sábado, 29 de marzo de 2025 in

Paseo primaveral

 





En los montes del Tapiado

cuchichia la perdiz,
libre de todo.

Paseo primaveral

 

Hoy ando en mi paseo por las costeras de los secarrales mediterráneos, que en este primaveral día no son tanto, y no hago otra cosa que pensar y recordar campos lejanos mirando, cuando contemplo, cómo los campos, huertos y sedientas tierras de aquí

empiezan a manifestarse, y es que ya han llegado los abejarucos, y las golondrinas se están aposentando en los aleros del menorquino tejado cuando ya ha despuntado el primer azahar y la primera flor del membrillo. Ya soy consciente de que es primavera, han brotado las hierbas ignoradas, esas que piso en los paseos verdes de los atajos: los nazarenos, las lechetreznas, los zapaticos del Señor o de Dios, que en mi pueblo los dos tienen validez; los jaramagos y en los caminos de las sierras, las peonías, esas amapolas recién aparecidas, luminosas, esplendentes, erguidas, coquetas, rozagantes, en las que el cielo blanco níveo de los cúmulos pinta la ubérrima patria de marzo y las próximas de abril y mayo. 

Quizá las lluvias torrenciales de este invierno, con riadas, muertes y ruina, han retrasado los milagros de las cosas del campo, sobre todo en el norte. Aquí también ha llovido, y lo ha hecho con mucha educación, silencioso y por las noches. Transitando fantaseo con esos picachos de las tierras altas, cubiertos con la blancura de nueva nieve, y en sus faldas, en los inmensos valles, me ilusiono con los frutales en flor, las viñas a punto de echar la hoja después de sus lloriqueos y los castaños milenarios más dispuestos que nunca a la exhibición Porque los castaños son los árboles más dados a mostrarse, que para eso llevan siglos desnudándose o vistiéndose, amparando al jabalí, restantes alimañas y al lobo. Lo contrario que los hayedos, que han perdido a sus urogallos, y apenas quedan unas pocas parejas en sus bosques. Y las encinas, oh las encinas, manchas negras villarroyanas, lloradas de oro que, como narra José Antonio Muñoz Rojas: cuando éstas florecen hay que temblar. Se anuda la delicia en la garganta. Y de pronto hay un estremecimiento, y el árbol comienza a vestirse llovido de belleza. Las encinas no se conocen a sí mismas cuando llega el florecimiento. Están tan enamoradas que, casi componen una figura patética en el paisaje”. Y claro, el milagro de ese manzano joven, aún sin hoja, sí ese, el de la Fuentezuela, que pronto se ha puesto a dar flor, y que parece un candelabro de flores, y que me ha detenido hoy largo rato en mi paseo haciendo que me pregunte cómo es posible tanta hermosura en tan poco lugar. ¡Vale y buen sábado!

 ¡Oh barranco de mi pueblo!

 

Baja desbocado el barranco

¡oh barranco del Sotillo!

queriendo jugar a ser río,

quebrada añorando al mar,

riacho aprendiz de río,

siendo caudal insolente

royo vistes en desafío

hasta dar escalofríos.

¡oh barranco del Sotillo!

“¡Pobrecito río,

donde solamente botan

sus barquitas los chiquillos!”

Barquitos de juncos hechos,

rico en plantas de plantío,

pero de agua menguado

al convertirte en sequío.


¡Oh barranco de mi pueblo,

oh barranco del Sotillo!

 

PRJP. N.º 34. En Garnacha y en el día de la POESÍA.


Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.






viernes, 21 de marzo de 2025 in

A resguardo del chiringuito

 



A resguardo del chiringuito

 

¡Por Dios, que llueva!

Que llueva, hasta que el campo

tenga que poner a secar

al sol sus ropas de cama.

¡Por Dios, que llueva!

una lluvia floja,

una lluvia triste,

una lluvia que llora.

¡Por Dios, que llueva!

Yo he visto, por estas tierras playeras y sentado en el BLUE TROCADERO, allí en la playa Castillicos, a gente que se refugia cuando aprieta la tormenta en la taberna o el cubierto del chiringuito. Del tiempo que dure el chaparrón depende el punto de alegría con el que llegarán a casa. Si jarrea de forma continua, Sergio, pon otra pinta, que no veas la que está cayendo. Si para de repente, Paco, cóbrate, que voy con prisa. Y es que aquí las alcantarillas expulsan agua, no se la beben. Y los alcorques son hermosos aljibes murcianos cuando llueve tres días seguidos.

Me estremece cuando diluvia por estas tierras mediterráneas, con Dana o sin ella. Tanto me atormenta que, muchas veces, he llegado a interrogarme: ¿A qué cerro me subiría, si descargara tanto? A ninguno, por aquí no los hay. ¿A la torre de la iglesia, quizá? Tampoco, quedan muy lejos. ¿A las azoteas más altas? De ninguna de las maneras, no, están a ras del suelo ¿A un poste de la luz? No los hay, hace tiempo los eliminaron ¿A las palmeras más altas de la vera del paseo? No podría; otros habrían llegado antes que yo. Ya lo tengo, me agarraría al letrero luminoso que anuncia el BLUE TROCADERO después de que se hubiesen fundido los plomos y desaparecido la corriente y quizás para entonces ya lo hubiera arrastrado hacia el Mar Menor el torrente.

 Y acabo y junto a un gélido verdejo: ¡Claro que aquí no saben vivir con lluvia! Y a mucha honra. El murciano, cartagenero, sampedrino o javiereño pierde tres paraguas al año o más, uno por cada día que llueve, porque siempre sale de su casa a pelo y se tiene que meter en un bazar, chino por supuesto, a llevarse uno de urgencia que luego, cuando se va del sitio aprovechando la clarita, se deja olvidado. Aquí los paraguas son de usar y tirar. Y como me dice un lugareño sentado a mi lado “donde quiera que haya agua se podrá trillar”.

Aquí quedo dejándola caer, mirándola como corre y sintiendo como empapa todo. Vale.

 

¡Oh, Mar Menor,

oh, chiringuito!

Ya volveremos,

mi lluvia y yo a tu orilla.

Mar, viejo amigo...

Ya volveremos.

Cuando otra vez mi silueta

haya su luz perdido…

¡Oh, Mar Menor

oh, chiringuito!

 

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.

 

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