pinos negrales, que en vez de
savia hacia arriba llevan el agua monte abajo.
Al final le convencí para que
entendiera que era igual llamarlo dornajo que tornajo. En el fondo tanto una
como otra acepción suelen utilizarse como significados de un simple y sencillo
pesebre de madera. Son cosas de estos campos nuestros, de estas nuestras
queridas tradiciones, de esta habla que empezó, pero no acaba, que avanza y no
retrocede, que siempre está ahí, en nuestros pueblos, en nuestra lengua, en
nuestros sueños y en nuestros corazones. Bendita tierra de hombres indómitos,
de cortos estíos y largos inviernos.
Y pensando en el anuncio de los
meteorólogos y en el ya bebido reparo del simpático y culto jornalero del Campo
de Cartagena quedé cavilando sobre los frutos del campo, esos que volverán a
brotar en primavera, y en esos rellanos que se cubrirán de amapolas en verano.
Serán momentos de peregrinar hasta el santuario de la Cruz de Caravaca y
pararse, quizás allí, junto a esa solitaria, pero sustanciosa venta, para tomar
no ya un reparo, sino una láguena, cambiando el brandy por el anís seco
mientras escucho la última luz del atardecer y resuenan los tañidos de la
campana que nos transportan a la eternidad. Vale.
Corraliza en Robres del Castillo
Texto y fotografías La Medusa Paca.
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