Paseo primaveral
En los montes del Tapiado
cuchichia la perdiz,
libre de todo.
Paseo
primaveral
Hoy
ando en mi paseo por las costeras de los secarrales mediterráneos, que en este
primaveral día no son tanto, y no hago otra cosa que pensar y recordar campos lejanos
mirando, cuando contemplo, cómo los campos, huertos y sedientas tierras de aquí
empiezan
a manifestarse, y es que ya han llegado los abejarucos, y las golondrinas se están
aposentando en los aleros del menorquino tejado cuando ya ha despuntado el
primer azahar y la primera flor del membrillo. Ya soy consciente de que es
primavera, han brotado las hierbas ignoradas, esas que piso en los paseos
verdes de los atajos: los nazarenos, las lechetreznas, los zapaticos del Señor
o de Dios, que en mi pueblo los dos tienen validez; los jaramagos y en los
caminos de las sierras, las peonías, esas amapolas recién aparecidas,
luminosas, esplendentes, erguidas, coquetas, rozagantes, en las que el cielo
blanco níveo de los cúmulos pinta la ubérrima patria de marzo y las próximas de
abril y mayo.
Quizá las lluvias torrenciales de este invierno, con riadas, muertes y ruina, han retrasado los milagros de las cosas del campo, sobre todo en el norte. Aquí también ha llovido, y lo ha hecho con mucha educación, silencioso y por las noches. Transitando fantaseo con esos picachos de las tierras altas, cubiertos con la blancura de nueva nieve, y en sus faldas, en los inmensos valles, me ilusiono con los frutales en flor, las viñas a punto de echar la hoja después de sus lloriqueos y los castaños milenarios más dispuestos que nunca a la exhibición Porque los castaños son los árboles más dados a mostrarse, que para eso llevan siglos desnudándose o vistiéndose, amparando al jabalí, restantes alimañas y al lobo. Lo contrario que los hayedos, que han perdido a sus urogallos, y apenas quedan unas pocas parejas en sus bosques. Y las encinas, oh las encinas, manchas negras villarroyanas, lloradas de oro que, como narra José Antonio Muñoz Rojas: “cuando éstas florecen hay que temblar. Se anuda la delicia en la garganta. Y de pronto hay un estremecimiento, y el árbol comienza a vestirse llovido de belleza. Las encinas no se conocen a sí mismas cuando llega el florecimiento. Están tan enamoradas que, casi componen una figura patética en el paisaje”. Y claro, el milagro de ese manzano joven, aún sin hoja, sí ese, el de la Fuentezuela, que pronto se ha puesto a dar flor, y que parece un candelabro de flores, y que me ha detenido hoy largo rato en mi paseo haciendo que me pregunte cómo es posible tanta hermosura en tan poco lugar. ¡Vale y buen sábado!
Baja
desbocado el barranco
¡oh
barranco del Sotillo!
queriendo
jugar a ser río,
quebrada
añorando al mar,
riacho
aprendiz de río,
siendo
caudal insolente
royo
vistes en desafío
hasta
dar escalofríos.
¡oh
barranco del Sotillo!
“¡Pobrecito
río,
donde
solamente botan
sus
barquitas los chiquillos!”
Barquitos
de juncos hechos,
rico
en plantas de plantío,
pero
de agua menguado
al
convertirte en sequío.
¡Oh
barranco de mi pueblo,
oh
barranco del Sotillo!
PRJP. N.º 34. En Garnacha y en el día de
la POESÍA.

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.