martes, 12 de junio de 2012 in

TIEMPO DE SIEGA


TIEMPO DE SIEGA

 
Nací en un pueblo, Grávalos (La Rioja, 1946) y soy de pueblo. Conocí la siega a mano, con hoz y guadaña, de gardachas-segadoras y máquinas segadoras arrastradas por tractor. Conocí, mientras otros padecían, la era y su sol de justicia, la trilla con burros, mulos y trilladoras Ajuria. Vi como el rastrojo hacía sangrar los brazos del segador, aun protegidos por manguitos. Ayudé a amontonar, en fascales, los haces segados. Oí, entre sueños, tomarse la primera copa de anís, generalmente Las Cadenas, acompañada de una magdalena al mismo tiempo que los segadores partían hacia el tajo. Los vi, con envidia, almorzar y taquear a media mañana. Me impresionó comprobar como arropaban la bebida en esas botijas, sobradas de agua, introduciéndolas a la sombra del fascal para que estuviese fresca y bebible de sol a sol. Conviví con ellos a la fresca del anochecer, junto a la casa, la cuadra y el gallinero metido en ella y el granero repleto de simiente para la próxima siembra. Pobreza.

Eran los años cincuenta y sesenta, de desarrollo económico en precario, sustentado en los pilares de la agricultura y la ganadería, con una fisonomía rural peculiar, cuya incipiente calidad de vida ahora envidio. 

Segar siempre fue motivo de algarabía al recoger el esfuerzo labrado, pero dice la Real Academia Española que segar es también cortar e interrumpir algo de forma violenta. Me gustan ambos sentidos, el primero por benigno y el segundo por hiriente. 

La Medusa Paca hoy, es tiempo de ello, es tiempo de junio, son tiempos de siega, desea desempolvar la pluma, junto la hoz y la guadaña porque se inicia y es tiempo de siega.


Recuerdo el comienzo de la siega cuando los trigos estaban secos, más o menos por los días cercanos a San Juan.

Recuerdo, impresionado, esa cosa de madera, como a modo de guante pequeño y previsor, llamada zoqueta, que era una, siempre colocada en la mano izquierda y que, metiendo los tres dedos más pequeños y dejando fuera el dedo pulgar y el índice, servía para poder coger la manada de espigas cortada con la hoz. Recuerdo iba adornada con  un agujero redondo en la punta, como si fuese un respiradero, y se ataba a la muñeca con una cuerda o un trozo de hiladillo.


Recuerdo, precavido y temeroso, ese instrumento curvado con corte afilado, reluciente y mango de madera llamado hoz, y útil para segar las espigas.  

Recuerdo ver hacer los vencejos con paja de centeno guardada el año anterior, juntarlos para atarlos con un nudo por debajo de la espiga, cogerlos en manojos pequeños y dejarlos apartados para que luego sirviesen para atar las gavillas y hacer los haces.

Recuerdo ver marchar a segar a toda la familia: lo mismo iban los hombres que los chicos, y también las mujeres, llevarse la comida al campo y comer en el tajo. 

Recuerdo haberlos visto partir muy pronto, al alba, andando o en caballerías. Descansar muy poco. Comer de prisa, sestear a cabezadas y vuelta a empezar. Merendar lo que había, si lo había, y vuelta a casa. Tomar la fresca, charlar, cenar y a descansar para volver a salir de nuevo a las cinco o las seis de la mañana. He visto volver a los segadores cantando y otros rezando, bueno..., jurando quiero decir. 


Recuerdo haber visto a las cuadrillas partir y volver andando, el que no tenía caballería, y con la alforja al hombro. Haber comprobado como las alforjas transportaban la comida y una bota o garrafa de vino, o una botija de agua. La botija, todavía hay una por casa, es ese cantarito pequeño, fresco y sudoroso, con boca estrecha y  asa, y productor de agua fresca deliciosa. 

Recuerdo que, mientras se segaba, no se guardaban los domingos, ni otros días de guardar. Sólo se guardaba el 18 de julio; Santiago, patrón de España y la Virgen de agosto. Dicen que segaban los domingos para acabar antes, pues si llegaba algún nublado les dejaba sin cosecha; por eso había que recogerlo cuanto antes.

Y recuerdo, cuando el nublado amenazaba, correr  a resguardamos a los corrales de las ovejas y permanecer allí hasta que escampaba. Recuerdo rezar a Santa Bárbara, y oír jurar a los hombres, y las mujeres regañar. 

También recuerdo que, acabada la siega, se empezaba a acarrear y traer los haces a la era en carros, galeras y remolques para comenzar la trilla, pero de esto les contaré otro día.

 Texto de La Medusa Paca y fotografías del archivo de Vegaldavia. Copyright ©

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