lunes, 11 de abril de 2022 in

Ramos de pueblo

 

Ramos de pueblo

Yo soy de pueblo donde mi infancia fue pueblerina, incluso aldeana, a más de campesina. No lo niego, y cada vez que, ocasionalmente, vuelvo a él constato que a los pueblos les vienen grandes las ciudades porque no les caben en las manos del asombro, se salen de su capacidad de asumir las cosas, la luz y las esquinas. Y por más que haya aprendido a caminar por él, a dominar sus tradiciones, sus acontecimientos más provincianos o universales, siempre me queda algo, mucho, de él. El pueblo se siente él cuando las cosas son de su medida, porque para eso las ha hecho así, para nuestro goce y disfrute. 

Y, en esa visita de recordatorio, ahí estaba el pueblo dominando calles, esquinas, balcones con sus galas. Y en ese mi deambular soñado me preguntaba constantemente por qué en aquellos días era toda una fiesta y llegué a la conclusión de que el pueblo necesitaba ajustarse a las manos de sus celebraciones, las celebraciones íntimas, las que se organizaban, quizás aun se siguen organizando, para disfrute de doscientas, quinientas y, a lo sumo, mil personas. Qué más daba el gentío.

El pueblo, el mío, es hoy ese pueblo que ayer Domingo de Ramos seguía teniendo en sus casas ramas de olivos para recibir a Jesús en su entrada a la Jerusalén de las íntimas calles por donde va su vida, por donde empezaba a vivir los populares evangelios del ambiente rural. Y esta Mañana del Domingo de Ramos ha sido como esas otras mañanas, la de la Ascensión y la del Corpus mañanas incomparables en las que el almendro en flor, almendrales de mi pueblo, muestran sus flores blancas y rosas como alfombras de primavera.

¡Qué costumbrista y español y riojano y gravaleño era ese ambiente! Allí, la presumida y el estirado, que los había, se creían poderosos por la ropa que se ponían y las que, también por la ropa, se creían la novia Morena/la de los rojos claveles/la de la reja florida/la reina de las mujeres o la mujer de los ojos verdes de Julio Romero de Torres.

Allí, hasta existían mozuelos, aficionados a leer Nueva Rioja, el ABC o 7 Fechas, revista gráfica semanal, siempre sentados en su silla de enea, callados, no tenían con quien hablar, hablaban con sus pensamientos no perdiendo detalle de aquellos que garbeábamos por la única calle importante de la villa.

Allí estaba el pueblo sencillo. Allí, sonando mejor que en todos los pueblos del mundo, su banda de música. Y las muchachas vestidas de seducción y los muchachos que comenzábamos a estrenar pantalones vaqueros, calzar zapatos de cuero y ajustarnos la camisa y chaqueta para vivir nuestro mejor sueño.

El pueblo. El pueblo allí, con unos señores: Florencio, José María, Ismael, de egregias cofradías, que movían el pendón para dar aire a esos niños postrados ante el altar de un pueblo cañí. Sí, un pueblo de La España machadiana:

“de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y de alma quieta,
ha de tener su mármol y su día,
su infalible mañana y su poeta.”

Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©




Leave a Reply

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores