martes, 23 de diciembre de 2014 in

Cánticos de Navidad





Cánticos de Navidad


“ Canta gallo canta,
canta que amanece
 y tu virgen santa,
 tu vientre florece”.

Las Navidades, unos años más que otros, siempre fueron paparruchas para “Pincho el grande”. “Pincho el grande” es una persona mayor, con prole y con amigos. Él siempre vivió en su mundo, pocas cosas le agradaban y menos la Navidad. Siempre, de pequeño y niño grande, activo y ocioso, con júbilo y triste y mientras se acercaban las vísperas de Navidad y cuando el personal estaba ocupado en la compra de regalos y viandas para el trajín de la cena navideña,  “Pincho el grande”, echando horas, se sentaba a leer junto al calor de su charada. Solamente leía, era lo único que gustaba hacer en estos días de frío y cencellada. 

“Lumbre no tenemos
ni leña ninguna,
ni tampoco habemos
mantillas ni cuna:
pues nuestra fortuna
todo esto merece,
tu vientre florece”. (Popular)

“Pincho el grande” vivía en una casona fría y un tanto lúgubre y soñaba constantemente con la aparición de fantasmas, espectros y espíritus, sin creer que pudieran visitarlo en estos días para hacerle recapacitar de cómo vivía. Pero sucedió y el Primer Espíritu llegó en lo que fue una primera noche; era el Espíritu de las Navidades del pasado que se acercó a él para conducirlo hacia el lugar donde había crecido y mostrarle esos varios lugares de aquellas Navidades pasadas, de cuando él sólo era un aprendiz de vendedor de ilusiones. Y en esa primera noche, estando ensimismado en su lectura, hubo una luz muy grande proveniente de ese pequeño habitáculo-salón que le ayudó a recordar esas paredes color crudo, adornadas y cubiertas de vegetación que parecían un bosquecillo donde brillaban por todos lados bayas chispeantes, frescas y tersas hojas de acebo, muérdago y yedra que reflejaban una grandiosa luz como si allí y allá se hubiesen esparcido numerosos espejitos, mientras en la chimenea, asentada dentro del recinto de la cocina, rugían llamaradas como nunca había conocido aquel triste hogar petrificado en vida de “Pincho el grande”, ni en muchos, muchísimos inviernos atrás que cobijaron miles de vivencias junto a esa gigante antorcha resplandeciente, mostrándose como charada con espíritu de Navidad presente. Y allí, en el suelo, amontonados en forma de trono, había pavos, ocas, caza, pollería, adobo, grandes perniles, lechones, largas ristras de chorizos, papadas, - puestas a humear-, pastelillos de carne, tartas de ciruela, cajas de ostras, castañas de color rojo intenso, manzanas de rojo encendido, naranjas jugosas, deliciosas peras, resecos orejones y ciruelas, aptas para la compota, inmensos pasteles de Reyes y burbujeantes botellas de un cava lugareño que empañaban la estancia con sus efluvios deliciosos. 

Después, más tarde, de filtrar todo este espectáculo colorista, “Pincho el grande” y el Espíritu de Navidades pasadas se transportaron al centro del pueblo donde se palpaba un escaso y silencioso movimiento en esas menesterosas tiendas todavía abiertas, las escasas que había, donde intuían vecinos comprando cosas para la cena de Navidad, sintiendo algo, no demasiado, de barullo que rondaba por aquellos dos pequeños bares allí existentes. Inspeccionado todo volvieron a la casona, comprobando lo feliz que era esa su familia a pesar de su pobreza. Los vio gozar y disfrutar durante toda la cena de Nochebuena comiendo, riendo, cantando, gozando y jugando.

Y tras cenar y quedarse un poco traspuesto se despertó con mucha alegría, salió muy feliz con sus mejores galas y se dirigió a la Parroquial del lugar donde el Espíritu de la Navidad le esperaba junto a los suyos: “¡Entra!”, exclamó el fantasma. “¡Entra y me reconocerás mejor!”. “Pincho el grande” avanzó tímidamente e inclinó la cabeza ante el Espíritu, “soy el fantasma de la Navidad del presente”, dijo el Espíritu, “¡Mírame!”. Y allí en la estancia eclesial y, como nuestro “Pincho el grande”  manejaba certeramente los ritmos y sonsonetes del villancico clásico, se puso a cantar cantares y romances, músicas de vihuelas, dulcémeles, zanfonas, salterios, gaitas y rabeles, antes de que los pastores del lugar comenzaran el baile, ante el retablo barroco y los libros de las horas expuestos en el facistol delante del altar. Todo esto resonaba como si fuese esa lira de la geórgica divina y pueril mitología en torno a la liturgia de pueblo. 

Y cuando el manubrio cilíndrico de la zanfona dejó de girar despertó, dándose cuenta que todo había sido un sueño y que sólo había una certeza, una realidad: que ese día era la noche de Navidad, que era la Nochebuena y que todo lo anterior sólo eran recuerdos del portalejo betlemita de mi ruralidad que se me había presentado con un realismo enternecedor y junto a esos minuciosos y prosaicos detalles de mi infancia y ante la desvalida y olorosa humanidad del Niño, de su Madre y del Patriarca, de los vahos de las bestias del establo, de la ruta retórica y junto a las toscas zaleas de los rústicos adoradores que, aun siendo niño, ya transcendían con aromas de sierra, de suero y humo de leña, apareciendo iluminadas y transfiguradas por la luz candidísima que todavía irradia desde las pajas de aquel rural pero sublime pesebre.
Una virgen de quince años,
morenica, de tal gala,
que tan chapada zagala
no se halla en mil rebaños.
Nunca tal cosa se vio,
¡Huy, há!
Ni jamás fue ni será.
Pues aquel que nos crió,
por salvarnos nació ya.
¡Huy, há, huy, ho!
Que aquesta noche nació. (Juan del Encina)

Fotos y texto de La Medusa Paca. Copyright ©

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