El mar ha vuelto a casa
De pronto una mañana me incorporé en la cama y vi que las olas volvían a batir azotadas por el Lebeche.
Cuando
comenzamos a vivir en la casa de La Ribera, a principios del año 2000, veíamos
el mar desde la cama. Observábamos salir y regresar a puerto las barcas de
pesca y el oleaje de los borreguitos los días de temporal en los que azotaba el
Lebeche. Por aquellos comienzos de siglo la casa tenía alrededor campos de olivos,
naranjos y limoneros, tierras de labranza, antiguas huertas y un jardín
perfumado, el de las mil flores lo llamaban. Cerca había una granja adonde los
niños, acompañados de sus papás íbamos a comprar con una cesta, como la de
Caperucita, huevos y leche, picantones camperos y algún conejo. Desde un
jardín, a medio construir, cada mañana nos despertaban los acordes tronantes de
jilgueros, cardelinas y verdecillos que se expandían por la extraordinaria
sonoridad del parque. El jardín estaba, y así sigue, cercado por una hilera de
palmeras recién plantadas que fueron creciendo a medida que el desarrollo y la
especulación comenzaron a llenar de cemento todo el paisaje. Las palmeras
ganaron altura hasta que al cabo de los años sus grandiosas palmas taparon la
visión del mar.
Palmeras en
ventolera
Gracias a los dátiles
azúcares volátiles
del mediodía.
Gracias a la sed,
al fervor, a las
arrugas,
al silencio de la noche,
a la danza sedosa
de espesura.
Gracias a lo que vuela,
nace y muere,
a las palmeras como alas
que el viento balancea,
a los reflejos huracanados
que rompen el olvido,
envueltos en lluvia
y en locura complacido.
PRJP. N. º18 En
garnacha en el día que se retorcían las palmeras
Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©.